sábado, diciembre 23, 2006

GEMELOS INVERTIDOS (o de falsas diferencias)



La relación entre los gemelos invertidos es siempre peculiar. Islámicos y cristianos, por ejemplo. En la medida en que son semejantes abrigan, cada uno, la esperanza de la conversión del otro. En la medida en que son diferentes, se odian sin paliativos. En cualquier caso, la mutua aversión es más metódica que real, pues ambos se necesitan para afirmar su propia realidad. Como la luz necesita de la sombra o el calor del frío. El auténtico enemigo de ambos es el ateo, que desbarata todo anhelo de conversión e imposibilita el juego reglado de las falsas identidades religiosas, pues juega a otra cosa.
En el siglo XIX, y más aún en el XX, la relación entre marxistas y nacionalistas es también la propia de los gemelos invertidos. Como imagen especular el uno del otro se reconocen iguales, pero con distinto signo. Lo mismo que les ocurre a los miembros de distintas religiones. Siguiendo la analogía diremos que el verdadero enemigo de marxistas no es el nacionalista, ni viceversa. La enemistad que se profesan es más metódica que real, pues les permite tensar el arco de Heráclito y mantener viva la llama de sus respectivas identidades. Y tales identidades surgen más como una necesidad psicológica de los miembros de ambas ideologías (la necesidad humana de pertenecer a un grupo y ser aceptado por él), que de una vocación política, religiosa o altruista de cambiar el mundo. De ahí la facilidad con la que vienen a caer unos y otros en ademanes, modos o gestos que se reconocen de uno u otro bando sin necesidad de exponer argumento alguno. A la manera de los hinchas de fútbol, sosegados y exentos de dudas psicológicas sobre su identidad mientras se regodean en los colores, himnos y consignas de sus propios equipos. El verdadero enemigo de marxistas y nacionalistas es el liberal, que viene a ser el agnóstico de las grandes palabras: Humanidad, Estado…
Ilustrados y románticos; marxistas y nacionalistas, nacen y se desarrollan en imbricada dependencia mutua. Ilustrados franceses primero, que alaban a la Razón, y románticos alemanes después, que adoran el Espíritu. ¿Será fortuito que Francia fuese una nación estructurada y brillante intelectualmente y vencedora en las guerras napoleónicas en toda Europa y que Alemania fuese una nación atrasada, rota en decenas de principados y humillada por Francia en esa misma guerra? Quizá sería un juicio aventurado afirmar que el Romanticismo surge de tal acontecimiento. Y, sin embargo, desde la clínica psiquiátrica sabemos que ante un antagonista expansivo y poderoso casi siempre deviene el recogimiento resentido en la propia interioridad como defensa.
¿Qué decir de los fascismos de corte nacionalista del siglo XX? ¿Será casualidad que el nazismo se desarrolle tras la Revolución soviética de 1917, cuando la honda expansiva de esta revolución recorría Europa como un espectro? Nazis y fascistas se declaran, previamente, anticomunistas. Y, claro, también los comunistas se declaran, defensivamente, antifascistas. Y, sin embargo, el mismo Hitler llegó a decir: «No soy únicamente el vencedor del marxismo… soy su realizador». Y es sabido también que aprendió los planteamientos organizativos y propagandísticos de los partidos comunistas, a los que admiraba por su capacidad de movilización de masas: «Lo que me ha interesado e instruido entre los marxistas son sus métodos. Siempre he tomado en serio lo que habían imaginado tímidamente esas mentes de tenderos y mecanógrafas. Todo el nacionalsocialismo está contenido en él. Fíjese bien: las sociedades obreras de gimnasia, las células de empresa, los desfiles masivos, los folletos de propaganda redactados especialmente para la comprensión de las masas: todos esos métodos nuevos de lucha política fueron inventados casi enteramente por los marxistas. No he necesitado más que apropiármelos y desarrollarlos para procurarme el instrumento que necesitábamos…». Asimismo el ideólogo conservador Moeller Van der Bruck, dice: «Socialismo significa el ensamblamiento del individuo en la comunidad. Por eso es el nacionalsocialismo la forma alemana del socialismo, pues cada pueblo tiene su propio socialismo» El mismo Van der Bruck, admirador del tradicional espíritu organicista y militarista prusiano, no deja de ver en el comunismo de Lenin una especie de socialismo a la soviética muy afín al Volksgeist alemán. De ahí la distinción que hace Van der Bruck entre Marx y los bolcheviques, detestando al primero y mostrando cierta debilidad por los segundos. El propio Hitler confirmará este planteamiento: «No es Alemania la que se volverá bolchevique, sino el bolchevismo el que se transformará en una especie de nacionalsocialismo. Además, hay más nexos que nos unen al bolchevismo que elementos que nos separan de él. Hay, por encima de todo, un verdadero sentimiento revolucionario, vivo por doquier en Rusia, salvo donde hay judíos marxistas. Siempre he sabido darle lugar a cada cosa y siempre he ordenado que los antiguos comunistas sean admitidos sin demora en el partido. El pequeño burgués socialista y el jefe sindical nunca serán nacionalsocialistas, pero sí el militante comunista». Bajo términos diferentes: Nazismo y bolchevismo, se escondían pues praxis semejantes: nacionalsocialista o socialnacionalista. Tanto da. Es sabido que siendo coherente con este planteamiento el nacionalsocialismo se nutrió de muchos socialistas y comunistas desencantados. Tanto es así que en los años treinta los nazis eran conocidos popularmente como los bistec, porque eran negros por fuera y rojos por dentro. Intelectuales como Werner Sombart, el famoso sociólogo y economista alemán, ideólogo destacado del Tercer Reich, fue socialista en sus inicios, aunque siempre fue antiliberal. Políticos como Mussolini en Italia, Quisling en Noruega y Laval en Francia, todos ellos representantes del fascismo en sus respectivos países, fueron destacados dirigentes socialistas. Y es de sobra sabido que el fascismo inglés surgió como una escisión del partido laborista.

