La ciencia económica se ocupa de precios, inflación, producción, coste, etc. Pero todas estas actividades están involucradas directamente con el hombre. Y el hombre es un ser libre. La ciencia económica es una ciencia humana, como la sociología o la psicología, y no una ciencia natural como la física o la química. Justo por eso las previsiones de la ciencia económica tienen un grado de fiabilidad menor que las previsiones de la física o la química.No obstante, la observación sistemática de nuestras decisiones pasadas proporciona una enorme información que puede ser procesada, y descubrir así regularidades estadísticas en la conducta económica de los grupos humanos. Estudiando detalladamente estas estadísticas se pueden descubrir leyes. Es posible construir curvas de oferta y demanda de los diversos mercados, hacer previsiones sobre precios, planificar estrategias, etc., y acertar con un aceptable margen de error. La estadística no tiene por qué devaluar la ciencia. La física es más precisa que la economía en sus predicciones, y sin embargo también ella utiliza la estadística para elaborar leyes que rigen el comportamiento de un grupo de electrones. Por tanto, que seamos libres es compatible con la existencia de una ciencia económica suficientemente eficaz.
De modo que podemos decidir producir o no tal cosa. Y consumir o no tal otra. Pero si nos decidimos a producir y consumir lo que ocurre a continuación no depende enteramente de nuestra voluntad. Existen leyes de la oferta y la demanda que se ocupan de ello.
No podemos esperar de estas leyes económicas la realización automática de ideales de igualdad o de justicia, sino el cumplimiento de determinismos causales que nada saben de valores o antivalores. La economía, en la medida en que está inmersa en la naturaleza causal, es ciega a los valores. Pero si intervenimos con la buena intención de crear un mundo más justo no podemos desconocer estas leyes o actuar como si no existieran. La voluntad de mejorar el mundo y el conocimiento de las leyes que lo rigen deben ir juntas para que la acción sea efectiva.
A menudo quien presume de buena voluntad se niega a conocer las leyes económicas y a menudo quien insiste en que estas leyes se conozcan y se tengan en cuenta es acusado de carecer de una buena voluntad para mejorar el mundo. El origen de este rifirrafe tiene quizá profundas raíces psicológicas que sería interesante analizar, pero de momento lo dejamos para otra ocasión.
Traslademos la cuestión a la física. La ley de la gravedad no es buena ni es mala, solamente es. A veces me puede parecer buena si mi novia deja caer una rosa desde el balcón hasta mis manos el día de mi cumpleaños. Otras veces me puede parecer mala, si lo que me cae es un tiesto que me manda al hospital. Lo que es absolutamente absurdo es pegarse con la ley. Negarla. O no admitir que a veces la ley misma, sin intervención alguna, produce buenas consecuencias, como cuando mi novia deja caer la rosa desde el balcón. O decir que el que se esfuerza por dar a conocer la ley de la gravedad lo que quiere en el fondo es que caigan tiestos en las cabezas de los viandantes. Si pretendo con gran voluntad fabricar un cohete que me lleve a la Luna, negar la gravedad no me hace más bondadoso o malvado, solo me hace menos eficaz para alcanzar mi propósito. Una gran y buena voluntad no basta para alunizar. Hace falta también conocer las leyes físicas y contar con ellas. Incluso para ir en su contra si fuese necesario. La ley de la gravedad me dice que todo cae, pero el ingeniero aeronáutico logra que el cohete suba.