Filólogos son los que enseñan la lengua de Homero. Y, sin
embargo, filólogos son también los enamorados de las palabras. Y es cosa sabida
que amar las palabras es la básica condición para pensar correctamente o
escribir un hermoso poema de amor.
Pero sin la lengua griega, el filósofo y el poeta que todos
llevamos dentro tendrían la embarazosa tarea de inventar otra palabra más
precisa que ‘idea’ con la que pensar ideas. Y otra más bella para decir
poema.
Sin nociones de griego, aunque seas Nobel de Física,
ignorarás que dividir un átomo es imposible. Siendo un carismático
parlamentario o un meticuloso gramático, desconocerás que cuando dices
monarquía, utopía, democracia, metáfora o alegoría estás hablando en griego sin
saberlo. Podrás ser un respetado biólogo que almacena en su memoria el nombre
de todos los animales, pero te costará entender que un cefalópodo tiene el
cerebro en los pies. Si tu vocación es la cirugía, deberás buscar en el
diccionario qué es una histerectomía. Y aun siendo medallista olímpico, no
sospecharás que un gimnasta vestido es una contradicción o que la verdad
desnuda es una redundancia.