A menudo escuchamos a
nuestros políticos decir que “hay que ser tolerantes” o que “la tolerancia es
una virtud democrática”. También es común que el político de turno proclame que
hay que aplicar “tolerancia cero” a la violencia doméstica o a la apología del
terrorismo, evitando así
la palabra intolerancia por miedo a ser tachado de antidemocrático o
autoritario. Es obvio que la palabra tolerancia, como tantas otras propias del
lenguaje político, ha perdido su significado original y ha pasado a convertirse
en un mantra que tiende a hipnotizar tanto al que la dice como al que la
escucha. Es pertinente pues intentar aclarar un poco su significado originario.
La
tolerancia necesariamente implica el padecimiento de lo tolerado por parte del
sujeto que de hecho lo tolera. Y, por tanto, la admisión implícita de que lo
tolerado es malo, aunque si de hecho lo hemos tolerado es mejor tolerarlo que
no hacerlo. Es decir, lo tolerado es un mal menor o relativo. Análogamente a lo
que ocurre con la enfermedad y el remedio cuando se admite que es peor el remedio
que la enfermedad. Es decir, quien admite la enfermedad, según el dicho, no lo
hace porque sea buena, sino porque en comparación con el remedio propuesto le parece
mejor. De modo que decide que es preferible padecer la enfermedad a sufrir el
remedio. O sea, es mejor soportar la acción que toleramos que evitarla o tratar
de evitarla al no tolerarla. En este sentido tolerancia está directamente
relacionado con el término latino tolerare,
en cuanto apunta a un padecimiento o un soportar algo que no es agradable, que
quisiéramos no tener que soportar. El dueño de un local de actuaciones
musicales que explícitamente prohíbe fumar quizá tolere que fume allí la estrella
del pop que está ultimando un contrato para cantar en su local. Pues no
tolerarlo podría incomodar al artista y poner en peligro el contrato que le
aporta un claro beneficio. De modo que tendrá que soportar el humo de su
cigarro.
De la consideración anterior se deduce también que la
tolerancia implica también una cierta intención de provisionalidad y
excepcionalidad, pues si llegamos a convencernos de que siempre es mejor
tolerar, es porque consideramos que la acción en sí es buena y por tanto no tendría
sentido mantener el precepto. Es decir, si el empresario anterior llega a la
conclusión de que es bueno fumar o al menos no es malo (para la salud o para su
negocio, o para las dos cosas), consecuentemente debería dejar de prohibir
fumar.
La tolerancia no es indiferencia. A quien le es
indiferente que se cumpla un precepto considera que es igualmente bueno o
igualmente malo que se cumpla o no, pero el que tolera el incumplimiento de un
precepto considera que es mejor que, en ese caso concreto, el precepto no se
cumpla.
La tolerancia no es tampoco un mero dar permiso. Dar
permiso para dejar de cumplir un mandato implica que alguien explícitamente lo
pide. Pedir permiso implica un fijar la mirada en lo que se ha de permitir o
no; y si de hecho se concede, se superpone un nuevo precepto sobre el antiguo.
Pero la tolerancia significa lo contrario, un mirar hacia otro lado o hacer la
vista gorda, y desde luego no superponer ningún precepto nuevo sobre el que a
todas luces ha de considerarse válido. No es incongruente entonces que el jefe
tolere a sus trabajadores llegar cinco minutos tarde, y que sin embargo no les
dé permiso para hacerlo si se lo piden. No obstante, dar permiso y tolerar
coinciden en algo, en el carácter provisional y excepcional de lo tolerado o
permitido
Finalmente,
diremos que la tolerancia no es virtud. Siguiendo a Aristóteles, la virtud es
una acción buena o conveniente que además es un hábito. Es decir, la virtud es
una buena costumbre. Por ejemplo, la generosidad es una virtud en la medida que
consideramos que siempre es mejor ser generoso en relación con nuestros bienes
materiales y espirituales que no serlo, y en la medida que efectivamente
acostumbramos a comportarnos con generosidad. Pero no siempre es mejor ser
tolerante que no serlo. Tolerar el incumplimiento de un precepto a veces puede
ser bueno y otras malo. Pero aun en el caso de que sea bueno, esto no implica
que sea bueno entonces ser tolerante siempre y con todos los preceptos y
convertir así la tolerancia generalizada en una costumbre. Más bien esto sería
nefasto para el que tolera. Un Estado que tomase la tolerancia como una virtud,
por ejemplo; y en consecuencia tolerase el incumplimiento de sus leyes de una
forma continuada, es decir, asumiendo esa costumbre, estaría firmando su acta
de defunción. Por las mismas razones la tolerancia tampoco puede ser un vicio
moral, pues no siempre es malo tolerar. No obstante, aquel que es tolerante
cuando tiene que serlo y no lo es cuando no tiene que serlo, encontrando siempre
la ocasión adecuada, tiene evidentemente una virtud, que es la prudencia. Así
pues, la tolerancia bien administrada, aun no siendo una virtud, deriva sin
embargo de una virtud.
En fin, en mi humilde opinión no deberíamos tolerar que se diga tolerancia
cuando quizá se quiere decir respeto. Yo me enfadaría mucho si alguien dijese
que me tolera, y no se lo toleraría de ningún modo. Pero obviamente no me
enfado en absoluto cuando alguien me
respeta.
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