Parte primera.
Podemos discutir sobre el nombre que damos a las cosas, pero es inadmisible que se utilice el mismo nombre para distintas cosas. Cuando esto se produce en el lenguaje cotidiano hay confusión y enemistad; en la enseñanza, ignorancia; y en ciencia, ineficacia. Pero tolerarlo en política es el inicio de la peor de las tiranías. Enredados en las palabras acabaremos creyendo ser libres y prósperos viviendo en una cochambrosa chavola con manos y pies encadenados.
Podemos discutir sobre el nombre que damos a las cosas, pero es inadmisible que se utilice el mismo nombre para distintas cosas. Cuando esto se produce en el lenguaje cotidiano hay confusión y enemistad; en la enseñanza, ignorancia; y en ciencia, ineficacia. Pero tolerarlo en política es el inicio de la peor de las tiranías. Enredados en las palabras acabaremos creyendo ser libres y prósperos viviendo en una cochambrosa chavola con manos y pies encadenados.

Los tres poderes clásicos del
estado son el ejecutivo, el legislativo y el judicial. El poder mismo es la
soberanía. La soberanía se ejerce por presencia o por representación. En la
antigua Atenas los ciudadanos ejercían el poder por presencia, sin
representación, reuniéndose en asamblea. Podríamos decir entonces que tales
ciudadanos eran soberanos o que la soberanía la tenían los ciudadanos. Pero más
allá de las asambleas con participación directa, los que ejercen la soberanía
de facto suelen decir a menudo que representan a Dios, al pueblo o a la nación.
El rey considera que Dios le ha concedido representar su poder en la tierra y
la forma en que este poder se trasmite es la herencia genética. Por eso el rey
proclama que solo debe rendir cuentas a Dios. Sin embargo el parlamento
considera que es la nación o el pueblo el que tiene el poder legítimo y ellos
representan este poder gracias a la delegación voluntaria del pueblo a cada uno
de sus representantes. Obviamente, los parlamentarios consideran que deben
rendir cuentas a sus representados y no a Dios.
Si la soberanía es un poder no
controlado por otro poder, aunque limitado por otros poderes exteriores,
podemos decir entonces que el único inequívoco soberano es siempre el estado.
El soberano está limitado en el exterior por otros soberanos, es decir, otros
estados, pero hacia dentro, en relación con el pueblo, es el único poder real.
Desde un punto de vista emic, es decir, desde sí mismos, el rey es
representante de Dios, y el parlamento es el representante del pueblo; de lo
que habría que colegir que para el rey el verdadero soberano es Dios y para los
representantes, el pueblo. No obstante, desde un punto de vista etic,
observando la acción efectiva del poder, los soberanos, es decir, los que
mandan en cada caso, son el rey o el parlamento, sin más; siempre y cuando
ninguno esté controlado por otro poder y puedan identificarse con el estado
mismo.
Continúa en parte segunda: El laberinto de las monarquías.
Continúa en parte segunda: El laberinto de las monarquías.
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