martes, noviembre 08, 2011

CALIDAD DE LA ENSEÑANZA


Es cierto que lo que está ocurriendo en la Enseñanza Pública es la gota que colma el vaso de la paciencia de muchos profesores.
     ¿Cuál es el vaso? El deterioro progresivo que desde hace más de veinte años padece la Enseñanza en virtud de una ley nociva y un ejercito de pedagogos y demás logsianos empeñados en hacer de los institutos Centros de asistencia social. A estas alturas ya no hay Enseñanza pública. Y los profesores hace tiempo que somos de hecho cuidadores en una inmensa guardería de adolescentes. La Enseñanza no está enferma. Está muerta.
     ¿Cuál es la gota? Los llamados recortes que influyen fundamentalmente en dos aspectos. En nuestras condiciones laborales como profesores y en las actividades que se vienen desarrollando en los Centros.
     En relación con nuestras condiciones laborales, trabajamos más horas y cobramos menos. En relación con las actividades, hay menos profesores para clases de compensatoria, aulas de enlace y diversificación. Y por consiguiente, menos alumnos que recibirán estos servicios. Asimismo, habrá una menor atención a las guardias y menos asistencia individualizada para los alumnos, de modo que los tutores serán a la fuerza menos tutores que antes.
     ¿Cuál es el objetivo de las reivindicaciones? Lo desconcertante para mí es que todas las protestas van solo a la gota y no a todo el agua del vaso. Y aún así, a parte de la gota. Y a esa parte de la gota se la etiqueta con el pomposo nombre de “calidad de la Enseñanza”. Me explico. ¿Protestamos explícitamente por nuestras penosas condiciones de trabajo? No. Aunque mi opinión es que es esto lo que más nos fastidia. Todos sabemos que las clases ya no son clases y dos horas más son dos horas más de tormento, pero nadie lo dice. Permanece reprimido. Admitirlo implicaría la aceptación tácita de que la Enseñanza hace tiempo que no lo es. Y que los profesores hace tiempo que no ejercemos de tales. Ambos temas son tabú en el maremoto de protestas y reivindicaciones de estos días. Por otro lado, nuestra culpabilidad como profesores, tan intensivamente trabajada por años de consignas psicoeducativas de los paladines de la logse, hace imposible que reivindiquemos con orgullo y dignidad lo que es asumido por cualquier gremio profesional: la defensa de unas razonables condiciones de trabajo. A revés, en la protesta hay una consigna repetida hasta la saciedad: no protestamos por trabajar más. A esto le llamo yo el síndrome de Teresa de Calcuta. Es decir, no nos importa estar jodidos. Asumimos el martirio. ¡Nuestra causa es mucho más noble y altruista! Con esto hemos eliminado de nuestra enérgica reivindicación parte de la gota, de esa gota que nos jode tanto que hace colmar el vaso. ¿Extraño, verdad?
     Vayamos a la otra parte de la gota, la llamada “calidad de la enseñanza”. Se supone que ésta es la gran batalla. Sorpresa. Lo que viene a garantizar la calidad de la Enseñanza resulta ser ahora fundamentalmente todo aquello que la Enseñanza tiene explícitamente de asistencial: compensatoria, aulas de enlace, diversificación, refuerzos, tutorías y guardias. Ahí es nada. Compensatoria, aulas de enlace y diversificación son gestionados por el departamento de orientación. ¿Resulta entonces que la calidad de la Enseñanza pasa por aumentar el carácter psicopedagógico de los centros? ¿Quizá más psicopedagogos? ¿Y las guardias y las tutorías? ¿Más horas de guardia y más horas de dedicación a la tutoría en nuestros horarios mejorará el nivel de matemáticas o los conocimientos de lengua? Por Dios, no quiero que se prive de un refuerzo a los niños con dificultades en aprender a leer, ni a los alumnos extranjeros del aprendizaje del español. Ni mucho menos que se niegue a los chicos con problemas la ayuda psicológica. Pero protestar por ello en nombre de la calidad de la enseñanza me obliga a admitir implícitamente que la función de un Instituto de Secundaria es asumir esta demanda social, y que cuanto más y mejor se asuma ésta, mayor calidad en la enseñanza. Y esto me resulta absolutamente inadmisible. Por otro lado, lo único que he visto son profesores cabreados por tanta guardia o porque en la lotería de Babilonia del primer claustro del curso les había tocado una tutoría. Si encima la tutoría es de un grupo de ESO y de una clase especialmente problemática, te puede amargar el año. Todos lo sabemos. La energía del Doctor en Historia o del Licenciado en Física se perderá por el sumidero de los papeles que hay que rellenar, las citas que hay que concertar y las interminables y benévolas charlas que hay que mantener con Pepito y Juanito para que comprendan al fin que en clase no se puede comer, gritar ni pegar al compañero.