jueves, mayo 03, 2007

LIBERTAD, RIQUEZA E IGUALDAD



Respetar la libertad económica aumenta la riqueza, pero produce desigualdad.Juan y Pedro abren sendas panaderías. Ambos se ponen manos en la masa y comienzan a producir pan. En este punto no juega ninguna ley económica, sólo la libertad de ofertar. Cualquiera que quiera hacer pan, puede intentarlo. También el comprador es libre para demandar. Cualquiera que vaya a comprar pan, comprará el que más le guste. Pero a partir de que se ponen sus productos a la venta, lo que cabe esperar es que rijan las leyes económicas, independientemente de la voluntad libre de Juan y Pedro. ¿Cuál es ese resultado?
Entremos en detalles. Juan tiene casa propia, es soltero y además tiene algunos millones en el banco. Pedro está casado y tiene cuatro hijos. Además no tiene casa en propiedad ni dinero en el banco. En nuestro ejemplo es así, pero podría ser al contrario.
Resulta que, independientemente de sus respectivas circunstancias vitales, Juan es capaz de hacer más y mejor pan que Pedro al mismo precio. Porque trabaja más, porque es más ingenioso, por un don innato para hacerlo o por las tres cosas a la vez. Entonces la mayoría comprará pan a Juan, y sólo unos pocos lo comprará a Pedro. Por consiguiente Juan, el panadero más rico, ganará más que Pedro, que es más pobre.
En este punto es posible que Pedro intente aumentar su producción y mejorar su producto. Si lo consigue, obligaría inmediatamente a Juan a buscar procedimientos para aumentar su producción, abaratar su pan, mejorarlo o las tres cosas. Pero también es posible que Pedro no consiga su objetivo. No es descartable entonces que Pedro abandone la batalla, opte finalmente por dejar de amasar y cocer pan y piense en dedicarse a otra labor.
Se puede lamentar que la competitividad en un mercado libre lleve a la quiebra de empresas y a la pérdida de puestos de trabajo. Y que los menos aptos en la competencia ganen menos aunque tengan las mismas o más necesidades que cubrir. Pero la competencia también tiene su lado positivo. Todos los panaderos, incluso los peores, se mejoran gracias a la competición, y en este sentido les beneficia a ellos y también a los amantes del buen pan. Además, la competitividad beneficia a los consumidores, pues abarata los productos. Y beneficia a la sociedad en su conjunto, pues aumenta la riqueza general y posibilita la mejora de los productos del mercado: los coches, los ordenadores, etc., cada vez serán mejores además de más asequibles. No se puede negar que estas consecuencias negativas y positivas derivan del principio de libertad y de las leyes de la competencia. Como no se puede negar que desde el balcón caen aromáticas rosas y duros tiestos. Y que la causa de ambas caídas es la ley de la gravedad.

Eliminar la libertad económica puede producir mayor igualdad, pero reduce la riqueza general.Pero, ¿qué tal si desde un Estado intervenimos en todos los aspectos de la economía con el objetivo de fomentar la igualdad entre los ciudadanos sin rebajar la riqueza general? ¿Qué tal si intentamos que todos los panaderos ganen lo mismo que Juan o, siquiera, bastante más que Pedro? Tal propósito se parece demasiado a intentar que sólo caigan rosas desde el balcón, pero ignorando la ley de la gravedad.
Desde un poder estatal podemos hacer que el mejor panadero no produzca más de diez barras al día y que se le permita al peor que fabrique cuarenta. Además podemos también controlar los precios, que las barras de los dos valgan lo mismo. De esta forma se garantiza que ambos venderán su total producción, pues el cálculo estatal ha planificado que no habrá excedentes. Violentando los dos principios de libertad se conseguirá sin duda que Pedro, el panadero peor pero más necesitado, gane tanto o más que Juan que, aunque es mejor panadero, necesita menos dinero para vivir. Pero se reducirá la riqueza general producida.
En nuestro ejemplo se reduce la cantidad de pan y la calidad de éste. Pues probablemente los panaderos no se esforzarán en ser mejores ni en producir por su cuenta más de lo determinado por ley, pues esto supondría trabajar gratis. Este hecho no les beneficia ni a ellos ni a los potenciales compradores de pan. Se conseguirá que la tarta salga repartida de forma más igualitaria, sí. Pero la tarta será menor en tamaño y de peor calidad. Y no es una mera especulación. Los países socialistas han intentado siempre intervenir en la libertad de mercado. Pero a pesar de su férreo control de los mercados (o precisamente por ello), la economía soviética fracasó por ineficiente. La caída del Muro de Berlín ha supuesto la comprobación experimental de que interferir en los principios de libertad y en la competencia lleva inevitablemente a una economía fracasada.
¿Libertad o igualdad?Si respetamos la libertad para ofertar y demandar, el PIB ha de resultar por fuerza mayor, pero mal repartido desde el punto de vista ético. Al panadero excepcional, soltero y además rico, le sobrará dinero, mientras que le faltará al panadero mediocre, sin más capital que su trabajo, casado y cargado de hijos. Sin duda esa situación clama contra el valor de igualdad y debería corregirse o compensarse. Pero si la intentamos corregir absolutamente eliminando la libertad de la oferta y la demanda el resultado es mayor igualdad, pero menor riqueza. Es decir, todos somos más iguales, pero menos libres y más pobres. La igualación no se produce por arriba, sino por abajo. ¿Qué hacer entonces?

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