miércoles, junio 23, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS IV

Afirma Aristóteles que el hombre es un animal social por definición. Esto es que si un hombre no necesita de sociedad con otros no es, en rigor, un hombre. No obstante, si el hombre es un ser social más aún que ciertos animales es que debe existir un grado máximo de asociación exclusivamente del hombre: la unión de varias aldeas en torno a las leyes constituyendo el Estado. Si el hombre es un animal social más que otros animales es porque vive en la polis o Estado y lo propio del Estado es la Ley, posible sólo por la capacidad lingüística y racional que posee el hombre y no poseen los animales. Social, racional, lingüístico y moral (capaz de reflexionar con palabras sobre lo justo y elaborar normas de comportamiento) en Aristóteles es lo mismo.
Para ser capaces de ordenar y asimilar información, en cualquier medio que nos llegue ésta, y también para adquirir buenas costumbres, tanto en la vida académica como social en el sentido más amplio, tenemos que abundar en las capacidades básicas: las morales y las cognitivas. Mi opinión, y quizá sea la única idea que me atreveré a defender en un sentido fuerte, es que el lenguaje, la escritura, la lectura, incluso la clase magistral elaborada in situ por un maestro real (no virtual), no solo es un medio comunicativo, sino el medio formativo por antonomasia. Somos seres de palabras. Para bien o para mal, a la manera de Aristóteles o a la de Lacan, el lenguaje nos forma y nos conforma como hombres y, por ende, como ciudadanos. Y conviene recordar que solo los ciudadanos son capaces de hablar y razonar en el ágora. Para los griegos el que balbucea no razona ni habla con los otros. El que balbucea, es bárbaro.
El medio digital nos aporta información en gran medida basada en imágenes (fotos, esquemas, videos, etc). Las lecturas propuestas suelen ser cortas y sintéticas (de todos es sabido que leer diez folios en un ordenador es una actividad que pocos resisten). La red es una fuente casi infinita de información, pero estar delante del ordenador, ese juguete tan entretenido, es resistirse continuamente a la dispersión. Los niños no escapan a esto. E integrar tales medios en su vida diaria no tiene por qué ser malo. En cualquier caso es un hecho casi inevitable. ¿Pero les damos más de lo mismo en los colegios?

Los centros educativos donde se pretende socializar y formar a los alumnos y se da una enseñanza básica deberían ser lo otro. No lo mismo. Si no hay cierta sacralidad en los colegios, donde el maestro es el único vehículo probadamente eficiente de transmisión (no solo de conocimiento sino de saber), si no hay escritura ni lectura en ellos, ¿dónde los va a recibir el alumno?

En el ámbito educativo observo por doquier un frenesí desmedido. Los cursos de formación que se ofrecen a los profesores son casi todos de carácter digital. El mensaje es siempre el mismo: no nos podemos quedar atrás; es el signo de los tiempos; la enseñanza del futuro es ésta; en los colegios e institutos de dentro de diez años solo habrá ordenadores, pizarras digitales, blogs educativos, imágenes interactivas, atractivos juegos para aprender el teorema de Pitágoras dando a tres botones seguidos. En fin, nada que objetar en principio. Solamente que yo ando como Diógenes lámpara en mano buscando el verdadero Centro de Enseñanza. Allí donde veo un Instituto voy yo con mi lámpara, pero no lo he encontrado aún. ¿No deberíamos aclararnos primero sobre si los centros de enseñanza son lugares para enseñar (física, matemáticas, historia...) o si tienen otras funciones prioritarias como aprender a leer y escribir, socializar, psicoanalizar, diagnosticar, entrentener, jugar...?¿Tan complicado es elaborar una ley donde esto quede claro? No se puede estar en misa y repicando. Un instituto no puede ser a la vez un centro que acometa la tarea de una socialización básica, unida a una básica alfabetización y una educación general y a la vez ser un centro académico donde haya exigencia en la instrucción. Las dos tareas son importantes y necesarias. Pero imposible de llevarlas a cabo a la vez, en el mismo lugar y con los mismos alumnos. Si ni siquiera está claro que la función de un profesor de instituto sea de hecho instruir en las materias en las que somos especialistas, ¿a qué viene esto de vendernos con un desmedido optimismo infinitos cursos de formación que nos enseñan las maravillas de las nuevas técnicas para enseñar? ¿Enseñar qué? Una película sobre la Revolución francesa es solo una historia de aventuras donde aparecen personas muy malas que cortan cabezas si no he leído tres líneas seguidas sobre el asunto o soy incapaz de redactar algo más o menos coherente sobre el acontecimiento tratado. Hablar de innovadoras técnicas de aprendizaje a un profesor experto en Historia o en Matemáticas cuando de hecho se le exige ser fundamentalmente un asistente social que en el tiempo que le sobre debe intentar que sus alumnos aprendan a leer, escribir y sumar, roza el sarcasmo. Es como hablar de las mágicas cualidades de la Cocacola a un hombre ocupado en buscar agua para que sus hijos no se mueran de sed. O como intentar vender una pala supersónica último modelo a un trabajador que se gana la vida solo picando. A propósito de la Revolución francesa, ¿recuerdan la anécdota de María Antonieta? El pueblo tiene hambre, majestad. ¿Y por qué no le dan pasteles? Pues eso. ¿Va mal la enseñanza? Démosles pasteles.

No hay comentarios: