jueves, febrero 07, 2008

POLÍTICA Y LENGUAJE

Existen en el lenguaje político términos claramente desgastados. Quizá antaño se correspondían con conceptos precisos que pretendían atrapar la realidad. Pero hoy no pasan de ser expresiones rítmicas, cantinelas más o menos pegadizas capaces, a lo sumo, de hacernos mover los pies o chasquear los dedos, pero que poco o nada dicen ya a la inteligencia. Como si el significante invocado, especie de Cronos hambriento, hubiese al fin devorado el significado. Tales términos no son ya monedas fiables. Tanto uso y manoseo han acabado por borrar el relieve de sus superficies, que era lo único que les daba valor. Así que son sólo trozos de metal. Y, sin embargo, siguen circulando aún en el mercado político como si fuesen de curso legal. Con ellos se compran odios y amores, vituperios y fatuas exaltaciones que vienen finalmente a canjearse en votos, blanqueo definitivo del dinero sucio. Qué importa que sean monedas falsas si, a su manera, siguen funcionando. El chamán más infame sabe que la carencia de significado de una palabra se compensa con creces si adquiere a cambio un poder hipnótico. Y el político que lo sabe, y no lo denuncia, acaba también convertido en chamán. Políticos chamanes. Los he visto. Todos los hemos visto. Arengando a la multitud con sus gestos mientras pronuncian la palabra mágica. Demasiados políticos rapsodas, expertos en coser palabras en precisos hexámetros capaces de afectar a nuestros sentimientos, pero no a nuestra inteligencia. En 1946 George Orwell escribió un breve ensayo donde ponía en evidencia su preocupación por la oscuridad alarmante a la que estaba llegando el lenguaje inglés a la hora de designar contenidos políticos. Decía Orwell: «El término fascismo hoy no tiene ningún significado excepto en cuanto significa algo no deseable. Las palabras ′democracia′, ′socialismo′, ′libertad′, ′patriótico′, ′realista′ y ′justicia′ tienen varios significados diferentes que no se pueden reconciliar entre sí. En el caso de una palabra como ′democracia′, no sólo no hay una definición aceptada sino que el esfuerzo por encontrarle una, choca con la oposición de todos los bandos. Se piensa casi universalmente que cuando llamamos democrático a un país lo estamos elogiando; por ello, los defensores de cualquier tipo de régimen pretenden que es una democracia, y temen que tengan que dejar de usar esa palabra si se le da un significado». Y más adelante, con mayor rotundidad, afirma: «El lenguaje político (y, con variaciones, esto es verdad para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas) es construido para lograr que las mentiras parezcan verdaderas y el asesinato respetable, y para dar apariencia de solidez al mero viento». Constatamos que el lenguaje inglés es susceptible de las mismas perversiones que el español, y que la política en 1942 no es muy diferente de la del siglo XXl.
Las ventajas de las abstracciones, alejadas siempre de referentes reconocibles, es que podemos llenarlas de lo que convenga según el caso. En nombre de la Nación, Hitler extermina a los judíos; por el bien de la Humanidad, Stalin condena a los intelectuales a vivir en campos de concentración; invocando el Estado Justo, Platón expulsa a los artistas. Tolerancia, Progresismo, Conservadurismo, Izquierda, Derecha, Nación, Humanidad..., nada o poco denotan, y sugieren y connotan demasiado. Por pretender valer para todo, para nada valen al fin. Como aquellos elixires que vendían los charlatanes de feria que decían calmar el dolor de muelas y mejorar la vista, y que nada sanaban en realidad. Tal vez lo más acertado sería entonces prescindir del diccionario. Acercarnos a las palabras como el psiquiatra al síntoma. Palabras vacías. Una y otra vez invocadas, como partes visibles del inmenso iceberg del delirio. Para Franco era marxista o judeo-masónico todo lo que no era afín a su ideología. Me pregunto qué tipo de delirio esconden hoy en Euskadi expresiones como izquierda abertzale o Nación Vasca, una y mil veces invocadas. Lanzadas a la multitud como monedas falsas.
Quizá fuese conveniente acercarnos a los términos a la manera del segundo Wittgenstein, y observar, expectantes, los comportamientos de quienes los pronuncian y los escuchan. ¿Qué diría usted si el portero de su casa le comenta que Juan, el del quinto, es muy conservador, el del segundo, progresista, Pedro y Antonio de izquierdas y Laura, la del octavo, de derechas? Probablemente, expresiones vagas: ya me parecía a mí, no lo puedo creer... ¿Qué imágenes se activarían en su mente? Quizá cosas tan peregrinas como si tiene barba o bigote, si es simpático o introvertido, si usa corbata o jersey de lana (en los años cuarenta un fabricante de ropa puso de moda un curioso eslogan: el hombre de derechas usa sombrero). ¿Qué sentiría? Quizá la rabia contenida que le producía en su infancia aquella historia mil veces narrada por la abuela, en la cual se describía con pelos y señales cómo aquel hombre de derechas que todo el mundo conocía en el pueblo delató al abuelo en la guerra. Y finalmente, ¿qué pensaría? Quizá que Juan o Antonio votan a un determinado partido político. Vaguedad de vaguedades. Como cuando decimos que la inteligencia es lo que miden los test de inteligencia. Vaya hallazgo. Si Juan es de izquierdas porque vota a un partido que muchos consideran de izquierdas, ¿por qué ese partido es considerado de izquierdas?
Me tomo la libertad de exponer a continuación una entrada que mi amigo Javier escribió en este blog y que, por su claridad y brillantez, merece ser leída por el mayor número de personas posible. ¡Javier, un saludo afectuoso!

