PRESENTACIÓN

jueves, septiembre 24, 2015

LA REPÚBLICA CONSTITUCIONAL


Quinta y última parte (viene de el laberinto de las repúblicas )


   La cuarta forma republicana es la constitucional, la vigente hoy en los EE.UU. Su nombre está justificado por su paralelismo con la monarquía constitucional donde había cierto enfrentamiento y mutua vigilancia entre el poder ejecutivo y el parlamento. El nombre utilizado también es coherente con el artículo dieciséis de los derechos del hombre y el ciudadano proclamado por la asamblea francesa en 1789: Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene Constitución, de lo que se deriva que un régimen constitucional lo es si consagra la división de poderes.
Cuando las colonias americanas lograron la independencia tras la guerra contra Inglaterra, surgió un nuevo problema de difícil solución: ¿qué forma de gobierno instaurar? Los padres fundadores, conocedores de la historia de Inglaterra y de los grandes pensadores políticos europeos, no tenían clara la respuesta. Aunque si tenían claras algunas cosas. El nuevo estado no podía asemejarse a la nación que la había despreciado y con la que acababa de enfrentarse en una cruenta guerra. Es decir, no podía ser una monarquía, ni el modelo a seguir el parlamentarismo inglés bendecido por Jorge III. Los padres fundadores, en especial Adams, Jefferson, Madisson y Hamilton, conocían bien la revolución inglesa. Esta se había producido fundamentalmente por la incapacidad de coexistencia entre dos poderes: el rey y el parlamento. Y se agravó especialmente con el reinado de Carlos I. Ambos creían tener un poder legítimo y los pactos políticos eran incumplidos por el rey, que íntimamente se consideraba único soberano más de lo que aconsejaba la prudencia. A su vez, el parlamento aprovechaba con astucia su parcela de poder para intentar contrarrestar el exceso. La tensión provocó dos guerras civiles, la ejecución de Carlos I, la instauración de la republica por Cromwells y la consiguiente dictadura. La restauración con Carlos II y la continuación dinástica de su hijo Jacobo II no mejoró las cosas. Los filósofos Hobbes, Locke y Harrington vivieron estos trágicos acontecimientos muy de cerca. Y la reflexión sobre cómo constituir un gobierno capaz de evitarlos en el futuro fue una de sus principales propósitos. El pesimista Hobbes optó por un gobierno omnímodo donde el soberano pudiese mantener a raya a sus súbditos. Si hay un poder muy grande frente a muchos pequeños y desconfiados entre sí, al menos tendremos paz. Pero Locke y Harrington, algo más optimistas, enfocaron el asuntos desde otra perspectiva. Un poder omnímodo capaz de atemorizar a todos podía, en el mejor de los casos, asegurar nuestras vidas en un contexto de paz, pero en absoluto podía garantizar los derechos de los ciudadanos. Por lo tanto la solución óptima no viene de un gran poder sino de cómo controlarlo para paliar sus posibles excesos. En la línea sugerida por Montesquieu, los ingleses Locke y Harrington vieron la solución en dividir el poder del Estado para que uno pudiese contrarrestar los posibles excesos del otro. Esto es, que el legislativo y el ejecutivo estuviesen enfrentados en mutua vigilancia. Ahora bien, en gran medida esto es lo que había intentado realizar la monarquía inglesa y no había funcionado. ¿Dónde estaba el fallo? Los ilustrados políticos americanos creyeron encontrar la respuesta. La clave estaba en la legitimidad del poder. En la monarquía inglesa rey y parlamento poseían una legitimidad de origen diferente, dinástica y nacional respectivamente. De modo que cada uno de ellos, en su fuero interno, desconfiaba de la legitimidad del otro. Y en esta situación los pactos acababan siendo papel mojado y la astucia o la fuerza militar resolvían la situación. Además, al coexistir dos legitimidades, no había la posibilidad de recurrir a un arbitro neutro que pudiese dirimir los conflictos. ¿Pero qué ocurriría si ambos poderes tuviesen la misma legitimidad original y fuesen mutuamente reconocidos sin reservas? Era previsible que los pactos se cumplirían y el uso de la fuerza y la íntima intención de engañar al otro se acabarían. El equilibrio de poder pensado por Montesquieu, Locke y Harrington sería entonces posible y los derechos de la ciudadanía estarían por fin garantizados. El pueblo americano elegiría a un monarca, es decir, a su presidente encargado del poder ejecutivo, y también elegiría a sus representantes encargados de elaborar las leyes. Las elecciones se harían en tiempos distintos y los responsables políticos ejercerían sus respectivas funciones durante un tiempo limitado, tras el cual habría otras elecciones. De tal modo, presidente y representantes tendrían idéntica legitimidad de origen: el pueblo americano, la única fuente de soberanía reconocida. Si ejecutivo y legislativo entraban en un conflicto irresoluble y paralizante, cada uno de ellos tenía la posibilidad de disolver las instituciones y convocar nuevas elecciones. En la monarquía inglesa, con dos legitimidades en liza, estos conflictos acababan en demasiadas ocasiones de modo violento. Pero en el nuevo sistema americano el pueblo actuaría como un arbitro neutro que evitaría la violencia y tendría la última palabra.
Además de estas reflexiones teóricas existían cuestiones prácticas que aconsejaban la solución apuntada. Las trece colonias americanas se habían convertido en estados con sus propios parlamentos y existía un peligro real de que la unión de todas ellas en una sola nación no llegase a producirse. Había que seducir a los representantes políticos de los estados. Y esto pasaba por seducir al mismo pueblo americano. Las antiguas colonias formaban una población homogénea con la misma religión donde los intereses de sus habitantes eran bastante coincidentes. La población estaba lejos de la desigual Europa, donde una clase social difería mucho de otra. Apelar al pueblo para legitimar el poder, y no a una minoría privilegiada, era la gran idea. El presidente lo era de todo el pueblo y se ocuparía fundamentalmente del poder ejecutivo, de la defensa y de mantener la unión. El congreso daría la posibilidad a todos los ciudadanos de estar representados y que sus intereses se tomaran en cuenta a la hora de elaborar las leyes; y el senado serviría para dirimir de forma razonada y pacífica las diferencias entre los estados federados. Dado que los estados del sur eran sobre todo cultivadores y los del norte más urbanos y comerciantes, el senado, que tenía que lidiar siempre en un difícil equilibrio, se convirtió en una institución clave para la unión.
       Madison, Hamilton y Jay fueron los que más empeño pusieron en seducir al pueblo. Se ocuparon de ilustrar a través de múltiples artículos periodísticos los incontables beneficios que este sistema de gobierno podría aportar. La Constitución donde tal ideal se plasmó fue aprobada el año 1789. No solo parecía convencer a la mayoría, sino que quizá era la única opción que podría lograr una unidad duradera con mínimas convulsiones internas. Como es bien sabido, a pesar de todo ello, en 1861  EE.UU no pudo evitar una cruenta guerra civil.

