La culpa de que
sigamos con un gobierno en funciones no es de la abstención del PSOE ni de la
rigidez de Rajoy, sino de nuestro sistema electoral. A menudo pensamos
que esta cuestión es baladí, que lo importante es elegir a los diputados por
medio de un voto y lo de menos es el modo. Pero lo cierto es que la forma en la
que elegimos a nuestros diputados es una pieza clave. Con ella comprometemos el
mismo sistema representativo, pues el procedimiento electoral proporcional de
listas, vigente en nuestro país, pone en cuestión la misma esencia del
parlamentarismo. ¿Podría ocurrir un
bloqueo institucional parecido con procedimiento electoral de mayorías? Quizá,
pero sería altamente improbable.
El Parlamento representativo clásico es una herencia liberal que se
pone en práctica por primera vez en Reino Unido, se generaliza en el continente
europeo tras la Revolución francesa y se mantiene vigente durante prácticamente
todo el siglo XIX. Los diputados son elegidos para defender los intereses de
sus distritos y los de la nación. Los ciudadanos eligen a un
representante por distrito usando el sistema electoral de escrutinio uninominal
mayoritario: el candidato con más votos gana. Los representantes tienen
libertad de conciencia, pero están sometidos a tres lealtades que no siempre
pueden conciliar: a los ciudadanos del distrito por el cual fueron elegidos, a
los principios ideológicos básicos de su partido y a la propia nación. La
conciencia libre del representante habrá de dirimir los posibles conflictos
entre ellas, pues no debe obediencia a nadie.
El sistema clásico de representación es clásico, sí, pero no obsoleto o
ineficaz. Si insisto en la palabra clásico es porque considero que tiene la
dignidad suficiente para ser modelo a imitar. Hoy en día sigue vigente en Reino
Unido y en Francia, dos grandes países de los que tendríamos seguramente algo
que aprender. En Reino Unido el candidato de distrito sigue eligiéndose
a una sola vuelta, pero en Francia, desde la V República, lo eligen en una
segunda vuelta si nadie ha conseguido mayoría absoluta en la primera. El
sistema se perfeccionó. Sin embargo en el siglo XX en el resto de Europa se
impuso el sistema de listas proporcional de elección. Desde la Transición está
vigente también en España. ¿Fue un error? Juzguen ustedes tras la comparativa
con el sistema británico.
En Reino Unido es la
militancia del partido la que elige al candidato. Cierto que el partido puede
proponer uno, pero en cualquier caso debe ser admitido por las bases del
distrito correspondiente. Sin embargo, en España el jefe del partido elabora
con mano de hierro las listas electorales de todo el país.
Los grandes partidos
británicos concentran en una dirección nacional las decisiones políticas
fundamentales: lo que da entidad ideológica al partido. ¿Se podría decir
entonces que los electores británicos votan pensando en su partido y no en el
diputado? Quizás, pero cada diputado tiene una oficina en su distrito y
parte de su trabajo es estar allí para atender a sus vecinos. Los electores
votarán por intereses nacionales o por cuestiones locales. Y, algunas veces,
por ambas cosas. A saber. Pero en cualquier caso votan a una persona. Y esta
persona, no el partido, será el responsable de sus decisiones políticas. En España
votamos a una lista en la que no conocemos a la mayoría de los candidatos.
Además es impensable que nuestros diputados nos concedan audiencia para atender
a los problemas de nuestro barrio. ¿Verdad?
Ciertamente en todos los
países los partidos políticos intentan imponer su disciplina, pero el sistema
electoral español consigue de los diputados una obediencia ciega impensable en
Reino Unido. En el Parlamento británico los miembros del gobierno se sientan en
el primer banco. Tras ellos se sientan los diputados más afines y obedientes:
los que forman parte de la estructura del partido. Pero los diputados que están
situados más atrás están menos involucrados en esta estructura y son más
independientes. Aunque el jefe dictase una orden, pueden incumplirla si su
conciencia y su distrito lo aconsejan. Se produce así cierto equilibrio inestable
que hace del Parlamento una institución viva y verdaderamente deliberativa. Los
ejemplos son múltiples. Muchos parlamentarios laboristas se rebelaron contra la
postura oficial de su partido en las votaciones sobre la guerra de Irak y, en
cierto modo, los gobiernos de Margaret Thatcher y Tony Blair cayeron por la
oposición de parte de sus diputados. Nada parecido a esto sería posible en
España donde las sesiones parlamentarias son una sucesión de monólogos llenas
de consignas partidarias. La razón es que nuestros diputados solo rinden
pleitesía a su secretario general: su único jefe.
En
fin, las preguntas son obligadas: con un sistema electoral uninominal de
mayorías, ¿seguiría siendo Rajoy el jefe del PP?, ¿seguiría siendo Sánchez el
líder del PSOE? Y en cualquier caso, ¿seguirían los ochenta y cinco diputados
del PSOE obedeciendo como clones y votando no en la investidura?,
¿cuántos diputados del PP dejarían de votar al candidato actual de su propio
partido?
Publicado en el diario INFORMACION de Alicante el día 6 de septiembre de 2016