PRESENTACIÓN

miércoles, julio 02, 2014

LOS PADRES DE LA DEMOCRACIA

Cuando Locke, Mostesquieu y Rousseau utilizan explícitamente la palabra democracia piensan en el modelo ateniense: democracia directa o asamblearia en pequeños territorios. Cierto que durante los siglos XVII y XVIII el concepto de democracia va perdiendo progresivamente el carácter peyorativo que había tenido desde Platón, pero dista mucho de ser un sistema político preferente para nuestros tres teóricos políticos. Curiosamente nuestros autores pasan por ser ideólogos de la democracia moderna. No obstante, ninguno de ellos defiende la democracia explícitamente como la mejor forma de organizar el poder. Lo cual no deja de ser irónico, ¿verdad?

Locke y Montesquieu pretenden limitar el poder absoluto de los reyes y sus planteamientos políticos van encaminados a defenderse de las tiranías. Para ello abundan en la idea de un constitucionalismo liberal: limitación del poder del Estado separando sus poderes fundamentales y elaboración de las leyes por representantes políticos. Rousseau, con planteamientos más sociales, descubre o inventa el concepto de soberanía popular que va parejo a la participación directa del pueblo en la elaboración de las leyes. Los dos primeros dan importancia a las libertades civiles y políticas y el segundo a la soberanía popular y a la igualdad social.

La cuestión es que en el siglo XVII y XVIII todos sabían qué era la democracia, aunque pocos la defendían. Pero en el siglo XXI el concepto de democracia moderna, revindicado por casi todos, sigue siendo un galimatías que se fundamenta desde presupuestos diferentes y antagónicos de filósofos que se declaraban, para más inri, no demócratas. Esto hace que democracia sea hoy una expresión vacía, carente de significado si el orador o escritor no especifica lo que entiende por ella. Pongámonos en guardia, por tanto, cuando la escuchemos a políticos que pretenden hacerse querer, pues podrían estar pensando tanto en Cuba como en EE.UU, y en ambos casos sería posible razonar con cierta coherencia su elección semántica. Lo importante no es qué es una verdadera democracia o qué es una democracia real, por utilizar una expresión más de moda en nuestra España actual. Lo verdaderamente importante es qué entiende usted, político que pide nuestro voto, por democracia. Sirva esto de aviso y prevención para mis estimados lectores.

En fin, empecemos por el principio. A continuación intentaremos aclarar qué entendían por democracia los padres putativos de la democracia moderna (sea esta lo que fuere) Locke, Montesquieu y Rousseau.



Locke
Si los representantes del pueblo elaboran las leyes o consienten en ceder este poder a un solo hombre o a un grupo estamos ante una commonwealth, comunidad independiente que los latinos llamaban civitas y que no sería disparatado traducir como república o simplemente comunidad política. Para Locke si la mayoría hace las leyes y manda ejecutarlas al gobierno estaríamos ante una democracia. Pero si la mayoría deposita el poder de hacer las leyes en unos pocos tendríamos una aristocracia u oligarquía. Cuando la mayoría deposita el poder en uno solo se trata de una monarquía. Caben también combinaciones de las posibilidades anteriores. De modo que democracia es solo una forma concreta de ejercer el gobierno de la comunidad política. Y no es precisamente la preferida por Locke. Dada su defensa del sistema representativo, las preferencias de Locke están en una república donde las leyes sean elaboradas por representantes del pueblo. Esto es una aristocracia (u oligarquía) electiva. No obstante tal sistema no es incompatible con una monarquía constitucional donde el monarca ejecute las leyes. En una república legítima es el legislativo (poder supremo para Locke) quien debe decidir sobre cómo debe ser el ejecutivo: si es uno o varios hombres o si es o no hereditario.

Mostesquieu
Montesquieu distingue entre monarquía, despotismo y república. Llama monarquía a la forma de Estado en la que el gobierno está en manos de una sola persona, pero el poder se ejerce según leyes establecidas y promulgadas. Cuando el poder está en manos de una sola persona y se ejerce de manera arbitraria, sin leyes fijas y publicadas, estamos ante el despotismo. La república es aquella forma de Estado en la que el gobierno reside en la totalidad del pueblo o en una parte del mismo. Por eso, bajo el concepto genérico de república Montesquieu puede subsumir la democracia y la aristocracia. Cuando es todo el pueblo el que posee el poder tenemos una democracia y cuando es sólo una parte del pueblo la que lo tiene estamos ante una aristocracia (Del espíritu de las leyes: 55-63). Montesquieu rechaza explícitamente el despotismo y la democracia, pues es partidario de una constitución representativa. La gran ventaja de los representantes es que tienen capacidad para discutir los asuntos, mientras que el pueblo no esta preparado para ello y el déspota no tiene intención de hacerlo. De manera que siendo el ejecutivo uno o varios (monarquía o aristocracia), el legislativo debe estar constituido por representantes del pueblo o de los estamentos que lo componen (Montesquieu hace sus reflexiones políticas teniendo en cuenta la sociedad estamental de su época).
No obstante, Montesquieu pretende hacer ciencia política y análisis más allá de sus preferencias políticas y admite que una democracia es adecuada y operativa para comunidades pequeñas, la monarquía para los Estados medianos y el despotismo para los grandes (Del espíritu de las leyes: 131, 132).


