viernes, octubre 06, 2017

BUCLES SECESIONISTAS


Si tienen ustedes un amigo catalán que defiende hasta el agotamiento el llamado derecho a decidir se habrán percatado de que es muy difícil establecer un debate sin llegar al aburrimiento o a la desesperación. No repetiré aquí los discursos que los secesionistas quieren hacer pasar por argumentos. Pero como muestra, un botón basta. Cuando le pregunto a mi amigo Jordi que si en una Cataluña independiente Badalona tendría derecho a decidir, suele escurrir el bulto y apelar al misterioso hecho diferencial catalán, a lo insoportable que es el malvado Rajoy o a la ilusión que le genera la futura república catalana, categorías difusas y evasivas que son muy difíciles de encajar en un razonamiento con un mínimo de rigor intelectual. Lo que suele hacer nuestro amigo nacionalista es, en el fondo, dar sucesivas vueltas para reafirmar una y otra vez la idea incuestionable de la que parte: tenemos derecho a decidir.

¿Cómo explicar tan peculiar fenómeno? En muchas ocasiones el deseo y la emoción es lo que nos inclina a decir o hacer ciertas cosas. Pero una vez dicho o hecho necesitamos dar alguna consistencia a nuestro pensamiento y elaboramos un sistema ideológico más o menos resistente. Quizá la necesidad de sistema es, sin más, una necesidad de paliar el dolor. El absurdo nos duele. Y la mente es una máquina de crear sentido, en muchas ocasiones incluso donde quizá no lo hay. Pero no todo lo que construimos en nuestra cabeza para paliar ese dolor es impolutamente racional. De modo que, en muchas ocasiones, somos seres deseantes que nos creemos racionales mientras construimos castillos justificativos en el aire. A la elaboración meticulosa de este autoengaño Freud lo llamaba racionalizar, y lo diferenciaba claramente del mero razonar. A su manera, Nietzsche viene a decir lo mismo. Y en psicología social el fenómeno se conoce como disonancia cognitiva.

De modo que muchas veces nuestras decisiones y opiniones no son racionales y, acto seguido, intentamos ajustarlas a los hechos y a nuestro sistema de creencias para que parezcan que lo son. ¡Vamos, que nos hacemos trampa en el solitario! Una vez que Jordi quedó emocionalmente atrapado en la idea del derecho a decidir, toda su inteligencia y emoción trabaja para reafirmarla.

Estructuralmente no hay una diferencia esencial entre la actitud de Jordi y la del que tiene un delirio de celos. De modo que Jordi nos parece un poco paranoico. Del mismo modo que el celotípico no cuestiona la infidelidad de su cónyuge y va encajando los datos que le sobrevienen para confirmar su idea obsesiva, la idea de que Cataluña tiene derecho a ser independiente es algo incuestionable y, por consiguiente, todo lo demás ha de ajustarse a ella.

Ahora bien, Jordi tiene dos opciones: o cambiar su “idea obsesiva”, y con ella un sistema de creencias e ideas que le ha acompañado durante mucho tiempo, o ajustar al sistema ya construido los nuevos datos que la realidad va generando. El coste personal de la primera opción es mucho mayor para Jordi que el parcheo chapucero que supone la segunda. De modo que opta por la segunda. Una vez que estamos aferrados hipnóticamente a la idea de que Cataluña tiene derecho a decidir, ¿cómo encajarla con el hecho de que el Estado español no la reconoce? Fácil: el Estado español es totalitario, franquista y represor. He aquí el parche racionalizador. No importa que dicho parche condene a Francia, EE.UU o Alemania a ser también estados totalitarios y franquistas. Un nuevo bucle racionalizador interpretará debidamente esta nueva derivada.

Algo parecido ocurrió en el Renacimiento en relación con la nueva astronomía. A pesar de pruebas y razonamientos cada vez más sólidos, los clérigos escolásticos no podían admitir que el Sol era el centro del universo. De poco le sirvió a Galileo la amable invitación a que mirasen a través del telescopio para que se diesen cuenta de su error. El rechazo a las ideas copernicanas tenía la misma raíz psicológica que la opción de Jordi. En fin, volver a replantearse las cosas y construir una nueva casa, aunque llegue a ser mejor que la chabola donde vivimos y hemos vivido tantos años, nos suele dar mucha pereza. Entre otras cosas porque tendríamos que reconocer que hemos vivido y vivimos en una chabola. Así que apañamos la gotera y a seguir tirando: la Tierra es el centro del universo y la realidad que veo a través del telescopio son manchas engañosas que pertenecen a la lente del endemoniado aparato. Y vale ya.

La diferencia entre Copérnico, el delirante celotípico, mi amigo Jordi y cada uno de nosotros no está en esta necesidad tan humana de crear sentido y evitar el dolor que provoca una realidad aparentemente contradictoria y absurda –recordemos que para los secesionistas un mundo donde un Estado de Derecho prohíbe la secesión de una parte del territorio no tiene sentido-, sino en los niveles de exigencia de nuestros propios sistemas ideológicos. Copérnico no se conforma con las chapuceras explicaciones astronómicas que había en su época. Y Jordi se aferra a una ideología que ha heredado, que no ha sido nunca objeto de un riguroso análisis y con la que ha ido tirando toda su vida, como los clérigos escolásticos. Copérnico mantiene “su delirio” a pesar de tener el mundo en contra. Pero Jordi mantiene “su delirio” entre otras cosas para no tener el mundo en contra: la televisión, la radio, los periódicos y sus compañeros de trabajo le aportan un bienestar social y psicológico nada desdeñable. La verdad es que a Jordi le ha ido muy bien hasta ahora con su hecho diferencial. Da igual que un análisis riguroso señale que una Cataluña independiente sería, al menos a corto y medio plazo, mucho más pobre que ahora. Manteniendo lo contrario Jordi sería capaz de morir de hambre en su Cataluña imaginada sin modificar un ápice sus ideas. En fin, siendo un poco compasivo con nuestro amigo podríamos considerar que quizá es mejor para Jordi morir de hambre que de un ataque de ansiedad.

Quizá todos caemos a veces en estas actitudes paranoides, racionalizantes o disonantes. Pero lo único que a duras penas puede evitarlas es conocer un poco el mecanismo psicológico que las provoca. Identificada la pereza mental que nos inclina a vivir en una chabola ideológica llena de goteras, lo conveniente es hacer un esfuerzo y empezar a construir una nueva casa. El resultado que cabe esperar es que seamos un poco más libres. No es poca cosa.
Artículo publicado el 25 deseptiembre de 2017 en Periodista digital 

Jesús Palomar