Tengo ya una edad en la que las veleidades rousseaunianas han dejado de ser tomadas en serio a fuerza de topar con la realidad. Y a regañadientes doy cada vez más la razón a Hobbes. Permítaseme ser pesimista. Poco ayuda. Lo sé. Pero menos aún el optimismo infundado o el vano voluntarismo. De nacionalismo hablamos. Catalán o vasco, tanto da.
Recuerdo el estupendo libro de Stefan Zweig “El mundo de ayer”. Recuerdo como hablaba de la Viena del imperio austrohúngaro. Un mundo sólido, de apariencia inquebrantable. Idéntico al de sus padres y abuelos donde la promesa de la continuidad tranquila se respiraba en cada instante. Luego, la Gran Guerra. Y después, la segunda gran guerra. En apenas 40 años cambió el escenario. Y entre tanto, ocurrieron muchas cosas. Casi todas horribles. Muchos dicen que Europa murió en el proceso. Vivimos nosotros de sus ruinas. El hombre normal no sabe que todo es posible, dice David Rousset. Y nosotros, hombres y mujeres de la primera mitad del siglo XXI , deberíamos asumir el deber de no ser hombres normales. Todo es posible, sí. Incluso lo peor.
Recuerdo el estupendo libro de Stefan Zweig “El mundo de ayer”. Recuerdo como hablaba de la Viena del imperio austrohúngaro. Un mundo sólido, de apariencia inquebrantable. Idéntico al de sus padres y abuelos donde la promesa de la continuidad tranquila se respiraba en cada instante. Luego, la Gran Guerra. Y después, la segunda gran guerra. En apenas 40 años cambió el escenario. Y entre tanto, ocurrieron muchas cosas. Casi todas horribles. Muchos dicen que Europa murió en el proceso. Vivimos nosotros de sus ruinas. El hombre normal no sabe que todo es posible, dice David Rousset. Y nosotros, hombres y mujeres de la primera mitad del siglo XXI , deberíamos asumir el deber de no ser hombres normales. Todo es posible, sí. Incluso lo peor.