¿Es coherente que se reclame la tutoría en nombre de la calidad? Pues ahí están, en el paquete, junto a las trascendentales guardias y todo lo demás. ¿Me lo invento? Salgamos a la calle y leamos las pancartas que cuelgan de los Institutos. Y así andamos nosotros: neuróticos, culpabilizados y pidiendo lo que en el fondo ninguno de nosotros quiere.
     Cierto que los recortes también traen consigo la eliminación de desdobles y el aumento de las ratios. Pero aunque admito que este hecho no beneficia la calidad en la enseñanza, no es un factor determinante para empeorarla. He tenido clases de doce alumnos donde era imposible explicar algo tres minutos seguidos, y otras con veintinueve donde había un nivel aceptable de atención y participación. Más que del número de alumnos el nivel de una clase de Historia o de Literatura depende del tipo de alumnos. Y una clase de diez donde hay cinco objetores escolares a los que no puedes expulsar y que solo tibiamente puedes sancionar, es sencillamente impracticable. Y seguiría siendo impracticable si la clase tuviese seis alumnos.
     No. Esta no es mi guerra. Y no puedo apoyar la huelga. No con tal estrategia y planteamiento general. Por una sencilla razón, porque a lo mejor me conceden gran parte de las cosas que pido. Y hay de repente más tutorías y hacemos más guardias y en lugar de un psicopedagogo hay dos o tres que nos requieren por duplicado o triplicado para reuniones absurdas y papeleos interminables. Y se sigue obviando ad infinitum el vaso de agua (ya un océano) donde nos venimos ahogando desde hace más de dos décadas. Y nos meten de repente una logse tres y una logse cuatro, como nos metieron la uno y la dos (o sea, la loe). O nos bajan más el sueldo y nos aumentan un poco más la jornada laboral. Total, no nos quejamos por esto, y quien calla otorga, ¿no?
     A estas alturas una cosa tengo clara. Si alguna vez doy un puñetazo en la mesa y me pongo estupendo será por el agua del vaso y no por la gota (y mucho menos por una parte de la gota a la que se etiqueta tendenciosamente como “calidad de la enseñanza”). Estoy enfadado. Estamos enfadados. Pero esto, por sí solo, no tiene mérito. Aristóteles decía que enfadarse es fácil. Lo difícil es saber cuándo, cómo y por qué. O me enfado por las pésimas condiciones laborales que soporto, y entonces tengo que admitir que en gran medida se derivan de que la Enseñanza ha muerto hace ya tiempo y soy un mero asistente social recargado en sus funciones. O me enfado por la pésima calidad de la enseñanza, y entonces la primera denuncia de nuestras protesta debe ser la retirada definitiva de la logse y la asunción de una reforma radical del sistema. Tertium non datur.
     Soy profesor y no soy obviamente Teresa de Calcuta. Y quiero que la Enseñanza Secundaria vuelva a ser una verdadera Enseñanza Media y no un Centro de Primaria para adolescentes, un Centro asistencial, un Centro de ocio obligatorio o un campamento misionero. Como ciudadano reclamo del Estado esa asistencia social, pero como profesor reclamo del Estado la dignidad académica que merece un Instituto. Y que estas dos cuestiones estén claramente diferenciadas.
     ¿Por la calidad de la enseñanza pública entonces? No somos misioneros. No somos trabajadores sociales. No somos psicoterapeutas. Somos profesores de institutos públicos. Son tiempos de reivindicar simplemente que vuelva a haber Enseñanza en ellos. Cuando la recuperemos, si es que la recuperamos, será el momento de hablar de calidad.

