La cuarta forma republicana es la constitucional, la
vigente hoy en los EE.UU. Su nombre está justificado por su paralelismo con la
monarquía constitucional donde había cierto enfrentamiento y mutua vigilancia
entre el poder ejecutivo y el parlamento. El nombre utilizado también es
coherente con el artículo dieciséis de los derechos del hombre y el ciudadano
proclamado por la asamblea francesa en 1789: Toda sociedad en la que la garantía de los
derechos no está asegurada, ni la separación de los poderes determinada,
no tiene Constitución, de lo que se deriva que
un régimen constitucional lo es si consagra la división de poderes.
Cuando
las colonias americanas lograron la independencia tras la guerra contra
Inglaterra, surgió un nuevo problema de difícil solución: ¿qué forma de gobierno
instaurar? Los padres fundadores, conocedores de la historia de Inglaterra y de
los grandes pensadores políticos europeos, no tenían clara la respuesta. Aunque
si tenían claras algunas cosas. El nuevo estado no podía asemejarse a la nación
que la había despreciado y con la que acababa de enfrentarse en una cruenta
guerra. Es decir, no podía ser una monarquía, ni el modelo a seguir el
parlamentarismo inglés bendecido por Jorge III. Los padres fundadores, en
especial Adams, Jefferson, Madisson y Hamilton, conocían bien la revolución
inglesa. Esta se había producido fundamentalmente por la incapacidad de
coexistencia entre dos poderes: el rey y el parlamento. Y se agravó especialmente
con el reinado de Carlos I. Ambos creían tener un poder legítimo y los pactos políticos eran incumplidos por el rey, que íntimamente se consideraba
único soberano más de lo que aconsejaba la prudencia. A su vez, el parlamento
aprovechaba con astucia su parcela de poder para intentar contrarrestar el
exceso. La tensión provocó dos guerras civiles, la ejecución de Carlos I, la
instauración de la republica por Cromwells y la consiguiente dictadura. La
restauración con Carlos II y la continuación dinástica de su hijo Jacobo II no
mejoró las cosas. Los filósofos Hobbes, Locke y Harrington vivieron estos
trágicos acontecimientos muy de cerca. Y la reflexión sobre cómo constituir un
gobierno capaz de evitarlos en el futuro fue una de sus principales propósitos.
El pesimista Hobbes optó por un gobierno omnímodo donde el soberano pudiese
mantener a raya a sus súbditos. Si hay un poder muy grande frente a muchos
pequeños y desconfiados entre sí, al menos tendremos paz. Pero Locke y
Harrington, algo más optimistas, enfocaron el asuntos desde otra perspectiva.
Un poder omnímodo capaz de atemorizar a todos podía, en el mejor de los casos,
asegurar nuestras vidas en un contexto de paz, pero en absoluto podía
garantizar los derechos de los ciudadanos. Por lo tanto la solución óptima no
viene de un gran poder sino de cómo controlarlo para paliar sus posibles
excesos. En la línea sugerida por Montesquieu, los ingleses Locke y Harrington
vieron la solución en dividir el poder del Estado para que uno pudiese
contrarrestar los posibles excesos del otro. Esto es, que el legislativo y el
ejecutivo estuviesen enfrentados en mutua vigilancia. Ahora bien, en gran
medida esto es lo que había intentado realizar la monarquía
inglesa y no había funcionado. ¿Dónde estaba el fallo? Los ilustrados políticos
americanos creyeron encontrar la respuesta. La clave estaba en la legitimidad
del poder. En la monarquía inglesa rey y parlamento poseían una
legitimidad de origen diferente, dinástica y nacional respectivamente. De modo
que cada uno de ellos, en su fuero interno, desconfiaba de la legitimidad del
otro. Y en esta situación los pactos acababan siendo papel mojado y la astucia
o la fuerza militar resolvían la situación. Además, al coexistir dos
legitimidades, no había la posibilidad de recurrir a un arbitro neutro que
pudiese dirimir los conflictos. ¿Pero qué ocurriría si ambos poderes tuviesen
la misma legitimidad original y fuesen mutuamente reconocidos sin reservas? Era
previsible que los pactos se cumplirían y el uso de la fuerza y la íntima intención
de engañar al otro se acabarían. El equilibrio de poder pensado por Montesquieu,
Locke y Harrington sería entonces posible y los derechos de la ciudadanía
estarían por fin garantizados. El pueblo americano elegiría a un monarca,
es decir, a su presidente encargado del poder ejecutivo, y también elegiría a
sus representantes encargados de elaborar las leyes. Las elecciones se harían
en tiempos distintos y los responsables políticos ejercerían sus respectivas
funciones durante un tiempo limitado, tras el cual habría otras elecciones. De
tal modo, presidente y representantes tendrían idéntica legitimidad de origen:
el pueblo americano, la única fuente de soberanía reconocida. Si ejecutivo y
legislativo entraban en un conflicto irresoluble y paralizante, cada uno de
ellos tenía la posibilidad de disolver las instituciones y convocar nuevas
elecciones. En la monarquía inglesa, con dos legitimidades en liza,
estos conflictos acababan en demasiadas ocasiones de modo violento. Pero en el
nuevo sistema americano el pueblo actuaría como un arbitro neutro que evitaría
la violencia y tendría la última palabra.
