PRESENTACIÓN

miércoles, octubre 30, 2019

LAS RELIGIONES POLÍTICAS Y LOS NUEVOS SANTOS

Para el escritor norteamericano Michael Walzer la Modernidad empezó con lo que él dio en llamar la revolución de los santos, puritanos calvinistas del siglo XVII que inauguraron la política radical y se adueñaron del Estado. Pero aunque ha pasado ya mucho tiempo, la verdad es que desde entonces los nuevos santos no han dejado de habitar el poder.

Fue el empeño jacobino de hacer de la pureza de corazón la principal virtud política lo que originó el periodo de Terror en la Revolución Francesa. Vinieron luego otros terrores y otros santos. Todos laicos, pero llenos de fervor religioso. Y hoy, como ayer, para multitud de ateos imbuidos de santidad al modo del incorruptible Robespierre; nada tiene valor si no se deriva de un corazón puro y la correspondiente fe.

El asalto al poder de estos nuevos santos nos lo explico en 1938 el gran filósofo de la política Eric Voegelin con un libro memorable nunca suficientemente leído: Las religiones políticas. Toda civilización camina de la mano de una religión. Cuando se la expulsa de la conciencia social, el poder político asume otras sin percatarse de que los son. Lo reprimido retorna siempre; pero deformado neuróticamente, nos dice Freud: esa es nuestra peculiar tragedia contemporánea.

Para Voegelin las religiones que apelan a lo transcendente tienden a poner límites al poder político, así fue en la Edad Media según la tesis de nuestro autor; pero las pseudoreligiones inmanentes que crecen a la sombra del Estado moderno, convierten a éste en Dios: el Estado se legitima a sí mismo y entra en una deriva totalitaria. En el siglo XX la religiosidad nazi y bolchevique alcanzó su apogeo. Hoy, si usted no comulga con el animalismo, con el nuevo feminismo ni con los adolescentes profetas del apocalipsis climático; no es un disidente, es un hereje. El panóptico le observa y el Estado lo sabe.

Aunque usted es muy consciente de que sus pensamientos no están a la moda (la mayoría de los periódicos e informativos de televisión le evidencian la incómoda disonancia), no acaba de entender cuales son sus imperdonables pecados, y es por eso que en reuniones familiares o en su lugar de trabajo tiene a veces la extraña necesidad de confesarse. Tanto si habla como si calla, está perdido. Los devotos de las religiones políticas se han convertido en inquisidores y usted es sospechoso: su silencio le condenará y sus palabras también; pues lo que dice, por más que se declare inocente con lo que usted cree que son buenas razones, será considerado solo el disfraz de lo que oculta y no quiere decir. A los terroristas etarras el Estado les ha concedido una bula y han sido perdonados por lo que hicieron en el pasado (aunque asesinaron mujeres y niños hoy son sinceros feministas y protectores de la infancia); pero recuerde que usted está excomulgado y nunca será perdonado por lo que podría llegar a hacer en el futuro (también Hitler fue un jovencito encantador que pintaba cuadros y nos engañó a todos). Podrá donar una gran fortuna para beneficiar a los enfermos de cáncer, incluso acudir al día del orgullo gay con zapatos de plataforma o clamar vehementemente en la plaza pública que defiende los derechos de todas las mujeres del mundo; pero "no, bonita", no perteneces al grupo de los piadosos. Ni siendo feminista, negra y lesbiana te admitirían en él.

Un mundo sin piedad es un tormento, pero con algunas piedades puede ser un infierno. La piedad de los piadosos que sin juicio previo asumen que usted no lo es, tiene imprevisible consecuencias: «La piedad, en cuanto resorte de la virtud, ha probado tener una mayor capacidad para la crueldad que la crueldad misma», nos recuerda Hannah Arendt repasando lo acontecido en pasadas revoluciones. No resultan extrañas entonces las frases que una sección de la Comuna de París presenta a la Convención Nacional: «Por piedad, por amor, por humanidad, seamos inhumanos; de este modo, el hábil y salutífero cirujano, con su estilete benevolente y cruel, corta la pierna gangrenada a fin de salvar el cuerpo del enfermo», donde la pierna gangrenada podría ser por ejemplo usted mismo. O un servidor, después de escribir este herético artículo. Cierto que hoy las revoluciones van a cámara lenta, se adornan con velitas y se hacen con sonrisas. Pero no se confíe demasiado: si "el cuerpo está enfermo", algo habrá que hacer con "la pierna".

