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jueves, septiembre 06, 2018

LA CULTURA AUDIOVISUAL, ¿PROGRESO O REGRESO?

La escritura alfabética resulta algo muy contingente. No parece haber ninguna predisposición evolutiva para su aparición. El lenguaje alfabético es un artificio muy complejo y, para lograrlo, nuestra especie libró una dura batalla. De hecho, siempre se logra a través de una dura batalla que se lleva a cabo en el cerebro de cada niño. Si la escritura alfabética no se hubiese dado seguiríamos siendo humanos, desde luego; pero muy probablemente no seríamos lo mismo.
En una obra excepcional sobre la Antigua Grecia, “Prefacio a Platón”; Eric Havelock, profesor de literatura clásica, estudió el tránsito de la cultura oral a la cultura escrita. Según Havelock, este tránsito implicaba cambios cognitivos, sociales y políticos, que no habían sido considerados antes por ningún otro estudioso del tema. Para Havelock en una cultura ágrafa prima la imagen y la memoria. Lo importante es recordar conocimientos básicos a través de ritos y narraciones míticas que posibiliten la supervivencia y fomenten la cohesión del grupo.
Pero en una cultura donde existe la escritura y la mayoría de la población sabe leer, la memoria pasa a un segundo plano, pues está almacenada en libros o papiros. Prima entonces el entendimiento, nos hacemos más conscientes de nuestra individualidad y pensamos y hablamos de una manera esencialmente distinta. Es este tipo de lenguaje, y el modo en que modifica nuestro modo de pensar y hablar, lo que nos inclina al diálogo con nosotros mismos y, por ende, al diálogo con los otros.
Del discurso vertical desde el altar pasamos a la conversación horizontal en el ágora: surge la actitud crítica. Para Havelock no es casualidad que las culturas prealfabéticas sean culturas míticas y sólo en culturas alfabéticas se dé la posibilidad de la ciencia, la filosofía y la democracia. A tenor de lo que nos dice Havelock, enseñar a leer y a escribir, y convertirlo en un hábito, sería pues la tarea educativa más importante. Asimismo, el deterioro de la escritura y la eliminación de la lectura nos devolvería a épocas pretéritas, también en lo social y en lo político. Si Havelock está en lo cierto, la responsabilidad de los maestros es enorme. 
Hoy vivimos la revolución la imagen. Nuestra sociedad no se entendería sin televisión, aparatos informáticos y sofisticados teléfonos móviles. Obviamente, hay cosas muy positivas en todo esto. La imagen es un medio más para adquirir información y, dada su capacidad de seducción, un elemento motivador de primer orden.
Para personas formadas, con un dominio más o menos aceptable de la escritura y habituadas a la lectura, la red y los medios audiovisuales son algo extraordinario. Pensemos en las posibilidades que se abren para un investigador o para cualquier ciudadano curioso que quiere ampliar sus conocimientos. ¿Pero es igualmente conveniente para un niño que apenas sabe leer o para un adolescente en formación con un nivel de lectura precario?, ¿es siempre inocuo sustituir el medio escrito por el medio audiovisual
Marshall McLuhan dijo que el medio es el mensaje. Quizá exageraba, pero atemperando su máxima podemos atrevernos a decir que el medio influye en el mensaje, y mucho más en edades tempranas. El cerebro humano, y más el de los niños, se encuentra en una constante búsqueda de nuevos estímulos. Si la estimulación es moderada, el nivel de atención aumenta; si es excesiva, la capacidad se satura y la atención disminuye. La televisión y la red saturan fácilmente esta capacidad.
Es por tanto natural que hoy los niños y adolescentes tengan rangos de atención más cortos. La interacción con las pantallas (redes sociales, juegos y aplicaciones) parece fomentar una conducta más compulsiva en detrimento de otra algo más reflexiva. La red es una fuente casi infinita de información, pero estar delante del ordenador, ese juguete tan entretenido, es resistirse continuamente a la dispersión: leer diez páginas seguidas en la pantalla es una actividad que pocos resistimos.
Si a todo esto le añadimos que el hábito de la lectura va perdiendo adeptos, que escritura y lectura están siendo paulatinamente sustituidos por lo digital en los colegios y que desde instancias políticas insisten en imponernos el llamado “lenguaje inclusivo”, tan erosivo para la comunicación y el pensamiento; los ciudadanos del futuro podrían ser muy distintos a los actuales.
En 2014 el profesor de filosofía Raúl Gómez Díaz defendió una interesante tesis doctoral: Comunicación y tecnología: efectos sobre la moralidad. Tras la exposición de un dilema ético, alumnos de secundaria debían responder un test. Entre las respuestas posibles había algunas compatibles entre sí y otras excluyentes. Cuando los alumnos contestaban con el ratón tras contemplar la pantalla en la que se exponía el dilema explicado por un dibujo animado, las incoherencias eran mayores que cuando leían el mismo dilema en un papel y señalaban las respuestas con un bolígrafo. Como la mayoría de los jóvenes actuales, los alumnos se manejaban bien en el mundo digital y no eran lectores habituales.
Por primera vez desde el nacimiento de la cultura alfabética la tecnología propicia cambios sociales que, en cierto sentido, se oponen a ella. Hoy cultura digital y cultura alfabética coexisten. Que esta coexistencia se afiance como una convivencia bien avenida o que lo digital anule de facto lo alfabético depende en gran medida de nosotros. El asunto es importante. Si la lectura y la escritura desapareciesen de hecho y el profesor Havelock tuviese razón, ¿volveríamos a la tribu?, ¿tendríamos una sociedad más emocional, reactiva y manipulable?
Publicado en Disidentia el 16 de junio de 2018

sábado, marzo 05, 2016

EL REY VA DESNUDO: ¿EDUCACIÓN O ENSEÑANZA?


