¿Obligatoriedad hasta los 16 años?
Un razonamiento elemental me puede llevar a concluir que aumentando los años de educación obligatoria aumenta la calidad de la enseñanza. Pero se obvian algunas objeciones básicas de psicología evolutiva. De nueve a diez años y de quince a dieciséis ha transcurrido un año. Pero la equivalencia cuantitativa no se corresponde con lo cualitativo. Es decir, un niño de diez años no es igual que un niño de dieciséis. Este último tiene una voluntad más formada. Si dice no quiero, es no quiero, y las posibilidades persuasivas del padre o del educador caen en barrena. De modo que, por sí misma, esta medida tampoco es buena. Puede ser buena o mala según otros factores. Me inclino a pensar que es mala si va acompañada de una enseñanza uniforme y en exceso teórica. Puede ser buena si va acompañada de diferentes itinerarios que permitan al alumno y a sus padres acomodar la formación del alumno a sus capacidades e intereses.
Hoy en día la enseñanza secundaria es uniforme, a mayor gloria de ideales de igualdad, pero como la realidad es tozuda, cada vez más se implementa con medidas diferenciadoras (llamadas por el argot psicopedagogo diversificadoras) que se cuelan por la puerta de atrás. No obstante, la diferenciación aparece de modo perverso, pues es considerada como una ayuda hacia los alumnos para ponerse al nivel del grupo base. Esto es, diferencia para conseguir la anhelada igualdad. Diferencia con mala conciencia, podríamos llamarlo. Se les saca en pequeños grupos de la clase nodriza y se les intenta enseñar más intensivamente apelando a su deficiencia, diferencia o peculiaridad. En fin, así dicho parece hasta bonito, pero tal orientación es estructuralmente nociva. ¿Por qué?
Empezando por el eufemismo que la designa: diversificación (mal empezamos si la educación, que tiene que ver con el lenguaje esencialmente, se empeña en oscurecer los términos para no ser entendida) y acabando con el fin que pretende, muy buenista él (y como todo buenismo inútil cuando no contraproducente): todos iguales, y por ende, al final todos iguales en la ignorancia.
No insistiré en los motivos reales que llevan a formar este grupo diversificado, pero en la práctica, la mayoría de las veces, el grupo de diversificación es una pintoresca mezcla de alumnos con problemas de conducta y alumnos con deficiencias cognitivas. Intentar atender a los dos sin volverse loco es literalmente imposible. ¿Cómo enseñar a leer a Pepito mientras que Juanito intenta tirar por la ventana a su compañera de pupitre? He ahí un dilema no resuelto aún por la moderna ciencia psicopedagógica.
La cuestión esencial no es que el grupo separado alcance al grupo base (desgraciadamente la mayoría de las veces el grupo base es literalmente base, un verdadero desierto de conocimientos y de buenos hábitos), sino que todos aprendan y se formen lo mejor posible, lo cual está reñido, al menos empíricamente reñido, con que se formen igual. Una honesta diversificación es la que plantea la diferencia estructuralmente, con distintas ramas de enseñanza secundaria. Y para procurarla deberíamos cambiarle el nombre y definir claramente los fines que persigue. Es decir, diferentes ramas de enseñanza secundaria porque las personas tienen diferentes intereses y porque esto aumentaría la excelencia académica e incluso la profesional. Y hasta si me apuran, en un sentido utilitarista, la felicidad de la mayoría. Intuyo que el número de juanitos que intentan tirar por la ventana a sus compañeras de pupitre disminuiría significativamente. A su vez, el número de pepitos que aprenden a leer aumentaría en proporción. En fin, que sobran razones.
¿Por qué no se hace? Lo ignoro. Pero quizá en un planteamiento teórico donde conceptos como integración e igualdad imperan (esto es así en el ideario educativo socialista desde los tiempos de la LOGSE hasta la LOE actual) los subgrupos diversificados deben volver al espacio de la clase base (esto ocurre intermitentemente durante el curso o bien en el curso siguiente) en aras de la integración, confundiendo integración con la mera contigüidad. Es obvio que estar más juntos durante el mayor tiempo no es estar más integrado. No obstante, admitir ramas de enseñanza secundaria diferentes, pero con igual valor educativo, atenta contra el valor de igualdad, pues es admitir que la enseñanza publica obligatoria puede enseñar distintas cosas y fomentar la diferencia entre los individuos. Algo abominable para un igualitarista bien pensante. Me parece a mí que esta opción es como preferir que todos vivamos en la miseria (iguales en la miseria) a convivir con cierta desigualdad económica en una población en la cual ya nadie vive en la miseria.
En fin, ya sé que lo ideal es que todos seamos igualmente ricos (todos multimillonarios) y todos genios sumamente inteligentes y sabios. Y puestos a pedir, y todos santos y buenos. Pero mi conocimiento del mundo me hace ser sumamente escéptico sobre esta última posibilidad. De modo que las únicas opciones reales son las dos primeras.
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