PRESENTACIÓN

jueves, octubre 31, 2013

ENSEÑANZA Y MELANCOLÍA



¿Es la Lomce una catástrofe? Lo más descorazonador de la ley Wert no es que sea una catástrofe. Sino que en lugar de combatir la permanente catástrofe que supone la Logse-loe, parece continuarla a su manera. Se desaprovecha entonces una fabulosa oportunidad para mejorar sustancialmente el sistema. Gran parte del mal de la ley Wert es lo que ésta sigue conservando de la ley anterior: la promoción de curso con más de dos asignaturas suspensas, por ejemplo. A esto se añaden nuevos males, como el desprecio palmario a las asignaturas de carácter humanístico fundamentales para una formación integral y no solo profesional. No obstante, hay algunas cosas buenas: la explícita diversificación y cierto rigor en los procesos selectivos, pues toda instrucción debe buscar excelencia, y quien no supera un mínimo de conocimientos no es segregado, simplemente ha suspendido y no puede ascender al nivel siguiente. De elemental justicia resulta también que el título de Eso y Bachillerato lo conceda el Estado mediante un examen unificador, igualando de este modo a los centros públicos y los privados. Se acabaría así con la suspicacia sobre el privilegio de lo privado y el presunto pago de las familias por la titulación de sus hijos.

Así las cosas, tenemos dos modelos propuestos. La Loe prefiere una primaria alargada hasta los dieciséis años (en la práctica hasta los dieciocho o más) donde se ofrece al alumno una socialización continua y una instrucción básica para ir tirando. La Lomce parece aflojar un poquito en este aspecto socializador, pero pretende que la enseñanza en los institutos se convierta en una especie de formación profesional básica.


Obviamente nuestros políticos de ayer y hoy no andan muy interesados en la enseñanza de verdad. Unos buscan sobre todo socialización, los otros combinar ésta con la adquisición de elementales habilidades laborales. Comprensible entonces que el saber, sin más, no les resulte sugestivo. Consiguientemente, lo desprecian. Cada cual a su manera. Con la Loe actualmente vigente sobra casi toda instrucción: lo importante no es enseñar, sino educar. Wert, sin embargo, toma el camino más corto y también el más cínico: filosofía, griego, historia del arte o música (en realidad todo menos matemáticas, lengua e inglés) no son necesarias para firmar un contrato laboral o hacer la compra diaria. Por tanto, las elimina directamente o las relega a segunda o tercera división. Sin rubor alguno.

Seamos claros. Por obra y gracia de la Logse y la Loe hace tiempo que los institutos dejaron de ser institutos y los profesores, profesores. La erosión ha sido intensa y permanente; y las protestas por parte de los docentes ante tal estado de cosas, mínimas o inexistentes (que cada cual asuma la responsabilidad que le corresponda). Sea como fuere, lo socialmente significativo no es que en el futuro se prescinda de muchos de nosotros y de nuestras materias. Lo significativo es que todos los profesores, con sus respectivas materias, somos desde hace años prescindibles: convertidos en educadores nos hicimos intercambiables y, por ende, superfluos. En la enseñanza en España había nubarrones, ahora llueve y mañana quizá nos caiga un chaparrón. Pero, no nos engañemos, hace mucho que no vemos el Sol.

Hoy el verdadero dilema no es PSOE o PP, Loe o Lomce. El verdadero dilema es si es conveniente que existan enseñanzas medias donde se opte por una formación académica digna o no. Quizá la sociedad prefiera solo guarderías para jóvenes o talleres para aprendices. O quizá no. En cualquier caso es una perversión política plantear las opciones como excluyentes y sin un debate social previo. La enseñanza y el conocimiento son valiosos en sí mismos. Y de su esmerado cultivo, aflora la civilización. Pero hay más, proclamar el derecho a la ignorancia es invocar a la barbarie. La polimatía y la relación intelectual entre todos los saberes son idóneos para estimular la capacidad de juzgar de nuestros alumnos, algo fundamental para una sociedad de ciudadanos. Y si nos ponemos profundos, vacuna imprescindible ante posibles totalitarismos futuros, como proclamaría mi admirada Hannah Arendt. Mi sueño es que los institutos sean lugares de enseñanza (antaño lo fueron), y los profesores no sean asistentes sociales, psicólogos sobrevenidos u orientadores laborales; sino, sobre todo, profesores. Elemental, ¿verdad? Y sin embargo, visto lo visto, revolucionario y utópico.

Hace lustros que me siento en un desierto educativo e instructivo. Me cuesta imaginar que lo que viene sea mucho peor que lo que hay: quizá un poco peor, quizá un poco mejor. A la hora de enfrentarme al dilema entre Loe o Lomce no logro entusiasmarme de modo similar a los manifestantes anti-Wert o los defensores acérrimos de la nueva ley. Por desgracia para mí, pues el entusiasmo siempre tiene un poder vivificador en absoluto despreciable. Me invade, sin embargo, cierta melancolía que me lleva a pensar que los males de la enseñanza son solo síntomas de otros más profundos de nuestra sociedad. Y las vehementes proclamas de algunos de mis colegas y conciudadanos, apasionados de uno u otro bando, no hacen más que intensificar el negro de la tediosa bilis en un horizonte despoblado de dioses. En fin, pues eso, melancolía sin entusiasmo, y poca o ninguna esperanza.
 Artículo publicado el 4 del 12 de 2013 en el diario INFORMACION de Alicante.

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