El estado ofrece una escolarización gratuita hasta los dieciocho años. Pretende con ello servir a los ciudadanos en dos sentidos: una básica educación, que debemos entender como socialización y adquisición de buenas costumbres, y una enseñanza e instrucción excelente. Ambos fines son loables. Pero diferentes. Y, como veremos, hasta cierto punto incompatibles (no se pueden llevar a cabo a la vez, en el mismo lugar, con los mismos alumnos y con igual intensidad). Llamemos educación a lo primero y enseñanza a lo segundo. Dado que una buena educación es básica para poder recibir una buena enseñanza, es comprensible que el estado priorice la educación durante los primeros años de escolarización y se esfuerce en la enseñanza de calidad en los últimos. ¿Quiere decir esto que si educamos no enseñamos o si enseñamos no educamos? No exactamente, quiere decir que en la primera etapa sobre todo se educa y además se enseñará lo que se pueda. Se trata de llegar al menos a un mínimo educativo e instructivo igual para todos. Como hablamos de niños, no es extraño que este periodo de escolarización sea obligatorio. También en casa obligamos a nuestro hijo a comer lentejas aunque no le gusten, porque son nutritivas y buenas para la salud. Obviamente un niño debe ser tutelado. El procedimiento educativo fundamental habrá de ser la equidad. Cada uno es diferente, pero deben llegar a lo mismo. Los maestros deberán atender a las peculiaridades individuales de cada niño en la medida de los posible. La escuela debe estar atenta a muchos parámetros para que todos puedan llegar al ansiado mínimo que se propone el estado. Por eso los profesionales deben tener habilidades emocionales, conocimientos de psicopedagogía y hasta rasgos propios de un trabajador social, y es secundario que sean especialistas en un sesudo saber como la física o la matemática. Ahora bien, acabada esta fase de escolarización la enseñanza que propone el estado debe ser voluntaria. Esto es, debe ser un derecho. Y como todo derecho, el individuo en cuestión lo ejercerá o no si tiene la voluntad de ejercerlo y la condición necesaria para acceder a él: una titulación básica de su primer periodo de escolarización no es pedir mucho. No podemos llamar derecho a la enseñanza si ésta es obligatoria. Nadie llamaba a la mili derecho, sino obligación. Los profesionales deberán ser expertos en su área de conocimiento. Una enseñanza de calidad requiere licenciados, doctores o catedráticos. Esto es, especialistas en lengua, historia, física o matemáticas que sepan combinar los conocimientos con buenas dotes para la comunicación. Sustituimos entonces la equidad por la justicia. Los alumnos parten de lo mismo y bajo las mismas condiciones y oportunidades llegarán a lugares diferentes. Cada uno con su esfuerzo y capacidad.
De modo que tenemos dos cosas muy bien diferenciadas. Por un lado obligatoriedad, equidad y educación impartida por maestros, psicopedagogos y asistentes sociales. Por el otro, libertad de elección, justicia y enseñanza impartida por profesores expertos en conocimientos varios. ¿Podemos impartir un máximo de educación y de enseñanza de calidad a la vez durante casi los doce años de la escolarización gratuita que ofrece el estado? No. Aquí hay un problema elemental de máximos y mínimos. Si aumentamos uno de ellos se resiente el otro. Pongamos como ejemplo una carrera universitaria. ¿Si hacemos que la carrera de ingeniería de telecomunicaciones sea obligatoria, cuántos buenos ingenieros saldrán al final? ¿Y mutatis mutandis, cuántos médicos, historiadores o físicos nucleares? En una escolarización obligatoria se podrá a duras penas educar, pero nunca se alcanzará una enseñanza de calidad. De modo que el estado debe elegir la cantidad de años que dedicará a la educación obligatoria y a la enseñanza voluntaria, teniendo en cuenta que tenemos poco menos de doce en total.
¿Cómo están las cosas desde hace más de dos décadas en España? Veamos. El alumno está escolarizado obligatoriamente desde los cinco o seis años hasta los dieciséis. Esto son diez años. El periodo que el estado ofrece de enseñanza voluntaria es de menos de dos curso, pues  2º de bachillerato es más corto que los anteriores. Diez años de educación y poco más de uno y medio de enseñanza.
Lo curioso es que las autoridades políticas, la comunidad educativa y la sociedad misma se escandaliza de los ínfimos niveles de calidad de enseñanza que se revelan periódicamente en pruebas ad hoc o datos estadísticos sobre nuestros jóvenes estudiantes. Todos hablan o hablamos de las posibles causas: muchos alumnos por aula, poca inversión, profesores chapados a la antigua que no usan las nuevas tecnologías, etc. Pero nadie quiere ver la causa principal. Ésta permanece oculta en el lenguaje y en el pensamiento. Y a fuerza de no nombrarla ni pensarla, acaba por no existir. No se trata de que los factores señalados no tengan su importancia. Pero incidir en ellos mientras se oculta lo fundamental es, desde luego, una tremenda perversión. Un coche debe tener un parabrisas, tres retrovisores mejor que uno, incluso puedo discutir si es mejor pintarlo de blanco o de amarillo. Pero si nadie señala que el coche no tiene ruedas y sin ruedas no puede avanzar, las consideraciones anteriores son solo ganas de hablar. La enseñanza en España tiene las ruedas pinchadas por diez años consecutivos de educación obligatoria. En este punto solo podemos hacer dos cosas. Asumir que el estado ofrezca básicamente educación sin apenas enseñanza, lo cual debería de llevar consigo cierta tranquilidad de conciencia que evitase tanta protesta por la mala calidad de la enseñanza de nuestro sistema. O bien ajustar los tramos de escolarización gratuita que el estado oferta para que haya más tiempo de enseñanza y menos periodo de educación obligatoria.
Si optamos por lo primero deberíamos aclarar muchas cosas. En los actuales institutos sobramos profesores y faltan psicopedagogos y asistentes sociales. Es más, en lugar de uno o dos  psicopedadogos y cien profesores la ratio debería ser la inversa. Con que hubiese un profesor de ciencias y otro de letras que pudiera atender de vez en cuando a los alumnos, el ideal educativo mejoraría, y se paliaría así un poco la irritante contradicción en la que la comunidad docente vive desde hace años. ¿Tiene sentido quejarse de la calidad de la enseñanza si sabemos que la prioridad es la educación? Las tutorías no deberían ser excepción sino norma, es decir, la mayoría de las clases recibidas por los alumnos deberían ser tutorías y no clases magistrales sobre historia o matemáticas.
Si optamos por la segunda opción debemos rebajar la edad de enseñanza obligatoria. Podemos discutir hasta qué edad. Pero trece o catorce años a mi me parece razonable. De esta forma el periodo de enseñanza voluntaria aumentaría hasta casi cuatro años. Cuatro años donde el esfuerzo y la capacidad del alumno unido a profesionales bien formados expertos en sus respectivos conocimientos y un ambiente escolar adecuado, haría de cada alumno la mejor posibilidad de sí mismo.
Yo soy partidario de la segunda opción, pero entendería que la sociedad eligiese la primera. Lo que no entiendo es la confusión en la que andamos todos, y que este debate no sea público y natural en la comunidad educativo y en la misma sociedad. Alguien nos ha hurtado desde hace tiempo la posibilidad de hablar públicamente de ello y nosotros lo hemos consentido. El síntoma de las épocas oscuras es que la más elemental verdad resulta revolucionaria. En los institutos de Educación Secundaria Obligatoria hace tiempo que el emperador va desnudo. Decirlo en foro público es un mero acto de parresia.
Los que son partidarios de la segunda opción pueden admitir sin entrar en contradicción la existencia de institutos bilingües si creen que con ello se produce una selección de alumnos que hace posible que aumente la calidad de la enseñanza del Centro en cuestión o al menos para un grupo de alumnos, aunque sean escépticos en cuanto al aprendizaje del inglés o el alemán que en el Centro se imparte. Pero para los que creen en la primera opción tal admisión es incoherente por contradictoria. La equidad y la obligatoriedad casa mal con una selección del alumnado que se cuela por la puerta de atrás y que produce una diferencia de trato entre grupos de alumnos, pues admitimos entonces que a uno les damos educación y a otros enseñanza. El dilema es similar al que se produce cuando nos planteamos organizar los grupos del institutos según sus niveles académicos y de comportamiento. Tener clases con alumnos con buen nivel académico y sobre todo con un comprtamiento correcto junto a otras clases con alumnos díscolos que imposibilitan todo aprendizaje para el resto, será un planteamiento incoherente para los defenseros de la enseñanza obligatoria actual, pero no para los que son críticos con ella.

sábado, marzo 22, 2014

EDUCACIÓN OBLIGATORIA O DERECHO A LA ENSEÑANZA


Educación (instrucción básica y socialización) y enseñanza (aprender y conocer el mundo), son cosas distintas. El pecado original de nuestro "sistema educativo" es identificar educación con enseñanza; y de paso, confundir obligación y derecho. 
Hoy por hoy el estado ofrece un colegio-instituto donde se pretende impartir educación-enseñanza hasta los 16 años (de facto casi hasta los 18), y lo ofrece como obligación. A esta obligación se la suele llamar derecho a la enseñanza. No nos engañemos, esto es imposible: Ni es enseñanza ni es derecho. La verdadera enseñanza presupone ya unos mínimos educativos y no puede ser obligatoria. Resultado: hoy tenemos solo colegios (llamados colegios o institutos, tanto da) donde se recibe a duras penas educación (léase socialización). La enseñanza es allí excepción, y no porque muchos profesores, que todavía no saben que de hecho no lo son, no intenten impartirla.  El derecho a estudiar disminuye en la misma medida que aumenta el tiempo que dura la obligación a ser educados.

miércoles, noviembre 27, 2013

ENTREVISTA AL ESCRITOR JESÚS MARTÍN RODRÍGUEZ


Jesús Palomar, profesor y escritor, entrevista al escritor y profesor Jesús Martín Rodríguez con ocasión de la publicación de su segundo libro de relatos El filósofo impaciente


Nos citamos en Peña Grande, un chiringuito clásico de Santa Pola al borde del Mediterráneo. Hace buen día, a pesar de estar ya en noviembre. Jesús Martín toma una tónica y yo pido un café con leche. El primer par de preguntas que le formulo para abrir boca son muy directas:

—¿Por qué escribes? ¿Cómo definirías tu estilo?

