PRESENTACIÓN

lunes, febrero 01, 2016

HITLER Y EL PARLAMENTO DE PARTIDOS


El  parlamento representativo es una herencia liberal que se pone en práctica por primera vez en Reino Unido y que se generaliza en el continente europeo tras la Revolución francesa. Los electores eligen representantes por distrito a una o dos vueltas. Los diputados son elegidos a título individual para defender los intereses de sus distritos y los de la nación. Obviamente tienen una concepción ideológica más o menos común con la del partido o asociación a la que suelen pertenecer, y el  elector también tiene en cuenta esto a la hora de emitir su voto. No obstante, el diputado no está sometido a mandato imperativo del partido ni al de su representante. Obra siempre en conciencia. No es un mandatario que actúe al dictado, es un representante que trata de defender los interese de sus representados lo mejor que puede. A la hora de defender su distrito puede unirse en el parlamento con otros diputados con similares intereses. Por ejemplo, si dos distritos tiene dificultad en el suministro de agua o tienen pocas zonas verdes, diputados de partidos diferentes se suelen unir para procurar una solución. Igualmente ocurre con cuestiones políticas que no están claramente delimitadas ideológicamente. Hoy a estas cuestiones las solemos denominar trasversales: los matrimonios entre homosexuales, las corridas de toros o la controvertida guerra de Irak, por ejemplo. Aunque el jefe del partido dictase una respuesta, el diputado puede actuar en conciencia en contra de la mayoría del partido si es necesario. Actualmente podemos ver estos debates entre diputados del mismo partido en el parlamento de Reino Unido, por ejemplo. De la pluralidad de representantes surge así la unidad de acción, pues la mayoría siempre se impone a la minoría. Y esta mayoría no siempre está constituida por miembros del mismo partido.
Antes de la primera guerra mundial el sistema político alemán no era desde luego perfecto, pero en la República de Weimar, gracias la constitución de 1919, el parlamento se convirtió en un parlamento de partidos sin ninguna representación real.
Los partidos se convirtieron en sólidas estructuras verticales avaladas por el estado, ajenos a la sociedad civil. Y el sistema electoral dejó de ser mayoritario y pasó a ser proporcional: los votantes no elegían individuos, sino una lista de candidatos elaborada por el jefe del partido. La lealtad del diputado hacia el estado, a la constitución, al distrito, a los ciudadanos y a su propia conciencia fue sustituida por la lealtad hacia el partido. Esta lealtad se convertía en una cuestión de supervivencia en virtud de un mandato imperativo del partido que si no estaba explicitado de iure, actuaba siempre de facto. El diputado resultaba ser un títere de la dirección. Podía desobedecer, pero la consecuencia era el ostracismo político en la siguiente legislatura. Cuando no había mayoría absoluta, y esto ocurre tarde o temprano en un parlamento de partidos con un sistema electoral proporcional de listas, las coaliciones entre partidos hacían imposible llevar a cabo una política independiente. Resultaban entonces gobiernos demasiado débiles para gobernar, pero lo bastantes fuertes para impedir que otros lo hicieran. En la república de Weimar  la vida pública y el estado mismo desembocaron en un sistema de pactos y compromisos, “pacta sunt servanda”, semejante al del estado estamental de la Edad Media. Lo que prevalecía era el pacto entre los partidos, casi siempre por intereses espurios ajenos al bien común (hoy lo llamamos consenso), y la constitución resultaba tan elástica como un chicle y tan interpretable como un oráculo.
En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales alemanas de marzo de 1932 Hitler queda en segunda posición con un 36,8%. Cifra incapaz de darle la presidencia de modo automático. En las elecciones parlamentarias del 6 de noviembre de 1932 el partido nazi consigue un 33% de los votos. Muy lejos de una mayoría absoluta. No obstante, pactos, consensos e intrigas varias posibilitaron finalmente que en enero de 1933 Hitler se hiciese con el poder en Alemania. Lo demás es de sobra conocido.
En febrero de 1933 el insigne jurista Carl Schmitt era crítico con la republica pero también lo era con los nazis. Su planteamiento conservador pasaba por reforzar la autoridad del presidente Hindenburg y debilitar así el parlamento de partidos que era el origen de todos los males. Schmitt reflexiona sobre la situación en un breve escrito titulado “Evolución del estado total en Alemania” (weiterentwicklung des totalen Staats in Deutschland). La crítica que Schmitt hace es aguda y detallada, aunque las soluciones propuestas en sus escritos posteriores no pasaban desde luego por un retorno al parlamentarismo liberal. Nos viene a decir en la obra citada que la delicada situación política alemana fue posible gracias al parlamento de partidos, dependientes del estado, y que las cosas hubieran sido diferentes con los partidos de opinión al viejo estilo liberal, dependientes fundamentalmente de la sociedad civil. En Alemania los partidos, sobre todo el comunista y el nazi, proporcionaban a sus seguidores la correcta concepción del mundo en todos los aspectos posibles. La voluntad del pueblo transcurrió entonces por tantos canales como partidos, sin posible convergencia, pues no hay modo de entenderse cuando cada uno es una totalidad perfecta y cerrada en sí misma. Consecuentemente, la unidad del estado se convirtió en una entelequia. “En esta situación todas las instituciones constitucionales decaen y se desnaturalizan, todas las atribuciones legales e incluso todas las interpretaciones y argumentos se instrumentalizan y devienen medios tácticos de la lucha de un partido contra otros y de todos los partidos contra el Gobierno” 
En fin, la Historia suele repetirse aunque nunca lo hace exactamente igual. El advenimiento del nazismo acabó con la República de Weimar. Por mi parte tan solo espero que la caída del régimen de 1978 nos traiga por fin un parlamentarismo verdaderamente representativo donde la lealtad de los diputados a los ciudadanos, a la unidad de la nación y a la futura constitución que está por venir, sustituya a la disolvente lealtad partidaria de los tiempos que nos han tocado. No es algo utópico: Reino Unido o Francia lo tienen. ¿Por qué no nosotros? Creo que en este caso no hay termino medio: o nos viene esto o lo otro. ¿Hace falta que sea más explícito?
 

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