3 comentarios:

Javier dijo...

Hola Jesús
No puedo sino coincidir contigo en tus reflexiones sobre esta huelga, política en el peor sentido del término, es decir sectaria y de partido, al servicio de un partido político, el Psoe, con su brazo sindical FETE UGT-CCOO, que curiosamente han sido los responsables directos de la destrucción de la calidad de la enseñanza en España.
Bien dices que el número de alumnos, la ratio, tiene una influencia sobre la calidad de la enseñanza bastante menor que el propio modelo de enseñanza elegido. Es algo que cualquiera que recuerde cuando él estudiaba puede constatar. Yo además tuve la suerte de empezar a dar clase en la Arcadia educativa del periodo prelogsiano y recuerdo, como si fuese ayer, los maravillosos grupos de 50 alumnos de Formación Profesional a los que tuve el honor y el placer de impartir clases. Otros compañeros más jóvenes sin duda recordarán las propias aulas a las que ellos asistieron en las que un número mayor de alumnos iban acompañadas de una mejor calidad en la educación. Por eso me parece triste que el colectivo de profesores acepte de forma tan acrítica el discurso de la izquierda que tras 30 años de Logse, pretende resolver el hundimiento de la enseñanza con unos medios (más profesores, más apoyos, más compensatorias, más diversificaciones, más orientación…) que aunque no han hecho sino crecer desde hace treinta años, han ido parejos a la disminución constante de la calidad de la enseñanza.
Aunque muchos de nuestros compañeros tambien lo saben, nunca se acuerdan de que aquellos alumnos de entonces no estaban obligados a la enseñanza y que además podían a los 14 años elegir estudios adaptados a sus necesidades, mientras que ahora están a la fuerza en una enseñanza única. Aquellos grupos de 50, o más, alumnos, eran infinitamente mejores que grupos de 10, de ahora, que te avisan desde el primer día del carácter forzoso de su estancia en el aula.

Javier dijo...

Continuación
Hay realidades que para conocerlas uno necesita de lectura o estudio, pero hay otras que requieren solamente tener los ojos abiertos a las experiencias que la vida te aporta. Y entristece comprobar lo ciegos que estamos ante nuestra rica experiencia educativa. Hemos sido alumnos antes, somos profesores ahora, no puedo entender que gran parte de los profesores crean que la educación mejorará solo con más recursos, cuando ellos han conocido una educación, con cuarenta alumnos, sin tutores, sin orientadores, sin desdobles, sin compensatorias, sin diversificaciones, sin apoyos, sin adaptaciones curriculares, sin guardias, casi sin programaciones, casi sin reuniones… y funcionaba bastante mejor que ahora. ¿Por qué no nos sirve nuestra experiencia? ¿Porqué tantos docentes aunque compartan el analisis acaban después pidiendo también más gasolina para el fuego?. Creo que por la ideología. En nuestro colectivo la ideología de izquierdas está ampliamente representada y esa ideología impide un planteamiento adecuado del problema. La ideología de la izquierda en cuanto a educación, y en general, es muy simple: Público bueno/privado malo (Aunque como bien recuerdas la izquierda inició masivamente la enseñanza concertada, llevan a sus hijos a la privada y prefieren, como casi todos trabajar en lo público pero recibir servicios del sector privado). Obligatoriedad buena/libertad mala (¡el que un alumno pueda elegir a los 14 años dicen que discrimina!). Otra idea muy extendida en la izquierda es el poder casi mágico que le otorgan al dinero, al gasto. Cualquier problema se resuelve con más dinero, con más inversión, no con políticas más adecuadas, justas o inteligentes, sino con más dinero, más gasto. Se le pone después el adjetivo de social y a ver quién se atreve a recortarlo. Y por último piensa la izquierda que ellos no persiguen un interés particular sino general. En ese planteamiento subyace la idea de que están hechos de una pasta distinta a los demás. Que el egoísmo no tiene cabida en sus planteamientos. Por eso asistimos a la hipocresía de no criticar las medidas de la Consejería de educación, de la única manera que pueden ser criticadas, en el sentido de que los docentes hemos visto perjudicadas (dos horas más lectivas) nuestras condiciones de trabajo, sino que los sindicatos critican unos supuesta pérdida de calidad (es difícil que la calidad baje) y una preocupación por unos interinos sin trabajo, que contrasta con la enorme despreocupación mostrada hacia cinco millones de parados.
Pienso que esa sobre- representación de la izquierda en el colectivo de docentes explica en buena medida en el hundimiento de la educación pública en España. Creo que tenemos, unos más que otros, lo que nos merecemos.
Un abrazo
Javier

Jesús Palomar dijo...

Hola Javier. Estupendos comentarios. Gracias por participar.
En fin, así están las cosas. A estas alturas no espero ya un cambio radical del sistema (lo que no significa que no lo desee). Confío en que al menos no empeore. Y que si se va produciendo algún tímido cambio, éste sea para mejorar por lo menos un poco. Pasito a pasito. Gradualmente. Con el psoe incluso esta tímida posibilidad estaba negada.