Dios nos libre de gobernantes “santos” dispuestos a imponernos "el Bien" por nuestro propio bien.


Publicado el 8 de Agosto de 2019 en DISIDENTIA.




miércoles, abril 10, 2019

MADURO Y "LA IZQUIERDA DIVINA"

En un reciente mitin Pedro Sánchez ha dicho que “la izquierda nada tiene que ver con Maduro, que la izquierda es todo lo opuesto a Maduro”. Nuestro docto presidente no apuntaló sus palabras con argumento alguno.
Ante tan rotunda afirmación enseguida me vino a la mente la escolástica medieval. Mi imaginación se puso a fantasear. Imaginé entonces una distópica España donde la aseveración de Sánchez, cual dogma teológico, se asumiese por fe, revelación de algún libro sagrado o por la autoridad indiscutida de algún presunto sabio. ¿Qué nos diría el escolástico Pedro Sánchez para justificar su tesis?
Probablemente utilizaría el razonamiento silogístico. El ejemplo más clásico y famoso del susodicho razonamiento aristotélico expresaba que todo hombre es mortal y que, precisamente por eso, también Sócrates lo es. El nuevo, calcado del anterior, vendría a decir lo siguiente: Todo gobernante de izquierdas es un justo gobernante. Juan es un gobernante de izquierdas. Luego, Juan es un justo gobernante. Pero, ¿qué pasa si Maduro, que muchos consideran de izquierdas, es un tirano? Pues que no es un tirano o no es verdaderamente de izquierdas, que es la opción finalmente elegida por Pedro Sánchez. En virtud de una autoridad infalible (quizá Marx, Gramsci o Laclau), la premisa mayor quedaría intacta: Todo gobernante de izquierdas es un justo gobernante.
Pensé más detenidamente en ese mundo imaginado y descubrí que, después de todo, no era tan disparatado, pues tal escolástica política se aplicó profusamente en los años setenta. Cada vez se hacía más evidente que la URSS era una cruenta dictadura; sin embargo, muchos no lo veían así. Recuerdo al pobre Solzhenitsyn por televisión contando las penurias padecidas en su celda siberiana y denunciando las perversiones del sistema soviético. Y recuerdo también cómo una hueste de intelectuales se indignó por su mentiroso testimonio. El maltratado Solzhenitsyn se quedó pasmado al constatar el número de personas presuntamente inteligentes que negaban la evidencia y afirmaban que la URSS era un paraíso comunista.
A principios de los ochenta muchos empezaron a definir el sistema político de la URSS como capitalismo de Estado y, en ese preciso momento, dejaron de afirmar que la Unión Soviética era un paraíso. O sea, que finalmente la URSS no era comunista. No obstante, el silogismo seguía funcionando y la premisa mayor seguía intacta: un país comunista es un paraíso, ¡Acabásemos!
En los setenta el eficaz silogismo desprestigiaba automáticamente a los malintencionados críticos; todos ellos filocapitalistas, contrarrevolucionarios, derechistas y fascistas, Solzhenitsyn incluido. Y es que las cosas habían cambiado muy poco desde que Galileo tuvo que admitir, a fuerza de silogismo, que la Tierra no se movía y el Sol giraba a su alrededor.
La escolástica medieval acabó por ceder ante el empirismo de Francis Bacon y el racionalismo cartesiano. La experiencia y la razón, y no la autoridad de un presunto sabio o de un texto sagrado; eran los procedimientos adecuados para alcanzar sólidos conocimientos. Bacon y Descartes advertían, además, que el razonamiento silogístico servía para exponer con claridad algo previamente asumido como verdad, pero resultaba inútil para deducir una nueva verdad. O sea, que se trataba de un engañabobos.
Obviamente el tema de este artículo no es averiguar si Maduro es de izquierdas o si los gobernantes de izquierdas pueden ser tiranos, bizantinos problemas que rebasan mi capacidad. El asunto, más urgente por básico y elemental, es de orden epistemológico: ¿es mejor ser escolástico, empirista o racionalista? Usted, estimado lector, tiene la última palabra.
Publicado el 31 de Enero de 2019 en Disidentia