—Ojalá pudiera saber yo por qué escribo. En realidad, lo hago desde hace mucho tiempo. Cuando era solo un niño empecé una novela que se titulaba Huracán y contaba cómo un huracán se acercaba peligrosamente a Nueva York. Era la época de las películas de desastres naturales como Terremoto, El Coloso en llamas o La aventura del Poseidón. Por supuesto, no la terminé. No sé qué habrá sido de aquellas cuartillas escritas a mano. Siempre he tenido necesidad de contar historias, aunque desconozco el motivo. Creo que mi estilo es sencillo, sin grandes alardes semánticos; me gusta centrarme en la historia sobre todo.

—La mayoría de los relatos de El filósofo impaciente destilan filosofía. Explícitamente dos de ellos se refieren a Borges y a Kafka, dos escritores muy filosóficos y, por ende, grandes escritores de relato breve. ¿Crees que el relato breve es un género especialmente adecuado para la filosofía? ¿Qué filósofos han influido especialmente en tus relatos? ¿Qué opinas de Borges?

—Creo que cualquier manifestación artística destila filosofía en mayor o menor medida. Como la vida misma. En relación con la literatura, no creo que un determinado género sea más proclive a la filosofía. Esta puede impregnar una novela, una poesía, una obra de teatro y, por supuesto, un relato corto. En mi primer libro de relatos, Helénicas, también había mucha filosofía. Son muchos los filósofos que influyen en mi literatura. Los existencialistas como Sartre o Heidegger. También los grandes pesimistas como Cioran o Schopenhauer. En cuanto a Borges, me parece un cuentista sobresaliente del que me siento gratamente influenciado. A pesar de que el relato que he escrito sobre él no lo deja muy bien parado —Jesús ríe y toma un sorbo del vaso. Su mirada se desplaza hacia el mar, donde un par de bañistas se han lanzado a las olas aprovechando los veinte grados de temperatura.

—¿Eres un profesor de Filosofía que escribe o un escritor que trabaja como profesor de Filosofía?

—Soy un profesor de Filosofía  a quien le gustaría dejar de ser profesor de Filosofía y vivir del cuento —vuelve a reír, esta vez es un atisbo de carcajada.

—Siendo profesor de Filosofía es obligada un par de preguntas: ¿Qué opinas de la reducción de horas de Filosofía en la LOMCE?¿Y de la enseñanza en España?

jueves, octubre 31, 2013

ENSEÑANZA Y MELANCOLÍA



¿Es la Lomce una catástrofe? Lo más descorazonador de la ley Wert no es que sea una catástrofe. Sino que en lugar de combatir la permanente catástrofe que supone la Logse-loe, parece continuarla a su manera. Se desaprovecha entonces una fabulosa oportunidad para mejorar sustancialmente el sistema. Gran parte del mal de la ley Wert es lo que ésta sigue conservando de la ley anterior: la promoción de curso con más de dos asignaturas suspensas, por ejemplo. A esto se añaden nuevos males, como el desprecio palmario a las asignaturas de carácter humanístico fundamentales para una formación integral y no solo profesional. No obstante, hay algunas cosas buenas: la explícita diversificación y cierto rigor en los procesos selectivos, pues toda instrucción debe buscar excelencia, y quien no supera un mínimo de conocimientos no es segregado, simplemente ha suspendido y no puede ascender al nivel siguiente. De elemental justicia resulta también que el título de Eso y Bachillerato lo conceda el Estado mediante un examen unificador, igualando de este modo a los centros públicos y los privados. Se acabaría así con la suspicacia sobre el privilegio de lo privado y el presunto pago de las familias por la titulación de sus hijos.

Así las cosas, tenemos dos modelos propuestos. La Loe prefiere una primaria alargada hasta los dieciséis años (en la práctica hasta los dieciocho o más) donde se ofrece al alumno una socialización continua y una instrucción básica para ir tirando. La Lomce parece aflojar un poquito en este aspecto socializador, pero pretende que la enseñanza en los institutos se convierta en una especie de formación profesional básica.


sábado, junio 29, 2013

DESAHOGO DE FINAL DE CURSO


Mi amigo y colega Ángel LuisAlfaro me pasó hace unos días un desahogo de final de curso con el que no podía estar en desacuerdo. Me atreví a sugerirle algunos cambios formales y a incluir alguna glosa que fue aceptada muy generosamente por su parte. Finalmente, mi estimado colega se animó a dar otro repaso formal al texto mejorándolo sustancialmente. Con su permiso, lo publico en este blog.


El juez miró a los niños acusados de haber cumplido o estar en condiciones de cumplir seis años de vida en el año en curso, y tras verificar las pruebas documentales que demostraban tal hecho, emitió sentencia:
Imponemos a todos, en el periodo decisivo de su desarrollo personal, una condena mínima de diez años en instituciones cerradas donde permanecerán de ocho a dos, de lunes a viernes y de septiembre a junio. Durante ese tiempo se les obligará a transitar un único camino y a compartir su vida en espacios más o menos reducidos con un grupo de congéneres seleccionado con criterios ajenos a su voluntad, entre los que destaca la edad cronológica. En esas condiciones han de recibir la información y el ejemplo formal que, en el mejor de los casos, sean capaces de ofrecerles maestros y profesores; al tiempo que recibirán la información y el ejemplo que les transmitirán, de forma mucho más eficaz, sus compañeros y la propia institución de manera informal (lo que se denomina en la jerga pedagógica “currículum oculto” –obsérvese la cortesía implícita en la aclaración, licencia que se permite el docto magistrado-).
El alumno no podrá elegir los medios del cumplimiento de su condena, ni podrá optar entre diferentes caminos para su educación obligatoria. Si el alumno expresa con su actitud que el camino, el único camino, es manifiestamente  inadecuado para él, o que en su voluntad alberga el deseo abandonar el camino en algún momento del recorrido para todos fijado, haciéndose objetor escolar (con comportamientos tales como utilizar indebidamente el material, incluso romper puertas o ventanas del Centro, insultar y agredir a sus compañeros y profesores –agradezcamos de nuevo la cortesía-), la condena aumentará en uno o dos años, según la persistencia de tales comportamientos y actitudes.
Asimismo se condena a todos a la mentira sistemática, pues no debemos olvidar que la hipocresía y el cinismo son los valores que definen nuestra civilización:

viernes, junio 14, 2013

REQVIEM PHILOSOPHIAE


Requiem por la Filosofía
(Obviamente no soy Marco Antonio, ni la Filosofía es Julio Cesar. Pero sirvan estas letras como sincero homenaje a  William Shakespeare, creador genial, indiscutible pensador y peculiar filósofo)

¡Profesores, padres, alumnos, prestadme atención! Aquí os traigo el cadáver de la Filosofía. Como todos sabéis, el gobierno la ha matado. No vengo a ensalzarla, sino a inhumarla. El mal suele perdurar. A menudo el bien queda sepultado con el muerto. Pero, en justicia, también la Filosofía merece unas palabras, pues hasta un demonio las merece. Con la venia de Wert y los demás, pues Wert es un hombre honrado, como lo son todos los miembros del gobierno, dedicaré esas palabras a la difunta en este improvisado funeral.