Además
de estas reflexiones teóricas existían cuestiones prácticas que aconsejaban la
solución apuntada. Las trece colonias americanas se habían convertido en
estados con sus propios parlamentos y existía un peligro real de que la unión
de todas ellas en una sola nación no llegase a producirse. Había que seducir a
los representantes políticos de los estados. Y esto pasaba por seducir al mismo
pueblo americano. Las antiguas colonias formaban una población homogénea con la
misma religión donde los intereses de sus habitantes eran bastante coincidentes.
La población estaba lejos de la desigual Europa, donde una clase social difería
mucho de otra. Apelar al pueblo para legitimar el poder, y no a una minoría
privilegiada, era la gran idea. El presidente lo era de todo el pueblo y se
ocuparía fundamentalmente del poder ejecutivo, de la defensa y de mantener la
unión. El congreso daría la posibilidad a todos los ciudadanos de estar
representados y que sus intereses se tomaran en cuenta a la hora de elaborar
las leyes; y el senado serviría para dirimir de forma razonada y pacífica las
diferencias entre los estados federados. Dado que los estados del sur eran
sobre todo cultivadores y los del norte más urbanos y comerciantes, el senado,
que tenía que lidiar siempre en un difícil equilibrio, se convirtió en una
institución clave para la unión.
Madison,
Hamilton y Jay fueron los que más empeño pusieron en seducir al pueblo. Se
ocuparon de ilustrar a través de múltiples artículos periodísticos los incontables
beneficios que este sistema de gobierno podría aportar. La Constitución donde
tal ideal se plasmó fue aprobada el año 1789. No solo parecía convencer a la
mayoría, sino que quizá era la única opción que podría lograr una unidad duradera
con mínimas convulsiones internas. Como es bien sabido, a pesar de todo ello,
en 1861 EE.UU no pudo evitar una
cruenta guerra civil.
Coda: El
propósito del escrito es intentar aclararme. Para ello lo primero que he hecho
es eliminar la palabra democracia (está demasiado desgastada y significa
demasiadas cosas, al menos en su uso). Lo segundo es relativizar los nombres.
Los nombres no dejan de ser convenciones. Podemos sustituir monarquía absoluta,
monarquía constitucional, monarquía partidocrática y monarquía parlamentaria
por a, b, c, d, por ejemplo. Y república popular, república parlamentaria,
república constitucional y república partidocrática por e,f, g, h. Lo que si me
interesa es el concepto.
La
polaridad monarquía versus república es una excusa. Me sirve para elaborar una
pequeña taxonomía. Pero ser república o monarquía no constituye la diferencia
fundamental de las formas políticas. Me explico. La monarquía parlamentaria y
la república parlamentaria son de facto casi iguales. Sin embargo la diferencia
entre monarquía absoluta y monarquía parlamentaria es abismal.
Si tenemos más o
menos clara estas ocho formas políticas el problema ciudadano no será si
queremos una democracia o no (a saber qué entiende cada uno por democracia),
sino: ¿cuál de las formas políticas expuestas te parece la más conveniente y
por qué?