PRESENTACIÓN

jueves, diciembre 23, 2010

LA HISTORIA DE HANS Y KARL II

Hans se considera absolutamente responsable y libre y se aplica un castigo igualmente absoluto como es la muerte. Karl se considera absolutamente irresponsable y no libre y se absuelve de toda responsabilidad.



Todo lo que podamos decir sobre estas cuestiones está en el ámbito de la doxa. Doxa matizada, razonada y analizada; pero doxa al fin. No episteme. Mi opinión pues es que ni la solución de Hans ni la de Karl son recomendables.


Hans no es absolutamente libre. La libertad humana es relativa y limitada. Así pues no es absolutamente responsable, ni merece entonces un castigo absoluto como la muerte.


Karl no puede dejar de ser libre, aunque le pese. La libertad, aunque sea relativa, es una condición a la que es imposible renunciar. Como Karl es libre en algún grado es también en algún grado responsable de su acción. Y desde luego no es absolutamente inocente. La actitud de Karl responde a lo que Freud llamó racionalización, un mecanismo de defensa del yo que pretende una justificación aparentemente racional de una acción motivada desde la irracionalidad. El miedo, por ejemplo.


¿Cuál es entonces la solución? Tal vez no hay una solución clara y cada uno de nosotros debe buscar la suya. Pero, desde luego, la solución pasa por ser conscientes de nuestra libertad y ser conscientes también de la relatividad y de la limitación de ésta. El diálogo en nuestro interior debe permanecer siempre vivo.


Hans y Karl deberían asumir sus responsabilidades. Tal vez no son responsables absolutos de la muerte de los judíos, pero si son responsables de tener miedo a perder un cierto nivel de vida o la propia vida, de tener miedo a conocer de forma explícita cosas que les desagradan, de obedecer órdenes ciegamente sin pararse a reflexionar sobre ellas. Todos estos miedos y actitudes son muy humanos, y tal vez ninguno de nosotros podríamos asegurar que no haríamos lo mismo que Hans y Karl en similares circunstancias, y sin embargo esto sigue sin justificar sus acciones. En cada situación es tarea de cada uno de nosotros asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde.


La conciencia de todos los hombres suelen funcionar de forma similar. Claro que hay hombres que no tienen conciencia moral. Los psiquiatras denominan a este tipo de individuos psicópatas desalmados. Otros hombres tienen, tal vez, excesiva conciencia moral como Hans o Edipo en la mitología griega.


Hemos hablado mucho de la conciencia. Este especie de juez íntimo que nos premia o nos castiga y que examina continuamente nuestras acciones, pero ¿qué es?


Desde una postura tradicional y religiosa siempre se ha considerado que la conciencia es el mismo Dios que forma parte de nosotros y que todo lo ve. Un juez neutro y equitativo. Incluso algunos filósofos han querido ver en el hecho de que el hombre tenga conciencia moral una prueba explícita de que Dios existe. Si Dios no existe todo está permitido, decía el escritor ruso Dostoyeski, pero el filósofo alemán del siglo XVlll Immanuel Kant, aunque era anterior al escritor ruso, parece dar la vuelta a este argumento. Decía Kant que precisamente porque íntimamente reconozco que no todo me está permitido, precisamente porque hay en mi interior una conciencia que me dice lo que es correcto o incorrecto y me puede premiar y castigar a mi pesar, debe existir Dios.


No obstante, la explicación religiosa no es la única teoría sobre la conciencia. En el siglo XX Freud nos da otra que tiende a eliminar todo misterio. Dice Freud que nacemos sin conciencia ni lenguaje, como los animales. Durante los primeros años de vida, fundamentalmente los seis primeros, vamos adquiriendo lenguaje y conciencia, y nos vamos haciendo humanos. El padre, cuando somos muy pequeños, nos prohíbe ciertas cosas y nos permite otras. Si hacemos lo que él quiere nos premia con halagos y caricias, y si no es así nos pone mala cara e incluso, a veces, nos da un azote. El niño al principio sólo busca la caricia paterna y huye del posible castigo, pero poco a poco la figura de su padre, que viene a ser como un juez, se mete en su cabeza y se queda allí para siempre. En adelante esta figura paterna interiorizada, que Freud llama Superyo y que no es otra cosa que la conciencia moral, será la que nos premiará con la satisfacción íntima al hacer algo bueno o con la culpa si realizamos algo malo. La conciencia depende entonces de nuestra educación, y sobre todo del tipo de persona que haya sido nuestro padre y del tipo de relación que hayamos tenido con él. Para Freud Dios no tiene nada que ver con la moral.

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