El ministro Wert sugiere que la Filosofía era nociva para la juventud, pues ha de ser ésta la razón por la que tan duramente ha sido castigada. Si verdaderamente fue nociva para la juventud, gravemente ha pagado ya por ello. No obstante, la Filosofía era mi amiga, para mí leal y sincera. Pero Wert sugiere que era nociva. Y Wert  es un hombre honrado. Infinitas luces trajo a Occidente. Con ella llegó la democracia a la Antigua Grecia. Y de aquella antigua democracia nacieron nuestras democracias modernas ¿Es la democracia nociva?, ¿es peor la luz que la oscuridad? El mal debería ser de una naturaleza más siniestra y tenebrosa. No obstante, Wert sugiere que la Filosofía es poco recomendable para la juventud, y Wert es un hombre honrado. Con Epicuro nos enseñó a no temer a la muerte y a disfrutar de nuestra corta existencia con inteligente moderación. Nos ejercitamos con el estoico Zenón en apretar los dientes y en soportar con dignidad los duros golpes que nos da la vida. Y con Nietzsche aprendimos que puede haber dioses danzarines y que la sabiduría puede ser una explosión de alegría ¿Es esto perjudicial para la juventud? ¡Perdonadme un momento! La emoción me embarga. Mi corazón está ahí, en el féretro junto a la Filosofía, y he de reposar hasta que torne a mí.


domingo, mayo 26, 2013

JENOFONTE Y LA EDUCACIÓN

A menudo los profesores hablamos sobre educación y enseñanza (en fin, sé que esto puede parecer increíble, pero así es). Mi amigo y colega Santiago Blanco (profesor de griego y latín, además de políglota y erudito) me pasó un texto de Jenofonte donde late su preocupación por la formación de los jóvenes. Como siempre los griegos son los más modernos, y descubrimos que sus preocupaciones no son muy diferentes de las nuestras. Lo expongo a continuación para gozo de los presentes. ¡Que lo disfrutéis! 




Por tanto no habrá nadie que no se aparte de esos males y no desee vivamente lo que yo recomiendo, pues una buena educación enseña a cumplir las leyes y a hablar y oír lo justo. En resumen, los que se presten a trabajar constantemente y a ser enseñados tienen como tareas propias lecciones y ejercicios, más la salvación para sus propias ciudades; mientras que los que no quieren ser instruidos a causa del esfuerzo, y se entretienen en placeres inoportunos, ésos son por naturaleza los peores, pues no obedecen a leyes ni a buenas palabras, porque, por no esforzarse, no descubren cómo debe ser el hombre de bien; de modo que no pueden ser ni piadosos ni sabios y, basándose en su falta de educación, censuran constantemente a las personas educadas. En fin, gracias a éstos nada podrá marchar bien; en cambio, gracias a los mejores se hallan todas las ventajas para el hombre. En resumen, los mejores son los que quieren esforzarse.

sábado, enero 12, 2013

SANTIAGO ALBA Y LAS PIRÁMIDES DE EGIPTO

Entre los numerosos escritos publicados sobre la nueva política educativa del ministro Wert se encuentra el artículo de Santiago Alba Rico titulado “¿Derribamos o no las pirámides de Egipto?” El escrito me parece paradigmático. En el sentido que muestra el tono de la mayoría de las críticas a la nueva política educativa que pululan por los medios de comunicación y, por ende, en la red. He creído conveniente hacer un somero comentario sobre él, que a continuación expongo. 

El ensayo confunde la educación con la instrucción (enseñanza).

Es la familia el primer agente educador de la sociedad. Claro que una familia puede educar mal. Pero también puede educar mal un estado. ¿Por qué presuponer en el estado unas perfecciones, aciertos e infalibilidad que no se dan en ninguna instancia de lo real? Más allá de la familia, debe educar (y de hecho educa) toda la sociedad. Desde el señor que deja el asiento a una embarazada en el metro al profesor que se comporta adecuadamente en clase. Definir a la familia como “ese consenso afectivo privado”, es desde luego un exceso ideológico que debería ser justificado en un escrito que pretenda cierto rigor. Sin familia no hay verdadera sociedad, y lejos de ser una instancia puramente privada, es la instancia básica que construye la misma sociedad civil. Contraponer familia a sociedad es tan absurdo como contraponer las moléculas de agua al agua mismo. Hannah Arendt, politóloga citada por el autor, nos recuerda en su fino análisis de las sociedades totalitarias que el primer elemento que desaparece de éstas es precisamente la familia. No es casualidad. Rompiendo las moléculas familiares, destruimos la sociedad civil. Tenemos solo un conjunto de átomos individuales e indefensos que dependerán económica, profesional y emocionalmente del poder estatal. Aristóteles, tan admirado por Arendt, advierte que la unión de varias familias (no de varios individuos) es lo que constituye la aldea, y el conjunto de aldeas dotadas de ley constituye el Estado y, por ende, la sociedad. 

sábado, diciembre 15, 2012

SIN FILOSOFÍA


El ministro Wert planea la supresión de la Ética y la reducción de clases de Filosofía en la Enseñanza Secundaria. Soy profesor de Filosofía y hace algunos días que compruebo que muchos de mis colegas no paran de lamentarse. Pero no se preocupe, señor ministro. No, no le voy a dar más el tostón. Todo lo contrario. Es que no llego a entender a qué viene tanto pesimismo. He pensado un poco. Y he llegado a reveladoras conclusiones que demuestran lo injustificado de estos llantos. Prescindir de la Filosofía en Secundaria es cosa buena. Al fin y al cabo todos sabemos que la Filosofía no sirve para nada. Lo había escuchado muchas veces sin querer admitirlo, pero estaba equivocado. Esta misma mañana lo he constatado empíricamente. Se me averió el coche. Puse la Crítica de la Razón Pura con sobrada fe racional encima del capó, y nada. Seguía averiado, o peor. Al contacto del libro con la chapa, se cayó el retrovisor. No es útil la Filosofía, desde luego que no. 

viernes, noviembre 30, 2012

SIN GRIEGO (video)




(Gracias por la lectura del artículo en catalán-mallorquín por alumnos del IES Algarb de Ibiza. Me encanta cómo suena. Y gracias también a Rogelio por su simpática lectura del artículo en la Universidad de Murcia)


Filólogos son los que enseñan la lengua de Homero. Y, sin embargo, filólogos son también los enamorados de las palabras. Y es cosa sabida que amar las palabras es la básica condición para pensar correctamente o escribir un hermoso poema de amor.

Pero sin la lengua griega, el filósofo y el poeta que todos llevamos dentro tendrían la embarazosa tarea de inventar otra palabra más precisa que ‘idea’ con la que pensar ideas. Y otra más bella para decir poema. 

