PRESENTACIÓN

sábado, julio 01, 2006

CÍNICOS E HIPÓCRITAS (o de la dignidad)

Los planteamientos éticos eudemonistas ponen el acento en la felicidad. Se trata de alcanzar tal objetivo. No obstante, estos sistemas no consideran que actuar de modo adecuado para alcanzar la felicidad y actuar con justicia sean excluyentes. No se trata de optar, nos dicen, sino de dar prioridad a lo primero. Suelen asegurar que si así lo hacemos, lo segundo vendrá por añadidura. ¿Si considero que la riqueza o el placer me proporciona felicidad es justo subordinarlo todo para alcanzar riqueza o placer, mintiendo y cometiendo actos crueles si esto fuese necesario? No, dirían estos filósofos, pero sobre todo no es adecuado para ser feliz. Si actuase así me crearía enemigos y viviría intranquilo, además de los presumibles males que mi conciencia me suministraría en forma de culpabilidad y vergüenza. No se debe mentir ni actuar cruelmente, porque no sería feliz con tal conducta y... porque además no es justo. De modo que tales filósofos vendrían a decir que una acción es correcta si me proporciona felicidad, pero la felicidad bien entendida es inconcebible sin justicia. Es decir, una acción manifiestamente injusta no puede ser conveniente para ser feliz. Este es el planteamiento general, si no recuerdo mal, del libro de Savater Ética para Amador.
Paralelamente a esta concepción ética, que se da sobre todo en el mundo griego y romano, se desarrollan otros modos de pensar la ética que cambian la prioridad. Son las éticas deontológicas. Acerquémonos un poco a ellas.
La ética, para estos filósofos, sobre todo debe buscar la acción correcta, es decir, la acción justa. ¿Y qué pasa con la felicidad? Es asunto secundario. Lo importante no es tanto la felicidad como corresponder con el deber. Se debe actuar correctamente, con justicia, independientemente de que esta acción nos proporcione felicidad. Más importante que la felicidad es la dignidad, en el sentido de hacernos merecedores de la felicidad. No renunciar a nuestros principios: lo que creemos íntimamente que debemos hacer, porque es lo correcto. En algún sentido, traicionar estos principios daña mi propia dignidad.
En estos planteamientos éticos las consecuencias de la acción tiene igualmente un valor secundario. El fin no justifica los medios. Insistimos en que más importante que la felicidad o los beneficios individuales o colectivos que se derivasen de la acción está la dignidad, mantener la integridad, alcanzar cierta perfección espiritual, si se quiere. Y todo esto se debilita si dejo de cumplir lo que considero justo: mis principios y convicciones.
De dos formas reafirmamos nuestra dignidad: si somos coherentes con nuestros principios (las normas que consideramos correctas) y si somos consecuentes con ellos en nuestra acción.
Dejamos de ser coherentes si nos contradecimos en lo que afirmamos que se debe hacer. Pierdo la coherencia si, por ejemplo, digo que no se debe robar y a la vez estoy diciendo de algún modo, explícitamente o con cierto disimulo, que se puede hacer. Somos inconsecuentes si decimos una cosa, incluso la recomendamos vivamente, y hacemos otra. Es decir, si digo que no se debe robar y yo mismo robo. La incoherencia y la conducta inconsecuente merman nuestra perfección ética y dignidad.
Si perdemos la coherencia o somos inconsecuentes de un modo descarado y explícito, sin intención de engañar, incurrimos en el vicio moral del cinismo. Y este cinismo no es evidentemente el de la escuela perruna, aunque ambos tengan alguna cosa en común. Un individuo que admitiese públicamente que se debe robar y a la vez admitiese públicamente, con cierta ironía, que no se debe robar o robase explícitamente delante de todos, sería cínico. El cínico suele ser irónico o sarcástico. Pero no siempre la ironía implica cinismo.
Si perdemos la coherencia o somos inconsecuentes de un modo disimulado, intentando ocultar nuestra incoherencia o inconsecuencia para engañar a los otros, nos comportamos con hipocresía. Otro vicio moral. La palabra hipócrita deriva del término griego que significa actor, comediante. Si el ladrón anterior dijese en público que no se debe robar, pero pensase en privado lo contrario o robase evitando ser descubierto por los demás, sería hipócrita.
La diferencia fundamental entre el cínico y el hipócrita es el grado de descaro que exhibe en su discurso incoherente o en su conducta inconsecuente. El hipócrita que es descubierto se avergüenza. El cínico, no. El hipócrita es también más gregario que el cínico. Admite los convencionalismos sociales y no pretende destruirlos, aunque en su oculta trasgresión de ellos intente sacar algún beneficio. A este respecto es pertinente la famosa frase del moralista francés del siglo XVII Francois de La Rochefoucauld: “La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. El cínico es, sin embargo, crítico, individualista y descreído. Con su discurso y conducta intenta destruir, por la base, todo convencionalismo social, a menudo plagado de falsedades y mentiras.

