El parlamento
representativo es una herencia liberal que se pone en práctica por primera vez
en Reino Unido y que se generaliza en el continente europeo tras la Revolución
francesa. Los electores eligen representantes por distrito a una o dos vueltas.
Los diputados son elegidos a título individual para defender los intereses de
sus distritos y los de la nación. Obviamente tienen una concepción ideológica
más o menos común con la del partido o asociación a la que suelen pertenecer, y
el elector también tiene en cuenta esto
a la hora de emitir su voto. No obstante, el diputado no está sometido a
mandato imperativo del partido ni al de su representante. Obra siempre en
conciencia. No es un mandatario que actúe al dictado, es un representante que
trata de defender los interese de sus representados lo mejor que puede. A la
hora de defender su distrito puede unirse en el parlamento con otros diputados
con similares intereses. Por ejemplo, si dos distritos tiene dificultad en el suministro
de agua o tienen pocas zonas verdes, diputados de partidos diferentes se suelen
unir para procurar una solución. Igualmente ocurre con cuestiones políticas que
no están claramente delimitadas ideológicamente. Hoy a estas cuestiones las
solemos denominar trasversales: los matrimonios entre homosexuales, las
corridas de toros o la controvertida guerra de Irak, por ejemplo. Aunque el
jefe del partido dictase una respuesta, el diputado puede actuar en conciencia
en contra de la mayoría del partido si es necesario. Actualmente podemos ver
estos debates entre diputados del mismo partido en el parlamento de Reino
Unido, por ejemplo. De la pluralidad de representantes surge así la unidad de
acción, pues la mayoría siempre se impone a la minoría. Y esta mayoría no
siempre está constituida por miembros del mismo partido.
Antes de la primera guerra
mundial el sistema político alemán no era desde luego perfecto, pero en la
República de Weimar, gracias la constitución de 1919, el parlamento se
convirtió en un parlamento de partidos sin ninguna representación real.
Los partidos se convirtieron en
sólidas estructuras verticales avaladas por el estado, ajenos a la sociedad
civil. Y el sistema electoral dejó de ser mayoritario y pasó a ser
proporcional: los votantes no elegían individuos, sino una lista de candidatos
elaborada por el jefe del partido. La lealtad del diputado hacia el estado, a
la constitución, al distrito, a los ciudadanos y a su propia conciencia fue
sustituida por la lealtad hacia el partido. Esta lealtad se convertía en una
cuestión de supervivencia en virtud de un mandato imperativo del partido que si
no estaba explicitado de iure, actuaba siempre de facto. El
diputado resultaba ser un títere de la dirección. Podía desobedecer, pero la
consecuencia era el ostracismo político en la siguiente legislatura. Cuando no
había mayoría absoluta, y esto ocurre tarde o temprano en un parlamento de
partidos con un sistema electoral proporcional de listas, las coaliciones entre
partidos hacían imposible llevar a cabo una política independiente. Resultaban
entonces gobiernos demasiado débiles para gobernar, pero lo bastantes fuertes
para impedir que otros lo hicieran. En la república de Weimar la vida pública y el estado mismo
desembocaron en un sistema de pactos y compromisos, “pacta sunt servanda”,
semejante al del estado estamental de la Edad Media. Lo que prevalecía era el
pacto entre los partidos, casi siempre por intereses espurios ajenos al bien
común (hoy lo llamamos consenso), y la constitución resultaba tan elástica como
un chicle y tan interpretable como un oráculo.
En la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales alemanas de marzo de 1932 Hitler queda en segunda
posición con un 36,8%. Cifra incapaz de darle la presidencia de modo
automático. En las elecciones parlamentarias del 6 de noviembre de 1932 el
partido nazi consigue un 33% de los votos. Muy lejos de una mayoría absoluta.
No obstante, pactos, consensos e intrigas varias posibilitaron finalmente que
en enero de 1933 Hitler se hiciese con el poder en Alemania. Lo demás es de
sobra conocido.
En febrero de 1933 el insigne
jurista Carl Schmitt era crítico con la republica pero también lo era con los
nazis. Su planteamiento conservador pasaba por reforzar la autoridad del
presidente Hindenburg y debilitar así el parlamento de partidos que era el
origen de todos los males. Schmitt reflexiona sobre la situación en un breve
escrito titulado “Evolución del estado total en Alemania” (weiterentwicklung
des totalen Staats in Deutschland). La crítica que Schmitt hace es aguda y
detallada, aunque las soluciones propuestas en sus escritos posteriores no
pasaban desde luego por un retorno al parlamentarismo liberal. Nos viene a
decir en la obra citada que la delicada situación política alemana fue posible gracias
al parlamento de partidos, dependientes del estado, y que las cosas hubieran
sido diferentes con los partidos de opinión al viejo estilo liberal,
dependientes fundamentalmente de la sociedad civil. En Alemania los partidos,
sobre todo el comunista y el nazi, proporcionaban a sus seguidores la correcta
concepción del mundo en todos los aspectos posibles. La voluntad del pueblo
transcurrió entonces por tantos canales como partidos, sin posible
convergencia, pues no hay modo de entenderse cuando cada uno es una totalidad
perfecta y cerrada en sí misma. Consecuentemente, la unidad del estado se
convirtió en una entelequia. “En esta situación todas las instituciones
constitucionales decaen y se desnaturalizan, todas las atribuciones legales e
incluso todas las interpretaciones y argumentos se instrumentalizan y devienen
medios tácticos de la lucha de un partido contra otros y de todos los partidos
contra el Gobierno”
En fin, la Historia suele repetirse aunque nunca lo hace exactamente
igual. El advenimiento del nazismo acabó con la República de Weimar. Por mi
parte tan solo espero que la caída del régimen de 1978 nos traiga por fin un
parlamentarismo verdaderamente representativo donde la lealtad de los diputados
a los ciudadanos, a la unidad de la nación y a la futura constitución que está
por venir, sustituya a la disolvente lealtad partidaria de los tiempos que nos
han tocado. No es algo utópico: Reino Unido o Francia lo tienen. ¿Por qué no
nosotros? Creo que en este caso no hay termino medio: o nos viene esto o lo
otro. ¿Hace falta que sea más explícito?
Fuente principal: "El Estado de partidos" de Manuel García Pelayo.
Muy buena postura, concuerdo
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