PRESENTACIÓN

sábado, marzo 22, 2014

EDUCACIÓN OBLIGATORIA O DERECHO A LA ENSEÑANZA


Educación (instrucción básica y socialización) y enseñanza (aprender y conocer el mundo), son cosas distintas. El pecado original de nuestro "sistema educativo" es identificar educación con enseñanza; y de paso, confundir obligación y derecho. 
Hoy por hoy el estado ofrece un colegio-instituto donde se pretende impartir educación-enseñanza hasta los 16 años (de facto casi hasta los 18), y lo ofrece como obligación. A esta obligación se la suele llamar derecho a la enseñanza. No nos engañemos, esto es imposible: Ni es enseñanza ni es derecho. La verdadera enseñanza presupone ya unos mínimos educativos y no puede ser obligatoria. Resultado: hoy tenemos solo colegios (llamados colegios o institutos, tanto da) donde se recibe a duras penas educación (léase socialización). La enseñanza es allí excepción, y no porque muchos profesores, que todavía no saben que de hecho no lo son, no intenten impartirla.  El derecho a estudiar disminuye en la misma medida que aumenta el tiempo que dura la obligación a ser educados.

 Estoy de acuerdo con una educación obligatoria. Llamemos colegios el lugar donde esto se produce y pongamos una edad razonable: ¿quizá hasta los 14 años? Luego demos la posibilidad a los jóvenes que verdaderamente quieran estudiar de realizar una enseñanza media digna en, llamémoslos, institutos. Esto es, démosles este derecho (que una vez adquiridas las condiciones necesarias, ejercerán o no). Pero si lo que le preocupa a usted, respetable ciudadano, es que adolescentes con 15 o 16 años que no acceden al instituto estén descontrolados por las calles sin aprender nada bueno (una preocupación que hasta cierto punto comparto como ciudadano), introduzcamos algunos cambios reales y otros meramente nominales. Creemos una institución paralela al instituto, explícitamente socializadora, donde se les obligue a estar hasta los 16, 17 o 18 (ponga usted la edad). De este modo nadie sale perjudicado (con la salvedad de que muchos jóvenes se sentirán encarcelados, pero esto también pasa ahora y nadie parece escandalizarse), y nuestra buena conciencia queda salvada (ya se sabe, todos somos muy buenos y queremos lo mejor para nuestros jóvenes, ya lo dijo Rousseau, hay que obligar a la gente a ser libre). Obviamente esto supone un plus de sinceridad. No llamemos enseñanza a lo que allí se imparte. Se habrá percatado usted, avispado lector, que es esta opción precisamente la única que existe ahora. Si el lema que coronase los institutos fuese “Centro de ocio obligatorio para jóvenes”, el rótulo quedaría un poco cínico, pero compensaría la hipocresía de pretender que los institutos actuales son centros de enseñanza donde los jóvenes ejercen su derecho al conocimiento.
El nuevo sistema, más eficaz, sincero y hasta buenista, quedaría entonces así: hasta los 14 años, educación obligatoria para todos. Desde los 14 hasta los 18, socialización obligatoria para los que no quieran estudiar (esto es lo que hay hoy de hecho para todos). Pero se abriría una tercera posibilidad: el derecho a una enseñanza media digna para los jóvenes que quieran estudiar  (esto es lo que no hay hoy para casi nadie).
Actualmente “la enseñanza” es obligatoria hasta los 16 años. De facto hasta los 18, pues un alumno puede repetir dos años. Hace falta que el alumno haya puesto una bomba en el instituto y que sus padres estén de acuerdo con que deje el instituto para que el alumno en cuestión, con 17 o 18 años, abandone el Centro. Si tiene 15 o 16  esto es simplemente imposible, aunque la bomba volase media ciudad. La medida más dura que se podría aplicar en este caso es cambiarle de instituto, si es que hay algún otro en la misma localidad y más o menos cerca de su casa.
El alumno puede estar de brazos caídos durante todo su periodo de escolarización, puede interrumpir la clase si le place, puede molestar a sus compañeros y a su profesor, etc. El profesor no puede expulsarle de clase (esto es privarle de su “derecho a la educación”), solo puede ponerle un parte. Si acumula decenas o centenares de ellos quizá se le expulse durante una semana. Meta usted tres, cuatro o cinco alumnos así en todas las clases de secundaria, sea usted nobel de física y póngase a explicar la teoría de la gravitación universal. Los que no quieren estudiar, no estudiarán, y los que quieren, no podrán. Esto es la realidad diaria de un instituto de secundaria en España. Cierto que siempre hay excepciones, y siempre hay superdotados que a pesar del sistema que les ha tocado sufrir, aprenden. 
     En fin, ¿quiere usted cargarse la carrera de medicina o de arquitectura? Hágala obligatoria. Insisto, si hacemos que la enseñanza secundaria sea obligatoria hasta 16 o 18 años (como ahora), nos cargamos la enseñanza. Habrá “algo” obligatorio, pero no será enseñanza. Ni tampoco será un derecho.

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