Si tuviese que destacar algo del gobierno socialista de Zapatero, destacaría su uso creador y arbitrario del lenguaje.
Uso arbitrario de indudables tintes totalitarios y que nos trae recuerdos de realidades históricas en las que el lenguaje era un instrumento no para la comunicación, (lo que requiere significados estables y comunes) sino un instrumento para manejar a la opinión pública y evitar ser juzgado por ésta, pues los actos de gobierno no son lo que la gente cree que son, sino lo que el propio gobierno determina que son. Ya no hay que explicar conductas criticables, pues éstas ni siquiera se han producido.Así se puede estar en guerra en Afganistán, claramente una guerra más tradicional que la de Irak, pero ellos deciden que eso no es guerra sino trabajar por la paz. La guerra terrible es la que otros han hecho. Y además, injusta. Y si se discute que ese otro gobierno no estuvo en ninguna guerra, resulta que una foto de cuatro líderes políticos sustituye al mismo conflicto bélico.
Si se sacan a colación guerras anteriores, la 1ª guerra de Irak por ejemplo, resulta que éstas tampoco lo fueron, pues contaban con resoluciones de la ONU, (que abusivamente se consideran distintas a las que tuvo la 2º guerra) con lo que aquello fue otra lucha por la paz.
Para el gobierno del PSOE y sus medios, la negociación con ETA es la lucha contra ETA. El ceder a ETA es acabar con ETA, el ser débiles ante ETA, demuestra la fuerza del gobierno y en esta alteración de significados, la excarcelación de De Juana es lo que más daño puede hacer a ETA. Una vez tergiversado el significado de las palabras, fácil es sacar el resto de las conclusiones. Si el partido popular se opone a la negociación, y cesiones a ETA, es porque no quieren acabar con ella, no luchan contra ella, por lo que son su mejores aliados y en definitiva igual que ellos. Así asistimos con sorpresa a la equiparación de ETA y el PP no solo por líderes políticos sino por numerosos profesionales de medios afines al PSOE.
Fue Orwell el que en su “1984” ya nos contaba aquello de que:La guerra es paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza.
Así era la neolengua de Oceanía, en la que se transformaba el léxico y el pensamiento, pues lo que no estaba en la lengua no podía ser pensado.Creo oportuno recordar también algunos de los ministerios de ese país, y como pueden recordar situaciones que hemos vivido recientemente o que estamos viviendo:
Había un Ministerio del Amor que se ocupaba de los castigos y la tortura a su antojo, pues en Oceanía no había leyes escritas para no caer en contradicciones. El Ministerio de la Paz se encargaba de asuntos relacionados con la guerra (no sé como Zapatero, no ha dado ese nombre al de Defensa) y el Ministerio de la Abundancia, se encargaba de conseguir que la gente viviera siempre al borde de la subsistencia. El Ministerio de la Verdad, se dedicaba a reescribir la historia.
A Orwell no se le ocurrió lo de la “Ley de la memoria histórica”.
Impedir que el lenguaje sea transformado por el poder, defender su autonomía, creo que es también luchar por la libertad y por la autonomía de los individuos.
Javier