Sin nociones de griego, aunque seas Nobel de Física, ignorarás que dividir un átomo es imposible. Siendo un carismático parlamentario o un meticuloso gramático, desconocerás que cuando dices monarquía, utopía, democracia, metáfora o alegoría estás hablando en griego sin saberlo. Podrás ser un respetado biólogo que almacena en su memoria el nombre de todos los animales, pero te costará entender que un cefalópodo tiene el cerebro en los pies. Si tu vocación es la cirugía, deberás buscar en el diccionario qué es una histerectomía. Y aun siendo medallista olímpico, no sospecharás que un gimnasta vestido es una contradicción o que la verdad desnuda es una redundancia.


martes, septiembre 04, 2012

FILOSOFÍA Y PUBLICIDAD 1


La visión impolutamente racional del ser humano ha estado vigente durante toda la historia de Occidente. Y el Siglo de las Luces fue su apoteosis. Sin embargo empieza a flaquear con las agudas reflexiones del irreverente Schopenhauer y su insigne discípulo Nietzsche. Pero será Freud el gran revulsivo. Freud nos advierte del riesgo de menospreciar el aspecto deseante del ser humano. No es algo meramente tangencial, sino constitutivo. Deseamos más de lo que la razón sospecha, y a menudo seguimos deseando cuando creemos pensar racionalmente.

En los años cincuenta Edward Bernays, el sobrino de Freud, lleva el diván de su tío al salón de los publicistas. Se trata de utilizar el conocimiento freudiano para hacer más eficaz el mercado. La cuestión no es la oferta y la demanda. Al menos no solo eso. El objetivo es descubrir el deseo inconsciente de los consumidores. Los consumidores son más propensos a comprar lo que desean que lo que necesitan. ¿Pero qué desean? Bernays y sus psico-publicistas se ocuparán de descubrirlo. Y si no, de crearlo. La publicidad y los hábitos de consumo sufren entonces una revolución.

La publicidad es inherente al mercado y no son los publicistas ni los mercaderes los que convierten a un ser impolutamente racional en deseante. No somos puro deseo, pero es evidente que tampoco somos pura razón. Ahora bien, ¿y si jugamos a utilizar el instrumento publicitario en un sentido opuesto a su uso habitual? En cierto modo, esto ya se hace a veces. Utilizar la publicidad para un fin “bueno” y admitido socialmente. Campañas para prevenir accidentes o evitar el maltrato a la mujer, por ejemplo. La cuestión que habría que dilucidar es cuánto de grande es nuestro deseo consciente o inconsciente de lograr tales fines. El publicista debería entonces fomentarlo. ¿Y si resulta que no hay ese deseo en lo más hondo de nuestro ser y todos estamos dominados por un insaciable tánatos? El publicista tendría que crearlo. Después de todo esto es parte de su oficio. Quizá la parte más maquiavélica.

martes, mayo 22, 2012

ENSEÑANZA, RECORTES Y CALIDAD

El pasado mes de febrero me encontré con Manolo, un amigo que hacía tiempo que no veía. Andaba el hombre muy preocupado porque la calefacción de su casa no funcionaba bien. O sea, no calentaba lo que tenía que calentar. Manolo me explicó que había optado por aumentar la cantidad de agua (inmediatamente pensé que la calefacción no estalló porque debería de tener algún escape). El caso es que esta atrevida acción de mi amigo Manolo no hacía que mejorase el funcionamiento de su calefacción. Yo le dije que quizá era más sabio dejar de echar más agua. Sería más eficiente, de momento, utilizar el valioso líquido para regar las plantas o lavar las verduras. Después sería conveniente pararse a pensar y tratar de averiguar cuál sería la avería de la calefacción. Y una vez localizada, arreglarla. Solo entonces sería recomendable ir echando agua a ver si mejoraba el funcionamiento. Se trataría de comprobar la cantidad de agua que era necesaria para alcanzar un óptimo. Pues es obvio que tras alcanzar este óptimo, más agua no mejoraría la eficacia del aparato. Manolo me agradeció el consejo y me dijo que lo pondría en práctica. Mi perplejidad vino sin embargo después. Resulta que Manolo y yo tenemos la misma profesión. Somos profes de Secundaria. Me dijo que había que ir a la huelga porque los recortes perjudican la calidad de la Enseñanza. Yo le expliqué que el problema era similar al anterior. Establecer una relación directa entre la cantidad de dinero y la calidad de la Enseñanza era al menos tan controvertido como relacionar la cantidad de agua y la calidad de su calefacción. Manolo se sintió muy incómodo con mi observación. Y tras un gesto de extrañeza me dijo que la cuestión no era comparable. En ese momento yo le invité a que echase una ojeada al siguiente gráfico:

martes, noviembre 08, 2011

CALIDAD DE LA ENSEÑANZA


Es cierto que lo que está ocurriendo en la Enseñanza Pública es la gota que colma el vaso de la paciencia de muchos profesores.
     ¿Cuál es el vaso? El deterioro progresivo que desde hace más de veinte años padece la Enseñanza en virtud de una ley nociva y un ejercito de pedagogos y demás logsianos empeñados en hacer de los institutos Centros de asistencia social. A estas alturas ya no hay Enseñanza pública. Y los profesores hace tiempo que somos de hecho cuidadores en una inmensa guardería de adolescentes. La Enseñanza no está enferma. Está muerta.
     ¿Cuál es la gota? Los llamados recortes que influyen fundamentalmente en dos aspectos. En nuestras condiciones laborales como profesores y en las actividades que se vienen desarrollando en los Centros.
     En relación con nuestras condiciones laborales, trabajamos más horas y cobramos menos. En relación con las actividades, hay menos profesores para clases de compensatoria, aulas de enlace y diversificación. Y por consiguiente, menos alumnos que recibirán estos servicios. Asimismo, habrá una menor atención a las guardias y menos asistencia individualizada para los alumnos, de modo que los tutores serán a la fuerza menos tutores que antes.

viernes, noviembre 04, 2011

A LOS PROFESORES

Buceando por la red he encontrado un artículo que me parece interesante. Por su calidad y fuerza expresiva considero que debería ser leído por el mayor número de personas posibles. Y éste es el motivo por lo que lo incluyo en mi blog.

Su autor es don David López Sandoval (pinchar en el nombre par ir a la fuente)

¿Defensa de la escuela pública ahora que nos tocan el bolsillo y amenazan nuestro puesto de trabajo? No, compañeros. Que se organicen manifestaciones, encierros y asambleas en defensa de nuestras condiciones laborales, pero no metamos a la enseñanza pública en esto, porque la pobre hace tiempo que nos dejó, que murió sin que nadie se diera por aludido.

Cuando convirtieron la educación pública en una suerte de asistencia social para aquellos que no podían permitirse el lujo de otro tipo de enseñanza mucho más exigente, ¿alguien la defendió? Cuando se creó ese engendro antiliberal de la educación concertada, financiado con dinero público, y defendido, curiosamente, por los que se denominan a sí mismos paladines de la libertad, ¿alguien la defendió? Cuando condenaron a generaciones de chavales a ser de las peor preparadas de Europa —por obra y gracia de unos planes de estudios, de una estructura y de una filosofía pedagógica que todos sabíamos que era absolutamente retrógrada e imposible—, ¿alguien la defendió? No, señores.

martes, noviembre 01, 2011

ENSEÑANZA, ELECCIONES Y VIDEOS

El PSOE ha publicado un video que al parecer ha levantado gran polémica. La chacha que lleva a un colegio privado al hijo del señorito. Se supone que este señorito debe de ser un malvado derechista, rico y probablemente católico apostólico. O sea, del PP. En fin, el mensaje es que estos caballeros quieren acabar con la enseñanza pública de calidad. Para que los pobres se jodan y los ricos, que pueden pagarse un cole privado, tengan una buena educación. Por ende, el PSOE, cuan séptimo de caballería, es el único partido que puede defendernos de este terrible mal.

