¿Es la Lomce una catástrofe? Lo más descorazonador de la ley Wert no es que sea una catástrofe. Sino que en lugar de combatir la permanente catástrofe que supone la Logse-loe, parece continuarla a su manera. Se desaprovecha entonces una fabulosa oportunidad para mejorar sustancialmente el sistema. Gran parte del mal de la ley Wert es lo que ésta sigue conservando de la ley anterior: la promoción de curso con más de dos asignaturas suspensas, por ejemplo. A esto se añaden nuevos males, como el desprecio palmario a las asignaturas de carácter humanístico fundamentales para una formación integral y no solo profesional. No obstante, hay algunas cosas buenas: la explícita diversificación y cierto rigor en los procesos selectivos, pues toda instrucción debe buscar excelencia, y quien no supera un mínimo de conocimientos no es segregado, simplemente ha suspendido y no puede ascender al nivel siguiente. De elemental justicia resulta también que el título de Eso y Bachillerato lo conceda el Estado mediante un examen unificador, igualando de este modo a los centros públicos y los privados. Se acabaría así con la suspicacia sobre el privilegio de lo privado y el presunto pago de las familias por la titulación de sus hijos.
Así las cosas, tenemos dos modelos propuestos. La Loe prefiere una primaria alargada hasta los dieciséis años (en la práctica hasta los dieciocho o más) donde se ofrece al alumno una socialización continua y una instrucción básica para ir tirando. La Lomce parece aflojar un poquito en este aspecto socializador, pero pretende que la enseñanza en los institutos se convierta en una especie de formación profesional básica.