
Hoy nuestros alumnos sufren un sistema educativo donde reina la confusión. La enseñanza primaria y secundaria solo se diferencian en el nombre y en el lugar donde se realiza (colegios o institutos), pues ambas son en realidad primaria. El bachillerato, lo más parecido a la enseñanza media de hace veinte años, es casi inexistente (poco más que un curso y medio). A los profesores se les exige una formación académica excelente; pero luego, sorprendentemente, se les exige de hecho ser excelentes trabajadores sociales, cuidadores o animadores. En absoluto ser expertos en su materia. En las familias actuales suelen trabajar los dos miembros del matrimonio. El hijo suele pasar más tiempo solo, y los padres intentan calmar su sentido de culpa accediendo una y otra vez al chantaje de sus deseos. Por otro lado nuestros alumnos son nativos digitales, nacieron ya con los ordenadores y con una televisión que no se parece en nada en ritmo y contenido a la de antaño.¿Se han parado a pensar en la mayoría de los contenidos televisivos actuales?¿en su precipitado ritmo?¿en las intrigas continuas de los presentadores para evitar el temible zapin? En gran medida, nuestros alumnos se educan a través de la televisión y de la red. Y la dejación de las responsabilidades educativas por parte de las familias desemboca en una presión inadmisible a los centros académicos para que asuman tareas que no les corresponden o solo le corresponden a medias. Pero que en cualquier caso no pueden hacer solos.
De situaciones distintas surgen comportamientos y actitudes distintas. Es pues normal que un alumno de hace veinte años no sea igual a un alumno de hoy. Ahora hay más dinero (aunque la inminente crisis puede cambiar nuestra vida en muy pocos años), la gente tiene más fácil acceso a una información libre a través de las nuevas tecnologías. Los niños tienen muchas referencias culturales gracias a los medios audiovisuales. Pero no caigamos en el papanatismo. Esto no implica que necesariamente el alumno de hoy tenga que ser mejor que el de ayer tan solo porque sea menos pobre, tenga muchas referencias imaginarias adquiridas a través de la televisión o sepa teclear con una habilidad pasmosa los dígitos de su teléfono móvil o de su ordenador. La idea de progreso parece estar instalada en nuestro inconsciente colectivo. Y nos cuesta pensar que un progreso económico y tecnológico no vaya unido a un progreso en todos los aspectos de la vida. Pero basta echar un vistazo al siglo XX para darse cuento de que a la par que la técnica avanza puede retroceder todo lo demás. Razón teórica, instrumental y práctica no necesariamente siguen el mismo camino.
Y para cerrar esta primera entrega, un regalo para nostálgicos. Los seguidores de este blog que sean de mi generación, seguro que lo disfrutarán.
Un saludo "amigüitos"
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