Rousseau
Para Rousseau el pueblo es el depositario del poder legítimo. El pueblo es el soberano y su poder es absoluto, indivisible (Rousseau no es partidario de la separación/independencia de poderes que defienden Locke y de forma más clara Montesquieu) y no se puede representar (Rousseau tampoco parece ser partidario de los gobiernos representativos en virtud de los cuales los ciudadanos eligen a representantes para que elaboren leyes). De esto se deduce que el poder legislativo lo desarrolla el pueblo en asamblea. Cuando esto sucede tenemos una república. Sólo el gobierno republicano es legítimo. El Estado de Rousseau se completa con el gobierno o poder ejecutivo. Rousseau utiliza aquí la analogía organicista. El cuerpo político tiene una voluntad expresada por la ley, pero sin la fuerza adecuada que pueda hacerla efectiva sería tan impotente como el paralítico que quiere desplazarse. El gobierno es la fuerza que pone el Estado en movimiento. El gobierno adecuado depende de factores como el clima, la extensión o el número de habitantes. Si es todo el pueblo o la parte mayor del pueblo se llama democracia. Si es un reducido grupo de hombres, aristocracia. Y si es solo uno, monarquía. En principio Rousseau no muestra preferencias. Lo importante es que el Estado sea una república, y la república se da allí donde el pueblo soberano elabora las leyes de acuerdo con la voluntad general. Que la forma de gobierno sea democracia, aristocracia o monarquía es algo coyuntural. No obstante, Rousseau desaconseja las formas de gobierno hereditarias, pues la familia del gobernante tenderá progresivamente a alejarse de la voluntad general a favor de sus propios intereses de grupo. Y tampoco es muy partidario de la democracia pues no hay gobierno tan expuesto a las guerras civiles y a las agitaciones intestinas como el democrático, porque no hay ningún otro que exija mayor vigilancia para mantenerse y que tienda tan continuamente a cambiar de forma: “Si hubiera un pueblo de dioses, se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto no conviene a los hombres”. (Contrato social: III, 4, pág. 71). Además, cuando Rousseau hace recomendaciones políticas aconseja para Francia una forma plebiscitaria de Estado con un gobierno monárquico y para Polonia una federación de condados con un gobierno aristocrático elegido.


La discusión sobre la democracia.
El término democracia se siguió utilizando después de nuestros tres autores. Y aquí es donde comienza el lío. Hago a continuación un sucinto resumen que tal vez desarrollaré en entradas posteriores.

A finales del siglo XVIII, tras las reflexiones de Locke, Mostesquieu y Rousseau, los conceptos democracia, república, gobierno representativo, aristocracia electiva y soberanía popular entran en un interesante debate cuyo principales participantes son Sieyès, Robespierre y los federalistas norteamericanos.

En el siglo XIX Ferdinand Lassalle y Marx utilizan la palabra democracia inspirándose en Rousseau y subrayando el aspecto social e igualitario. Sin embargo en Tocqueville (Tocqueville identifica la democracia política con el sistema de EE.UU) y en John Stuart Mill (Mill utiliza más los términos gobierno representativo o gobierno popular que democracia) encontramos el término asociado a la representación política y a la independencia de poderes del Estado más afín a Locke y a Montesquieu.

A principios del siglo XX Max Weber y Joseph Schumpeter identifican la democracia fundamentalmente con el derecho de los ciudadanos a elegir a sus gobernantes. Sus consideraciones mezclan análisis e interpretaciones de “las democracias realmente existentes”. En la segunda mitad del siglo XX el concepto de democracia se formula de tantas maneras distintas que al final de los años ochenta el politólogo Giovanni Sartori afirmaba que no había todavía una teoría central de la democracia (Giovanni Sartori, Teoría de la democracia.1. El debate contemporáneo. (1987). Trad. cast., Madrid, Alianza 1988, pág. 13).

En fin, a bote pronto me atrevería a decir que hoy en día hay al menos tres usos genéricos de la palabra democracia. Uno se reconocería heredero de Rousseau, Robespierre y Marx y se la suele llamar democracia material, democracia popular o democracia social. Otro se reconocería heredero de Locke, Montesquieu, Sieyès, Mill, los federalistas norteamericanos y Tocqueville y se la suele llamar democracia formal, democracia liberal o democracia burguesa. Por último hay un uso de la palabra democracia que tendría cierto fundamento en Weber o Schumpeter (aunque muy cogido por los pelos) que simplemente identifica democracia con elección y consulta popular. A mi juicio este es el uso más falaz, débil y facilón de la palabra democracia y suelen usarla mucho los nacionalistas catalanes y vascos, ¿os suena?

Cierto que a la mayoría de la gente le gusta la democracia. Pero abandonemos todo optimismo, lo que realmente ocurre es que la mayoría de la gente llama democracia a la forma de gobierno que le gusta o le conviene. Y obviamente en estos gustos hay mayor disparidad.

Nota: Para los interesados en el tema recomiendo encarecidamente el escrito del profesor Ángel Alfaro "Democracia, democracia, democracia".


2 comentarios:

  1. Anónimo2:42 p. m.

    La democracia ya hace mucho tiempo que me desncantó. Las dictaduras tampoco me gustan, por supuesto. Quizás una mezcla entre democracia y las ideas platónicas sean lo más acertado. Aunque tambíen es difícil de organizar, claro. Es todo muy complicado. Luis M. Pousa

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  2. Anónimo9:45 a. m.

    En definitiva, quizás lo menos malo sería algo así como una democracia platónica, por llamarla de alguna manera.

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