Lo que ocurre es que hace ya muchos años que no existe en España una Enseñanza pública de calidad. Y que fue precisamente el PSOE el más responsable de su destrucción. De la Enseñanza en España se podría decir aquello de “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Aunque desde luego unos la mataron más que otros.

A continuación expongo una NUEVA VERSIÓN del famoso video que en mi humilde opinión se ajusta un poco más a la realidad.

martes, septiembre 20, 2011

PROFESORES EN HUELGA

La situación pinta mal. Muy mal. Aguirre, con sus declaraciones, nos deja al pie de los caballos. ¿La verdad? Nadie quiere dar más clases porque las clases ya no son clases; y hace tiempo que los profesores no ejercemos de tales, sino de asistentes sociales. Y usted, señora Aguirre, debería saberlo. Pedir más horas lectivas sin mencionar tal circunstancia, alegando simplemente que somos unos vagos que no queremos trabajar más, no puede ser otra cosa que una declaración hiriente y alevosa. Dignificar la Educación pasa por respetar a los profesores que hemos padecido el desastre de la logse como se padecen las insidiosas almorranas. No obstante, algunos profesores podríamos soportar una pulla más. Oficiales que fueron degradados hace años a soldados rasos, podrían incluso limpiar letrinas sin rechistar. Pero las formas son también importantes. Y los soldados rasos (antaño profesores orgullosos de su oficio) tenemos también nuestro corazoncito. Recuerdo una frase de una película. Después de soportar groserías y malos modos, la chica le decía al chico: “ya sé que me quieres follar, tío; pero al menos se amable.” ¿Es mucho pedir? Pues eso.


De modo que me debato en un dilema (tragicómico dilema, diría yo): no hacer huelga y parecer tonto; o hacerla y confirmar que lo soy. Ir de la mano de los sindicatos que me fastidiaron tanto en mi época de interino y que son copartícipes del desastre educativo me revuelve las tripas. Sobre todo si el lema es "Por la calidad de la enseñanza y por la defensa de los interinos"¿Cinismo o hipocresía? Pongan ustedes la etiqueta. Pero aplaudir a una Presidenta que me acaba de escupir en la cara tampoco es muy apetecible.

Considerando la opinión de muchos medios de comunicación (muy acorde con la opinión pública general, qué le vamos hacer) constato que ya ha llegado el momento. Inevitable momento. Al juzgar a la Educación en general, y a los profesores en particular, la gente ya no hace distingos. Nos juzgan a todos junto a la manada mostrenca responsable del desastre. A ver cómo le explicamos a la opinión pública que el mal viene de la época de Recaredo y se llama logse/loe; y que fue Rubalcaba y sus secuaces psicopedagogos los que lo inventaron y alimentaron. ¿Complicado, verdad? Mucho más fácil decir que Aguirre quiere destrozar la Enseñanza (y obviar que la Enseñanza lleva lustros destrozada) A ver cómo le explicamos a la opinión pública que nos ponemos estupendos y reivindicativos cuando nos dan una bofetada, si llevan veinte años violándonos y lo hemos consentido dando palmas con las orejas. ¿Hubo alguna vez una protesta contra la logse? A ver cómo le explicamos a la gente que los profesores, sobre todo los que fuimos y somos acérrimos enemigos de la logse, no tenemos nada que ver con la voladura de las enseñanzas medias en España. ¿Nos creerán? ¿Nos escucharán siquiera? Tiempos difíciles incluso para mantener la dignidad. ¿A la huelga? Tanto da. Hagas lo que hagas, estás jodido.


¿Habrá alguna vez alguna protesta de los profesores, con sus manifestaciones y huelgas incluidas, a favor de la calidad de la enseñanza y, por ende, en contra de la logse? Si no es así, tendré que concluir que quizá nos merecemos lo que nos está pasando.

viernes, febrero 18, 2011

LA SECTA PEDAGÓGICA

En los últimos años he leído algunos libros interesantes sobre la situación de la enseñanza en España: “El archipiélago Orwell” de Mercedes Rosúa, un tocho de más de 400 páginas donde se mezclan vivencias personales, la educación en la China comunista, la España de los 70 y una reflexión muy aguda sobre la enseñanza actual. Especialmente clarificador el capítulo titulado “Tiempo de chantaje”. Otro libro, algo más ligero y ameno, es “El destrozo educativo”, de Gregorio Salvador. Está prologado por Antonio Muñoz Molina, y es una recopilación de artículos que nos da una panorámica bastante fiel de lo que ocurre hoy en la Enseñanza Media. Pero quizá el libro especialmente recomendable por ser claro y sintético es “La secta pedagógica”. En 148 páginas la autora Mercedes Ruiz Paz desmonta con un lenguaje divertido, demoledor y ameno el fraude de la LOGSE.

Enlaces recomendados:
Blog DESEDUCATIVOS.
Libros sobre la enseñanza en España.

domingo, noviembre 28, 2010

DELENDA EST LOGSE


Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo en una lejana región de China gobernaba un malvado mandarín. Tan despiadado era que solía dedicar el tiempo a inventar nuevos tormentos para sus súbditos. Decidió probar su última ocurrencia con un grupo de desgraciados a los que debería de tener cierta ojeriza. Una mañana mandó apresar a todos los que tenían fama de sabios. Los tumbó en el suelo, los ató de pies y manos y depositó sobre sus cuerpos una enorme piedra que, a la vez que les provocaba gran dolor, impedía por completo su movilidad. Al principio los pobres súbditos se quejaban por su situación. No obstante, muchos de ellos consideraban que tal experimento era por el bien del reino, pues de todo hay entre las opiniones de los hombres. En cualquier caso, la piedra era siempre objeto de discusión.
Pasó el tiempo. Haciendo bueno aquel antiguo dicho de que lo peor del infierno son los tres primeros días, los sabios dejaron de referirse a la piedra y acabaron por considerarla como algo natural.
El mandarín murió. Pero fue sustituido por otro. Y éste, por otro. Todos igualmente crueles. El último de ellos, que quería emular al gran mandarín en su inventiva y crueldad, ideó nuevos martirios que aplicó de inmediato a los esclavizados. Un cangrejo no paraba de presionar con sus enormes pinzas el dedo gordo del pie derecho, un pájaro carpintero no cesaba de picotearles las orejas y un pekinés rabioso (más molesto que peligroso pues era pequeño y feo, pero en absoluto feroz), les mordía las manos cuando le venía en gana.
Un grupo de súbditos que tenía la gran suerte de no sufrir estos castigos (quizá por ser todos sus componentes más listos que sabios), decidió ayudar a estos pobres desgraciados. Comenzaron su hazaña elaborando un solemne documento que, una vez firmado por los presos, harían llegar al consejero del mandarín.
El documento decía así:
"Es inadmisible que el cangrejo les presione continuamente el dedo gordo del pie. Es inadmisible que el pájaro no pare de picarles las orejas. Es inadmisible que un perro rabioso les muerda las manos.¡Protestamos enérgicamente y exigimos que cesen tales martirios!"

viernes, octubre 08, 2010

VEN AQUÍ BOBO QUE TE ESPABILO (un cuento)


Es obvio que la enseñanza ha cambiado. El cuento que a continuación os dejo es un retazo de mi infancia. Todo lo que se narra en él es verídico, y ocurrió (ocurría) en un barrio de la periferia de Madrid allá por los años sesenta o principios de los setenta.