Un pacifista que admitiese que la paz es un valor irrenunciable y que a la vez defendiese públicamente esta o aquella guerra, o en su vida cotidiana usase a menudo la violencia para alcanzar sus fines, sería cínico. Un pacifista que defendiese públicamente sus ideas de paz, pero a escondidas actuase promoviendo la guerra y la violencia, sería hipócrita. Para que el pacifista en cuestión mantuviese su dignidad ética debería ser coherente y consecuente. Un ejemplo histórico de un verdadero pacifista es Gandhi. El líder indio, dijo: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”, y lo cumplió. Gandhi fue capaz de doblegar al Imperio británico con el único arma de su no violencia. Pero ojo, si no hubiese ganado esta batalla su dignidad se habría mantenido intacta. La dignidad tiene que ver con el espíritu y no tanto con las consecuencias de la acción. Afirmando su dignidad y rechazando toda hipocresía y cinismo Sócrates dijo una vez: “Prefiero estar de acuerdo conmigo mismo, aunque todos estén en mi contra, que todos estén de acuerdo conmigo y yo mismo en mi contra”, con ello denuncia todo discurso incoherente. Y también dijo: “Prefiero padecer una injusticia que cometerla”. Evidentemente, cometer una injusticia muestra una conducta inconsecuente donde lo que piensas que se debe hacer y lo que haces se contradicen. Sócrates era taxativo en esto, cometer injusticia nos hace indignos y no merecedores de la felicidad.

Jesús Palomar Vozmediano

5 comentarios:

  1. “Prefiero estar de acuerdo conmigo mismo, aunque todos estén en mi contra, que todos estén de acuerdo conmigo y yo mismo en mi contra”
    Esta frase es crucial y esta otra
    “Prefiero padecer una injusticia que cometerla”
    certera.
    Yo mismo he dicho que preferiría mil veces ser víctima de ETA que etarra.

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  2. Anónimo5:32 p. m.

    Yo por mi lado entiendo que el dilema entre ser víctima de ETA o etarra es falaz.
    No se nos puede tentar para una cosa ni otra. Si propusiéramos la contextualización de todas las conductas veríamos cuántos de los que ahora se rasgan las vestiduras con los crímenes nazis, habrían participado en las acciones, en el pillaje posterior a la expropiación, serían beneficiarios de la bonanza económica o sólamente mirarían para otro lado "comprendiendo" como necesarias las desgracias provocadas.
    Es muy fácil investirse con la "voluntad trascendental", ajena a toda circunstancia y condición, y juzgar. Incluso, en nada más que un gesto afirmar nuestra preferencia por el mártir. Si hubiera tantos candidatos a mártir la realidad social sería otra os lo aseguro.

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  3. Estoy de acuerdo con Franklin y, a la vez, desconfío de la "santidad" de Vicente Torres.

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  4. Ni entiendo que no se pueda plantear ese dilema ni que se intente ofender a quien lo plantea.
    Tampoco es necesario mostrar la biografía cada vez que se duce algo.

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