Coda: El propósito del escrito es intentar aclararme. Para ello lo primero que he hecho es eliminar la palabra democracia (está demasiado desgastada y significa demasiadas cosas, al menos en su uso). Lo segundo es relativizar los nombres. Los nombres no dejan de ser convenciones. Podemos sustituir monarquía absoluta, monarquía constitucional, monarquía partidocrática y monarquía parlamentaria por a, b, c, d, por ejemplo. Y república popular, república parlamentaria, república constitucional y república partidocrática por e,f, g, h. Lo que si me interesa es el concepto.
La polaridad monarquía versus república es una excusa. Me sirve para elaborar una pequeña taxonomía. Pero ser república o monarquía no constituye la diferencia fundamental de las formas políticas. Me explico. La monarquía parlamentaria y la república parlamentaria son de facto casi iguales. Sin embargo la diferencia entre monarquía absoluta y monarquía parlamentaria es abismal. 
Si tenemos más o menos clara estas ocho formas políticas el problema ciudadano no será si queremos una democracia o no (a saber qué entiende cada uno por democracia), sino: ¿cuál de las formas políticas expuestas te parece la más conveniente y por qué?

 

martes, septiembre 22, 2015

EL LABERINTO DE LAS REPÚBLICAS


Cuarta parte (viene de la monarquía partidocrática)