VEN AQUÍ BOBO QUE TE ESPABILO

Recuerdo el colegio donde estudié cuando era niño como un mundo paralelo al de casa que resultaba ser familiar y extraño a la vez. A primera hora formábamos filas en el patio, y rezábamos. Luego íbamos entrando muy ordenadamente. En clase, justo encima del encerado, colgaba un retrato del Generalísimo vestido de militar, con el rostro muy serio. También recuerdo que durante un curso o dos repartían botellitas de leche en el recreo. Algunos se llevaban Colacao y lo mezclaban. Yo no. Me gustaba mucho la leche así, sin nada. Creo que la leche era una ayuda americana. Una especie de Plan Marshall trasnochado, sólo para España. Pero entonces no lo sabía. El director advertía que sólo podíamos coger una botella, y que si alguien tomaba más, le castigaría. El director siempre estaba castigando. Por correr por los pasillos, por bajar deslizándote por la barandilla de la escalera o por reírte fuerte. Cuando entraba en clase, todos nos levantábamos y le saludábamos a coro: «Buenos días señor director», y nos sentábamos solamente cuando nos daba permiso. Cuando se marchaba se repetía el mismo ritual. Nos levantábamos y le despedíamos a coro: «Que lo pase bien». El director tenía un aire marcial, y venía siempre a final de curso a darnos las notas. Se sentaba en la silla del maestro, nos iba nombrando y, tras repasar el boletín, nos felicitaba o nos reprendía. A los que tenían buenas notas les ponía a su derecha y a los que tenían malas los enviaba a su izquierda tras arrearles una colleja o una patada en el culo. Al pelotón de los torpes, decía. Desde nuestra mirada infantil el colegio era como un pueblo del salvaje oeste y clasificábamos a los adultos en dos grandes grupos: los malos y los buenos. Sin medias tintas. El director era malo. Le llamábamos el Cejas, porque tenía las cejas muy anchas y pobladas. El conserje también era malo y, como era muy oscuro de piel, le llamábamos Zambo. Pero entre los maestros había de todo. Aunque todos pegaban. O casi todos. Quiero decir que el hecho de pegar no nos parecía entonces algo determinante para designar el grado de bondad de los maestros. Pegar era lo normal.

Don Porfirio, por ejemplo, era de los buenos. Regordete, calvo, con boina y medio puro siempre entre los dientes. Tenía un palo corto que se había fabricado a partir de una escoba vieja. Don Porfirio era risueño y algo bromista y, como estudiaba Derecho, en el palo había escrito algunas leyes. Llamaba a su palo el código. Nunca se separaba de él. Si le pedíamos permiso para ir al servicio nos lo daba, pero con pasaporte. El pasaporte era un golpe muy fuerte en la mano con el código. Tras recibirlo, nos doblábamos de dolor, pero íbamos contentos al servicio. Y la mayoría de las veces sin tener ganas de mear. Que tiene su mérito. Algunas calurosas tardes de mayo don Porfirio se quedaba traspuesto en clase. Entonces nos escapábamos como ladrones furtivos. Uno a uno. Sigilosamente. En una ocasión que la siesta de don Porfirio duró más de lo normal, la mitad de la clase estaba ya fuera, jugueteando por los pasillos. Don Porfirio se despertó y salió a por nosotros. Nos metió a todos en clase otra vez. Con ayuda del código. Aquella vez don Porfirio se enfadó de verdad. Y los golpes que nos dio en las nalgas, los dio con verdadera mala uva. Y eso era raro. Porque esa afectación era lo propio de los maestros malos, pero don Porfirio era bueno. Lo que pasa es que debía de tener muy mal despertar. Ahora de mayor me hago cargo, porque yo mismo tengo muy mal despertar.

Cada maestro tenía su estilo. Don Otilio era más bajito, más calvo y más regordete que don Porfirio. Pero mucho más viejo. A nosotros nos parecía que tenía mil años. Era muy miope, con gafas de culo de vaso, y caminaba muy despacio y arrastrando los pies. Como apenas veía tenía que acercase mucho para reconocernos. No nos pegaba con un código como don Porfirio, sino con una regla vieja. Con la mano izquierda nos agarraba el hombro, y luego con la mano derecha, que empuñaba la regla, nos iba tanteando el brazo hasta llegar a la mano. Entonces se aseguraba de que la mano estaba abierta, en buena posición; y elevaba la regla. Ese era el momento cumbre. Don Otilio exclamaba su frase preferida: «Oye, ven aquí bobo que te espabilo». Y nos daba un reglazo. Si no tenía la regla nos soltaba un bofetón. Cuando nos corregía las cuentas del cuaderno bajaba mucho la cabeza y casi lo rozaba con la punta de la nariz. La mayoría de las veces la ceniza del cigarro caía entre las hojas y dejaba el cuaderno como un estercolero. Fumaba Celtas Cortos y en ocasiones tiraba la colilla aún encendida al suelo. Manu y Maqueda, los más gamberretes de clase, se abalanzaban sobre ella para dar dos o tres caladas. Para un niño fumar ya era un atrevimiento. Pero hacerlo en clase y con una pava de don Otilio era una hazaña increíble. Una verdadera trasgresión. Por el riesgo a que te pillasen, pero también por las babas. En clase no nos podíamos levantar sin permiso. Un día que Manu se levantó de su sitio para coger la colilla, don Otilio se dio cuenta. Don Otilio era como un murciélago. No veía, pero captaba los movimientos cercanos. Manu, que era como una ardilla, se fue rápido a su sitio. Don Otilio se acercó a donde estaba Manu. Pasito a pasito y arrastrando los pies. Pero como era medio ciego se confundió y, en lugar de pegar a Manu, pegó a Maqueda, su compañero de pupitre. Oye, ven aquí bobo que te espabilo, y le soltó un bofetón. Manu se reía maliciosamente mientras que Maqueda se frotaba la cara marcada con los dedos regordetes de don Otilio. Don Otilio se equivocaba muchas veces. Pegaba al que no era o no atinaba a dar con la regla en la mano, y daba a la mesa. Los más avispados se quejaban y se retorcían simulando dolor como si hubiesen recibido el castigo, y don Otilio se quedaba tan satisfecho. Eso te pasa por bobo, oye; decía.

Don Otilio no era de los buenos, pero era demasiado viejo para considerarlo de los malos. Don Agapito sí era de los malos. Era pequeño, pero muy estirao. Siempre iba con traje y sonreía de modo sarcástico. Se parecía a Bogart, el actor, pero más bajito, más cínico y con mucha más mala leche. Con algunos alumnos a veces parecía bromear, y esto era un raro privilegio, porque nunca sabías si al final su mano se acercaba a la cara para dar una palmadita amistosa o para soltar un bofetón. Jaramillo era uno de esos alumnos con los que don Agapito parecía siempre bromear.
—Ay Jaramillo, Jaramillo —decía don Agapito sonriendo y moviendo un poco la cabeza al estilo de Manolo Escobar.
Jaramillo se reía, pero lo hacía con la risa floja y por puro mimetismo. Jaramillo conocía ese tono de don Agapito y andaba mosca.

—A ver, Jaramillo, ¿qué toca hoy?
—Hoy toca matracas, don Agapito.

Don Agapito levantó a Jaramillo del pupitre tirándole de las patillas. Y le sacó del aula con patadas y golpes.

—Para mañana, copia mil veces: no llamaré matracas a la clase de ciencias matemáticas —sentenció don Agapito.

Al día siguiente Jaramillo le dio la copia, pero con trampas. En el primer renglón Jaramillo escribió la frase, pero en los siguientes novecientos noventa y nueve renglones sólo escribió comillas. No sé si lo hizo por candidez o como gracia. Pero a don Agapito no le hizo ni pizca. Le arreó una torta de antología. Y al día siguiente tuvo que traer escrita la frase de marras dos mil veces, con letra muy grande y clarita. Sin comillas.

