Introducción
Thomas Hobbes es el primer filósofo moderno que elabora una teoría contractualista. La visión antropológica que se desprende de sus escritos no es muy halagüeña. la imagen de los seres humanos que destila su obra es la de unas criaturas egoístas, desconfiadas y pendencieras. Lo que le llevó a pensar que la gobernabilidad de los hombres era prácticamente imposible sin un gran poder capaz de atemorizarlos a todos.
Es posible que el genio de Hobbes fuese naturalmente misántropo. Pero la época que le tocó vivir no le dio muchas posibilidades de modificar su ánimo. Nació en Inglaterra en 1588 de forma prematura a causa del terror de su madre al constatar que la armada española se acercaba a las costas británicas. A propósito de aquel acontecimiento el propio Hobbes dirá: «El miedo y yo nacimos gemelos». Frase que es toda una presentación. Después de tan accidentado nacimiento la cosa no fue mucho mejor. A la vez que el continente europeo se desangraba en cruentas guerras de religión, Hobbes vivió en su propio país dos guerras civiles, la decapitación del rey Carlos I, la dictadura de Cromwell y la restauración de la dinastía de los Estuardo. Hubo entonces uno poco de paz y tranquilidad en Inglaterra. Para mantener esa paz anhelada tan escasa en la época, Hobbes defendió de facto durante sus últimos días la monarquía de Carlos II, rey católico con pretensiones de monarca absoluto; aunque la legitimación que el filósofo propondrá no será religiosa, sino pretendidamente racional.
Hobbes murió en 1679 sin llegar a conocer la monarquía constitucional a la que daría lugar la Revolución Gloriosa de 1688.
Estado de naturaleza
Para Hobbes los hombres en estado de naturaleza están dominados por sus pasiones: el instinto de conservación y la búsqueda de su propio bien. Todos compiten por las mismas cosas, desconfían de los otros y buscan reconocimiento y gloria. Dado que tienen también libertad natural para conseguir sus fines aun a costa del bien de los otros, la situación desemboca pronto en una guerra de todos contra todos. La situación de guerra no es siempre explícita. La desconfianza mutua y la disposición a la lucha es ya una situación de guerra. Y aunque no haya violencia física durante algún tiempo no quiere decir que haya paz, sino tregua:
«durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos. Porque la guerra no consiste solamente en batallar, en el acto de luchar, sino que se da durante el lapso en que la voluntad de luchar se manifiesta de modo suficiente.»
Leviatán
De modo que este es nuestro comportamiento natural: el hombre es un lobo para el hombre. Cuando la violencia se hace patente, podría ocurrir que los más fuertes ganaran esta guerra y al menos se produjese una cierta estabilidad. Pero según Hobbes esto es prácticamente imposible. Cierto que hay hombres más fuertes que otros, pero nuestras capacidades pueden ser potencialmente equivalentes en una situación de conflicto continuado. Aunque algunos sean más fuertes, otros son más hábiles o más inteligentes, y en cualquier caso todos tenemos que dormir en algún momento y estar en una situación de máxima vulnerabilidad. Siendo así, la guerra entre todos no satisface a nadie y la victoria definitiva de unos sobre otros no se produce nunca. En tal escenario predomina el miedo y la vida de los hombres es corta y miserable: los hombres son enemigos entre sí y cada uno depende de su fuerza y de su ingenio para sobrevivir:
«En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.».
Leviatán
Hobbes no considera que el hombre en estado de naturaleza sea malvado. El lobo que degüella un ternero tampoco lo es. En estado de naturaleza no existe el bien o el mal moral, ni en lobos ni en humanos, pues todos tienen la libertad natural de satisfacer sus instintos naturales. La valoración moral o la justicia solo podrá aparecer en un estado civil donde existan leyes de obligado cumplimiento.
Pacto social
Dado que los hombres tienen también conocimiento y razón procuran un pacto o contrato entre ellos para acabar con esta penosa e insociable situación natural. Las abejas o las hormigas son sociales por naturaleza, como dijo Aristóteles; pero, según Hobbes, los seres humanos tenemos que alcanzar el grado de sociedad de modo artificial, a través de un peculiar rodeo. En este pacto todos los hombres renuncian a su derecho natural, es decir, a ejercer su natural libertad para alcanzar sus fines egoístas sometiendo o dañando a otros si fuese necesario. Pero tal norma básica no sería practicable si no hubiese un poder incuestionable y coactivo que les obligase a todos. De modo que acuerdan entre todos dar este poder a un solo hombre o a un grupo para mantener el orden y procurar la paz. Tal hombre o asamblea de hombres es el soberano y tendrá un poder absoluto, indivisible e irrepresentable: se constituye así la sociedad civil y el Estado.
El soberano posee un poder absoluto y no está sometido a ley alguna y es totalmente libre, pues permanece en estado de naturaleza. El contrato se ha hecho entre los hombres, pero no se ha hecho con el soberano. A partir de este momento los hombres serán súbditos del soberano. La única incuestionable exigencia de la sociedad al soberano es procurar la paz. Los súbditos no tienen derecho de resistencia o rebelión ni siquiera ante un jefe cruel o pendenciero, pero si el pueblo se rebela y establece otro soberano, este último habrá de ser igualmente respetado para que el pacto primigenio, y sus incuestionables beneficios, siga vigente.
El sujeto temible al que todos deberían obediencia se llamaba Estado. En su obra fundamental Leviatán, publicada en 1651, lo comparaba con el terrible monstruo marino que aparece en la Biblia.