PRESENTACIÓN

martes, septiembre 22, 2015

EL LABERINTO DE LAS REPÚBLICAS


Cuarta parte (viene de la monarquía partidocrática)


¿Qué es una república? La primera vez que se habla de república en la historia es en Roma. Al principio Roma era una monarquía. Los romanos se dieron cuenta de que el poder del rey, inmenso y concentrado, tendía a ser despótico y hacía a Roma vulnerable: la clase baja tenía poco que decir en las decisiones políticas y a menudo reyes etruscos accedian al poder romano y controlaban sin excesivos problemas a toda la población. Tras expulsar al último rey estrusco los romanos idearon una forma de gobierno que convirtió el poder en una especie de red sin una cabeza visible. Se trataba de que el poder político estuviese más controlado y repartido entre la población. La política no era ya una cosa particular, algo propio de un rey o un jefe carismático. Ahora era la res publica, la cosa de todos. En la república romana dos cónsules gobernarían Roma durante un período de un año, tras el cual serían sustituidos por otros. La antigua institución del senado, compuesta por la aristocracia agícola de los primeros habitantes de Roma (los patricios), actuaba ahora como consejera de las grandes decisiones. De hecho, ningún cónsul gobernó contra la opinión y el sabio consejo del senado. El resto de la población (la plebe), aunque tenía la ciudadanía romana, no tenía poder político. No obstante, esta situación duró poco. De acuerdo con el espíritu de la nueva forma de gobernar Roma la plebe fue adquiriendo muy pronto poderes políticos importantes. Se crean los tribunos, cargo durante un año que permitía a un representante de la plebe fiscalizar las decisiones políticas de los cónsules o del senado ejerciendo el derecho de veto. También se creó el plebiscito, la consulta al pueblo para aprobar una ley. 
      Así podemos resumir que la república romana surge para varios fines: controlar el poder, es decir, que unos poderes vigilen a otros; y que todos los ciudadanos participen del poder y no lo haga solo una élite privilegiada.
    En el lenguaje cotidiano los términos monarquía y republica se suelen definir de un modo simple, circular y negativo: monarquía es lo que no es república y viceversa. En la primera hay rey y no en la segunda. Quizá podríamos añadir otro rasgo que intuitivamente se suele pensar unido a estas dos palabras: en la monarquía el poder se hereda y en la república se elige. Sin embargo en la ciencia política se intenta dar definiciones positivas que desde luego resultarán algo más complejas que las anteriores. Si buscamos el denominador común de lo que Montesquieu, Locke y Rousseau entienden por república encontramos que se trata de una forma política donde el poder emana de abajo a arriba, desde el pueblo, la nación o la ciudadanía hasta el estado. Tal poder se manifiesta en una asamblea encargada de hacer las leyes. Esta asamblea estará formada por todos los ciudadanos o por sus representantes debidamente elegidos. Rousseau considera que solo es república si la asamblea está formada por todos los ciudadanos y no admite la representación. No obstante, aconsejó para Polonia una federación de condados con representantes elegidos por el pueblo, lo que nos hace pensar que no consideraba imprescindible su rígida exigencia para considerar un estado como república. En cualquier caso los tres pensadores tienen claro que un gobierno despótico, donde el poder se ejerce de modo arbitrario, o una monarquía absoluta no es una república. Sin traicionar en exceso lo que tan grandes pensadores dijeron, se ha dado en llamar república a cuatro formas políticas diferentes.

República parlamentaria sería un sistema político donde el poder deriva de un parlamento representativo. El parlamento hace las leyes y elige al ejecutivo. El rey, que en las monarquías parlamentarias tiene un poder simbólico, desaparece. Por lo demás, monarquía parlamentaria y república parlamentaria serían de facto prácticamente iguales.
            Del mismo modo, una república partidocrática sería equivalente a una monarquía partidocrática. La única diferencia es que en la primera el jefe del estado es un rey con cargo heredado y en la segunda el jefe del estado es elegido por el parlamento. En cualquier caso, lo verdaderamente importante es que no hay independencia entre el poder ejecutivo y el legislativo y no hay auténtica representación de la ciudadanía. La sociedad política está desligada de la sociedad civil. Todas las repúblicas europeas excepto las de Suiza y Francia son partidocráticas. La segunda república española también lo fue.
            En una república popular se pretende que sea el pueblo el encargado de elaborar las leyes y gobernar. No obstante, el pueblo se identifica con un grupo determinado. Puede ser una clase social como en las repúblicas comunistas: el pueblo no son los burgueses o aristócratas, sino los trabajadores o proletarios. A veces el pueblo es asimilado al concepto de nación. El pueblo entonces es la nación. La nación puede identificarse con una raza, como en el nazismo; otras veces con los portadores de una cultura y tradición que suelen exhibir una lengua propia como signo y prueba de su diferencia. Y en ocasiones con una religión.
El pueblo se organiza en una asociación o partido y toma el poder político. Lo puede hacer de modo legal, como lo hizo Hitler, o de modo revolucionario como los bolcheviques en la revolución soviética. En cualquier caso, tras  tomar el poder, se constituye una forma de Estado popular. La vanguardia del partido del pueblo conforma la sociedad política y se hace independiente de la sociedad civil. Las repúblicas populares son sistemas de partido único y por tanto no hay pluralismo político.
       En el ámbito occidental las repúblicas populares se sirven del concepto de soberanía. Hobbes habló extensamente de la soberanía del rey en las monarquías absolutas. El rey tenía el poder y estaba más allá de la ley moral. Podía cometer iniquidad, pero no injusticia. Su función era garantizar que los pactos y contratos se cumpliesen en la sociedad civil, es decir, era garante de la ley, pero no tenía por qué someterse a ella. Por eso era soberano. De él emanaba la ley y la acción política. Posteriormente Rousseau rectifica a Hobbes y proclama que la soberanía reside en el pueblo. En la revolución francesa, en gran medida inspirada en Rousseau, se proclama que la soberanía reside en la nación y, consiguientemente, son los representantes de la nación los que ejercen, por delegación, la soberanía. Este poder soberano es indivisible y absoluto.
      La cuarta forma republicana es la constitucional, la vigente hoy en los EE.UU. Su nombre está justificado por su paralelismo con la monarquía constitucional donde había cierto enfrentamiento y mutua vigilancia entre el poder ejecutivo y el legislativo. El nombre utilizado también es coherente con el artículo dieciséis de los derechos del hombre y el ciudadano proclamado por la asamblea francesa en 1789: Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene Constitución, de lo que se deriva que un régimen constitucional lo es si consagra la división de poderes... 

Continúa en La república constitucional

No hay comentarios:

Publicar un comentario