Un día que don Agapito se ausentó de clase, empezamos a jugar y a montar escándalo. Cuando regresó, don Agapito se enfadó mucho con nosotros. De modo que nos ordenó que nos colocásemos pegados a las paredes de la clase, en disposición para recibir tortas. Manu se situó el primero, en el extremo más cercano a don Agapito. Luego me dijo que lo hizo porque prefería recibir pronto, que lo malo era ver como iba pegando a los otros hasta que le llegase el turno. Pero la verdad es que ese razonamiento dejaba mucho que desear. Porque al principio don Agapito estaba muy fresco y daba las bofetadas muy fuertes. Yo diría que incluso con entusiasmo. Sin embargo luego se fue cansando y eran un poco más flojas. Yo me puse de los últimos. A los últimos ya no nos daba tortas porque le dolía la mano. Tenía la palma roja e inflamada de tanto repartir. Nos propinaba un capón o nos tiraba de las patillas. A mí me tocó capón. No sé si fue más o menos doloroso que la torta que recibió Manu. Pero me dolió muchísimo. Me salió un chichón que me duró cuatro días.

En el colegio éramos casi todos chicos, pero en mi curso había una clase con chicos y chicas. Fue un capricho de doña Blanca, la única maestra que recuerdo bien. En primero de EGB hizo una clase a su medida. Una ricura de clase. Escogió a los niños que parecían más modositos y los juntó con las pocas chicas que ingresaron ese año en el colegio. La selección no estaba exenta de cierto racismo, pues si eras muy alto o desgarbao o muy pequeño o regordete, no valías. Para nosotros esa clase era de ñoños, y la nuestra de machotes. En la clase de doña Blanca todos eran más o menos igual de listos, igual de buenos, igual de altos e igual de delgados. Pero en mi clase había muy listos y muy tontos, muy gordos y muy flacos, muy buenos y muy malos, muy altos y muy bajos. Según me contaban algunos amigos de la otra clase, allí los maestros pegaban menos.

Durante los dos primeros cursos Robertito Gutiérrez, Pedro el Moñas y Juan Tolillo estuvieron en la clase de doña Blanca, pero luego los cambiaron a la mía. Al parecer, en la clase de doña Blanca el Moñas se pasaba el día levantando la falda a las chicas y Tolillo solía robar lápices y rotuladores cuando encontraba ocasión. Tales perversiones debieron de desentonar demasiado en la utópica republica de doña Blanca. De modo que fueron desterrados, digámoslo así. Sin embargo lo de Robertito no se entendía. No robaba ni levantaba faldas. Era muy buen chico. Quizá fue desterrado porque tenía gafas. O porque era delgaducho. O por el soplo, no lo sé.

Cuando Robertito vino a clase, don Porfirio nos dijo que teníamos que tratarlo bien porque tenía un soplo en el corazón. En verano un soplo en el cogote te podía dar gustito. Un soplo en un ojo irritado por el humo podía aliviar un poco. Quizá un soplo en los riñones o en el hígado te podía doler. No sé. Pero un soplo en el corazón era harina de otro costal. Si uno no se cuidaba mucho te podía matar de un día para otro. Al menos esa fue la conclusión que saqué yo de la explicación de don Porfirio.

Todos tratábamos muy bien a Robertito. Cuando en el recreo jugábamos al fútbol no le dejábamos ser delantero. Siempre le asignábamos el puesto de defensa, y no le permitíamos correr. Por el soplo. Si alguno de otra clase molestaba a Robertito, cualquiera de nosotros iba a defenderlo. Con razón o sin ella, como la legión, que para eso éramos de la clase de los machotes. Los maestros también lo trataban bien. Don Porfirio siempre le daba permiso para ir al servicio sin pasaporte. Don Agapito nunca le arreó un capón ni le tiró de las patillas ni le dio un bofetón. Ni siquiera el día en el que nos fue atizando uno a uno por armar escándalo. Cuando llegó a Robertito esbozó su risa sarcástica y meneó la cabeza como Manolo Escobar: «Ay Robertito, Robertito», comentó. Luego le dio una palmadita en la cara, casi una caricia, y pasó al siguiente. El siguiente era Pedro el Moñas, y todos notamos que le dio un bofetón más fuerte, para compensar. Pedro el Moñas pertenecía a ese grupo imaginario que al parecer de la mayoría de los maestros siempre tenía motivos para cobrar. Una especie de barra libre de golpes y patadas. Además, de vez en cuando venía su madre y aconsejaba a los maestros. Usted, si se porta mal, dele bien. Y yo que oía el comentario, pensaba: pobre Moñas. Porque los maestros ya daban bien sin necesidad de ánimos maternos, que con madres así quién necesita madrastras de Blancanieves, me decía yo.

Don Otilio tampoco pegó nunca a Robertito, aunque un día estuvo a punto. Por confusión. Como era muy cegato se equivocó de víctima. Quería pegar a Manu, que no sé qué había hecho esa vez, pero atrapó a Robertito. Don Otilio le tomó el brazo y le palpó la mano. Ven aquí bobo que te espabilo, dijo mientras elevaba la regla y se disponía a ejecutar el castigo. Pero todos en la clase empezamos a gritar: «Que es Robertito, don Otilio, que es Robertito». Como también era un poco sordo, al principio don Otilio no entendió lo que decíamos, pero al oír el escándalo interrumpió su acción. Manu, en un acto heroico, se entregó a la justicia: «He sido yo don Otilio». Y Manu recibió el castigo. Manu ganó muchos puntos para el resto de la clase con aquel gesto.

En el mes de marzo don Porfirio se puso enfermo y mandaron a un sustituto. El nuevo maestro era un poco esmirriao y tenía las orejas de soplillo. Su entrada en clase ya nos impactó. Estábamos atentos a sus palabras, pero había una contención nerviosa que se palpaba en el ambiente.

—Me... me... lla... lla... mo don Nicéforo. Y seré vuestro ma... maestro hasta que... que don Por... firio se pon... ga bueno.

Tras la presentación hubo un silencio que duró apenas dos segundos. Luego la clase estalló en una carcajada. Don Nicéforo cambió de expresión y, esta vez sin tartamudear, soltó una frase lapidaria con un tono y gravedad propias de un jefe sioux.

—A quien se vuelva a reír le voy a dar un bofetón que va a seguir acordándose de don Nicéforo con sesenta años.

Se hizo el silencio. Durante cinco segundos nos miramos unos a otros, desconcertados. Pero luego, volvimos a reír. Con mayor intensidad y nerviosismo que antes. Don Nicéforo no dijo nada. Se acercó un poco más a la primera fila y le arreó una estruendosa bofetada a Robertito. Todos nos callamos. El único sonido que escuchamos después fue el que provocaron las gafas de Robertito al chocar contra el cristal de la ventana. La expresión de Robertito era más de sorpresa que de dolor. Y la nuestra una mezcla de perplejidad y terror. Don Porfirio no se recuperó ese año de su enfermedad, de modo que don Nicéforo fue nuestro maestro durante el resto del curso. Después de aquello, don Nicéforo no volvió a gritar ni a pegar a nadie. No era necesario. Fuimos la clase más aplicada y obediente del mundo.

No sé qué habrá sido de Robertito Gutiérrez. Ignoro si vive, si se acuerda aún de don Nicéforo o si cuando cumpla sesenta años se acordará todavía de aquel día. Pero yo lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Igual, igual que si hubiese sido ayer.

Jesús Palomar Vozmediano.

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