¿Qué es una república? La primera vez que se habla de república en la historia es en Roma. Al principio Roma era una monarquía. Los romanos se dieron cuenta de que el poder del rey, inmenso y concentrado, tendía a ser despótico y hacía a Roma vulnerable: la clase baja tenía poco que decir en las decisiones políticas y a menudo reyes etruscos accedian al poder romano y controlaban sin excesivos problemas a toda la población. Tras expulsar al último rey estrusco los romanos idearon una forma de gobierno que convirtió el poder en una especie de red sin una cabeza visible. Se trataba de que el poder político estuviese más controlado y repartido entre la población. La política no era ya una cosa particular, algo propio de un rey o un jefe carismático. Ahora era la res publica, la cosa de todos. En la república romana dos cónsules gobernarían Roma durante un período de un año, tras el cual serían sustituidos por otros. La antigua institución del senado, compuesta por la aristocracia agícola de los primeros habitantes de Roma (los patricios), actuaba ahora como consejera de las grandes decisiones. De hecho, ningún cónsul gobernó contra la opinión y el sabio consejo del senado. El resto de la población (la plebe), aunque tenía la ciudadanía romana, no tenía poder político. No obstante, esta situación duró poco. De acuerdo con el espíritu de la nueva forma de gobernar Roma la plebe fue adquiriendo muy pronto poderes políticos importantes. Se crean los tribunos, cargo durante un año que permitía a un representante de la plebe fiscalizar las decisiones políticas de los cónsules o del senado ejerciendo el derecho de veto. También se creó el plebiscito, la consulta al pueblo para aprobar una ley. 
      Así podemos resumir que la república romana surge para varios fines: controlar el poder, es decir, que unos poderes vigilen a otros; y que todos los ciudadanos participen del poder y no lo haga solo una élite privilegiada.
    En el lenguaje cotidiano los términos monarquía y republica se suelen definir de un modo simple, circular y negativo: monarquía es lo que no es república y viceversa. En la primera hay rey y no en la segunda. Quizá podríamos añadir otro rasgo que intuitivamente se suele pensar unido a estas dos palabras: en la monarquía el poder se hereda y en la república se elige. Sin embargo en la ciencia política se intenta dar definiciones positivas que desde luego resultarán algo más complejas que las anteriores. Si buscamos el denominador común de lo que Montesquieu, Locke y Rousseau entienden por república encontramos que se trata de una forma política donde el poder emana de abajo a arriba, desde el pueblo, la nación o la ciudadanía hasta el estado. Tal poder se manifiesta en una asamblea encargada de hacer las leyes. Esta asamblea estará formada por todos los ciudadanos o por sus representantes debidamente elegidos. Rousseau considera que solo es república si la asamblea está formada por todos los ciudadanos y no admite la representación. No obstante, aconsejó para Polonia una federación de condados con representantes elegidos por el pueblo, lo que nos hace pensar que no consideraba imprescindible su rígida exigencia para considerar un estado como república. En cualquier caso los tres pensadores tienen claro que un gobierno despótico, donde el poder se ejerce de modo arbitrario, o una monarquía absoluta no es una república. Sin traicionar en exceso lo que tan grandes pensadores dijeron, se ha dado en llamar república a cuatro formas políticas diferentes.

República parlamentaria sería un sistema político donde el poder deriva de un parlamento representativo. El parlamento hace las leyes y elige al ejecutivo. El rey, que en las monarquías parlamentarias tiene un poder simbólico, desaparece. Por lo demás, monarquía parlamentaria y república parlamentaria serían de facto prácticamente iguales.
            Del mismo modo, una república partidocrática sería equivalente a una monarquía partidocrática. La única diferencia es que en la primera el jefe del estado es un rey con cargo heredado y en la segunda el jefe del estado es elegido por el parlamento. En cualquier caso, lo verdaderamente importante es que no hay independencia entre el poder ejecutivo y el legislativo y no hay auténtica representación de la ciudadanía. La sociedad política está desligada de la sociedad civil. Todas las repúblicas europeas excepto las de Suiza y Francia son partidocráticas. La segunda república española también lo fue.
            En una república popular se pretende que sea el pueblo el encargado de elaborar las leyes y gobernar. No obstante, el pueblo se identifica con un grupo determinado. Puede ser una clase social como en las repúblicas comunistas: el pueblo no son los burgueses o aristócratas, sino los trabajadores o proletarios. A veces el pueblo es asimilado al concepto de nación. El pueblo entonces es la nación. La nación puede identificarse con una raza, como en el nazismo; otras veces con los portadores de una cultura y tradición que suelen exhibir una lengua propia como signo y prueba de su diferencia. Y en ocasiones con una religión.
El pueblo se organiza en una asociación o partido y toma el poder político. Lo puede hacer de modo legal, como lo hizo Hitler, o de modo revolucionario como los bolcheviques en la revolución soviética. En cualquier caso, tras  tomar el poder, se constituye una forma de Estado popular. La vanguardia del partido del pueblo conforma la sociedad política y se hace independiente de la sociedad civil. Las repúblicas populares son sistemas de partido único y por tanto no hay pluralismo político.
       En el ámbito occidental las repúblicas populares se sirven del concepto de soberanía. Hobbes habló extensamente de la soberanía del rey en las monarquías absolutas. El rey tenía el poder y estaba más allá de la ley moral. Podía cometer iniquidad, pero no injusticia. Su función era garantizar que los pactos y contratos se cumpliesen en la sociedad civil, es decir, era garante de la ley, pero no tenía por qué someterse a ella. Por eso era soberano. De él emanaba la ley y la acción política. Posteriormente Rousseau rectifica a Hobbes y proclama que la soberanía reside en el pueblo. En la revolución francesa, en gran medida inspirada en Rousseau, se proclama que la soberanía reside en la nación y, consiguientemente, son los representantes de la nación los que ejercen, por delegación, la soberanía. Este poder soberano es indivisible y absoluto.
      La cuarta forma republicana es la constitucional, la vigente hoy en los EE.UU. Su nombre está justificado por su paralelismo con la monarquía constitucional donde había cierto enfrentamiento y mutua vigilancia entre el poder ejecutivo y el legislativo. El nombre utilizado también es coherente con el artículo dieciséis de los derechos del hombre y el ciudadano proclamado por la asamblea francesa en 1789: Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene Constitución, de lo que se deriva que un régimen constitucional lo es si consagra la división de poderes... 

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