Así, pues, mientras que nazis y bolcheviques eran explícitos enemigos e implícitos cómplices, los socialistas o comunistas no bolcheviques y los socialdemócratas eran, junto con los liberales, los verdaderos enemigos de ambos. Los nazis los consideraban bolcheviques, pero sin la cobertura de la complicidad que mantenían con los bolcheviques de verdad; los bolqueviques los denominaban literalmente socialfascistas, y procuraron siempre su aniquilación o desmantelamiento. Para unos y otros los comunistas no bolcheviques y los socialdemócratas no eran más que representantes de la burguesía, la democracia, el parlamentarismo y el liberalismo, explícitos enemigos comunes y, por ende, los verdaderos enemigos. Bolcheviques y nazis, de un modo declarado u oculto, constituían Kultur frente a la decadente Zivilisatio de todo aquello que se les oponía.

Jesús Palomar Vozmediano

martes, diciembre 05, 2006

DERECHOS COLECTIVOS O INDIVIDUALES (O del conflicto entre derechos)


Existe una especie de artículo, escrito extrañamente en el imaginario colectivo de lo políticamente correcto, en torno a los Derechos Humanos y a las culturas de los pueblos: «Se deben respetar los Derechos Humanos. Pero se deberán tener en cuenta las culturas de los pueblos».
Si atendemos a la primera y contundente frase es evidente que no sólo las costumbres propias de las culturas, sino cualquier hábito individual o extravagante moda debe ser respetada sí no atenta contra los Derechos Humanos. ¿Por qué entonces el segundo enunciado? ¿Frase inútil? Las frases inútiles (mera retórica dicen algunos), suelen tener una utilidad insospechada. Es cosa sabida. Se cuelan en el lenguaje coloquial encabezadas con «peros» o «sinembargos», y actúan como trampas que pretenden mermar el significado esencial de la frase principal, amén de otras perversiones: «Picasso es un artista genial, pero…», «Sinatra cantaba muy bien, pero…», etc. Shakespeare exprimió al máximo esta trampa del lenguaje en su obra Julio Cesar. ¿Recuerdan el discurso de Marco Antonio?: «Bruto es un hombre honrado, sin embargo…»


Lo cierto es que quien propone sólo el primer enunciado, asumiendo que el segundo y tantos otros están implícitamente contenidos en él, es tachado de anticulturalista, como si tuviese un afán patológico por eliminar las peculiaridades y diversidades humanas. Consideración a todas luces injusta. Pues por la misma razón deberíamos acusarle de ir contra la diversidad en el vestir por no enunciar tras su defensa de los Derechos Humanos la frase pertinente: «Pero se deberá tener en cuenta el fenómeno social de la moda». En fin. Las palabras no son inocentes. Y si analizamos debidamente el debate político en cuestión descubriremos significados más profundos.

Suele ocurrir. El que acusa de ir en contra de las culturas de los pueblos a aquél que considera prescindible la enunciación de su defensa, es muy a menudo defensor de las culturas de los pueblos en detrimento de los Derechos Humanos. Evidentemente, tal ciudadano negará la conclusión de este análisis. Sobre todo si se lo preguntamos en una conversación relajada. Negación. Elemental mecanismo de defensa del yo suficientemente estudiado por Anna Freud. Y, sin embargo, vemos muy frecuentemente como los llamados defensores de las culturas de los pueblos toleran, sin demasiada estridencia, el trato vejatorio que recibe la mujer o la evidente falta de libertad de expresión en la mayoría de los países islámicos. Amén de ciertos excesos nacionalistas. Toleran con su conducta, sí, por más que denuncien verbalmente el velo islámico, el fundamentalismo religioso o los atentados terroristas que se llevan a cabo en nombre de una patria paranoicamente autoproclamada oprimida. El caso es que siempre hay una manifestación más importante a la que acudir, una declaración más urgente que hacer, una injusticia más flagrante a la que atender. No se molesten pues en preguntarles en conversaciones de salón. Sus respuestas son previsibles. Atrévanse a ir más allá. Observen sus acciones. Tomen nota de los matices de sus medidos discursos. Comprobarán entonces que el culturalismo se superpone a la defensa de los Derechos Humanos siquiera inconscientemente, como un tremendo lapsus o acto fallido que aflora demasiadas veces en el discurso y en la praxis política de los autoproclamados paladines de «las culturas de los pueblos»
Jesús Palomar Vozmediano