Si echamos un vistazo a los escritos de Harrington,
Montesquieu y Rousseau, independientemente de sus preferencias políticas,
coinciden en una cuestión epistemológica clara: constituir el poder a partir de
sorteo es propio de las democracias mientras que la elección de cargos es más
afín a formas aristocráticas. Para estos autores las llamadas democracias
actuales serían más bien formas representativas de gobierno de carácter
aristocrático, a menudo llamadas repúblicas. Los revolucionarios franceses y los
padres de la nación de EE.UU tenían clara esta diferencia. ¿Por qué entonces
incluimos hoy a la antigua polis ateniense, donde predominaba el sorteo, y a
los gobiernos representativos electos en la misma categoría política? La
respuesta no es fácil, y habría que analizar el discurso político de los
últimos 200 años, pero adelantamos dos pinceladas. Tanto el sorteo como la
elección se oponen al gobierno por herencia propio del antiguo régimen, y esto
paredce hermanarlos. También el desafortunado título del libro de Tocqueville
“La democracia en América” abundó en la confusión de los términos.
La
democracia antigua no implicaba que todos los cargos se obtuvieran por sorteo.
En la antigua Atenas se combinaba el sorteo con la elección de magistrados,
pero dando prioridad al sorteo. De 700 magistrados alrededor de 600 lo eran por
sorteo. Se prefería la elección solamente en algunas áreas especializadas como la militar y la
financiera. Así, los jefes del ejército y los contables públicos eran elegidos.
Puesto que tenemos muchas razones para pensar que los antiguos atenienses no
eran tontos, ¿qué mecanismos utilizaban para neutralizar los posibles
inconvenientes del azar en la asignación de cargos? Primero dos de tipo
general. La rotación, que posibilitaba que los ciudadanos atenienses pudiesen
ejercer como magistrados una sola vez en la vida durante un año (con la
excepción de la boule o consejo que debido a cuestiones demográficas podían ser
dos veces). Y la naturaleza colegiada de las instituciones democráticas. Existían
otros mecanismos preventivos antes, durante y después de la asignación del
cargo. Antes del mandato existía el voluntariado, que permitía una forma de
autocensura, ya que los que no se consideraban a sí mismos capaces no se
presentaban al sorteo. La docimasia, una especie de examen de aptitud que
permitía eliminar a los bandidos y a los locos; y el ostracismo que permitía
inhabilitar temporalmente a un ciudadano considerado como peligroso: cada
ciudadano podía designar a otro y el más votado era alejado de la vida política
durante diez años. Durante el mandato, los magistrados eran revocables en todo
momento por un voto de la Asamblea. Al final del mandato, los magistrados
debían rendir cuentas y tal acontecimiento era seguido de recompensas honoríficas
o de sanciones eventualmente severas. El riesgo de sanciones hacía que se
presentasen al sorteo menos voluntarios potencialmente peligrosos para la
democracia. Incluso tiempo después del mandato dos procedimientos de acusación
pública permitían encausar a ciudadanos presuntamente culpables: el graphe paranomon y la Eisangelia, uno para reexaminar una decisión de la
Asamblea (se podía castigar a un ciudadano que hubiera inducido con sus
argumentos a adoptar un proyecto a la asamblea que resultara perjudicial para la polis), y el
otro permitía acusar a un magistrado de una acción política o de un
presunto delito que lesionaba los intereses de la ciudad, como una corrupción o
un complot.
En resumen. La elección presupone que se puede confiar en
la virtud de algunos ciudadanos. Se confía en los mejores, de modo que los
mecanismos de control son mal vistos. Mientras que el sorteo asume los
conflictos y las imperfecciones individuales. Desconfiar del poder se considera
virtud política y por tanto se prevén controles en todas las etapas.
Tras esta escueta reflexión me surgen dos dilemas:
¿Seguimos desprestigiando el sorteo como una fórmula loca de
designar gobernantes o lo dignificamos fijándonos en el modelo griego? ¿Seguimos llamando democracia a los modelos electivos o
rescatamos el genuino nombre de gobiernos representativos?
Recomiendo a los interesados en el tema el
extraordinario libro de Bernand Manin “Los principios del gobierno representativo"
También muy interesante el siguiente enlace donde Francis Dpuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Quebec, ananliza El espíritu antidemocrático de las "democracias" modernas.
También muy interesante el siguiente enlace donde Francis Dpuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Quebec, ananliza El espíritu antidemocrático de las "democracias" modernas.