sábado, junio 26, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS VII



McLuhan dijo aquello de que el medio es el mensaje. Quizá exageraba, pero atemperando su máxima sí podemos atrevernos a decir que el medio influye en el mensaje. Y mucho más en edades tempranas. Generalmente nuestros alumnos piensan con imágenes, aunque estas imágenes estén sugeridas a veces por palabras. No obstante, las imágenes inciden más fácilmente en lo emocional, nos suelen penetrar de modo inconsciente, es decir, sin nuestro permiso. La información entra en nosotros. Cierto, pero mermando la capacidad crítica. La información se retiene, cuando se retiene, unida a la emoción y no al concepto. Quizá el paradigma es el anuncio televisivo: sintético, corto, subyugante y rápido. Si trasladamos la historia de un anuncio a un relato resultaría que el contenido es el mismo, pero el contacto con este cuento es intelectual, reflexivo (podemos pararnos a pensar sobre esta frase tan sugerente que acabamos de leer o en la emocionante descripción de la situación). En definitiva, dominamos el tiempo, somos activos y actuamos desde la conciencia voluntariamente y en cierta soledad (¿no es el juicio moral un diálogo con nosotros mismos, esa solitud socrática a la que suele referirse Hannah Arendt?).
Son muchos los estudiosos que han tratado el tema de un modo u otro. Cada cambio significativo en la historia de la Humanidad ha ido parejo a un cambio en el medio comunicativo. Primero fue el lenguaje hablado. Culturas cazadoras y recolectoras generalmente nómadas que asumían sin rechistar las mágicas recomendaciones del chamán de la tribu. Prima el rito y el mito. El emisor habla y el receptor memoriza su discurso. Luego vino la escritura no alfabética, y con ella, la Historia y las grandes Civilizaciones. En Egipto o Mesopotamia solo unos pocos detentaban el saber. Leer era muy difícil y sólo la casta sacerdotal y los escribas poseían el secreto de la verdad y el poder. Alrededor del siglo VIIl antes de Cristo se datan los primeros ejemplares escritos de las obras de Homero. Aparece el alfabeto. Apenas dos siglos después la lectura y la escritura, mucho más fácil de aprender que los jeroglíficos egipcios, se generalizó en la población. La oralidad se trasforma y afloran las preguntas y los libres debates entre ciudadanos. Incluso Sócrates, que tanto criticaba las obras escritas por debilitar la memoria, es incomprensible en una cultura no alfabetizada. Nace entonces la ciencia y la filosofía. La siguiente gran revolución es la imprenta. Los estudiosos dejan de escribir en latín, y escriben en sus lenguas vernáculas. La escritura se extiende hasta capas de la población donde antes no llegaba. El hombre común se hace más libre y reflexivo. Sin la imprenta no se entenderían los cambios sociales que se producen en el Renacimiento. Y sin las publicaciones diarias o semanales de finales del XVIII y principios del XIX no se entenderían los cambios sociales que dan paso a la Edad Contemporánea. El periodista Marat, convertido en un icono casi religioso por la Francia revolucionaria, es en realidad un reconocimiento implícito de la importancia del periódico.

¿Y ahora? Un nuevo reto y apasionante cambio del que aun no sabemos sus implicaciones. De la misma forma que la oralidad se modifica en una cultura alfabetizada, es normal que la oralidad e incluso la escritura se transforme en una cultura donde lo imaginario adquiere una fuerza inusitada. La trasformación no tiene por qué ser mala. Me viene a la mente las extraordinarias novelas de Paul Auster. El modo en el que relata sus historias no sería igual sin la influencia de las historias cinematográficas o televisivas. Hay directores de cine que pretenden contarnos una historia cinematográficamente como los escritores de novelas de hace cien años. Pero Paul Auster hace casi lo contrario. Narra como un director de cine une planos y secuencias.

Pero transformar el modo en el que hablamos e incluso en el que escribimos no es sustitución de la escritura por la imagen. La fabulosa novela de Ray Bradbury “Fahrenheit 451” nos pone sobre aviso. Si el texto escrito es denostado hasta prácticamente su desaparición y la imagen acaba por sustituir de hecho o por derecho al libro, como en la novela citada donde está explícitamente prohibido leer, es casi inevitable una regresión. La amiga lectora de Montag, el protagonista bombero de la novela, era maestra. Siempre me pregunté qué enseñarían en sus clases los maestros en aquella sociedad ficticia. Quizá porque temo que será lo que los futuros maestros enseñen en las suyas. Cada vez que releo la novela de Bradbury (o veo la fabulosa versión cinematográfica de François Truffaut) me da más la sensación de que está narrado el presente. Casas con televisiones gigantes e interactivas en el salón, en el cuarto de los niños y en la cocina; revistas y libros cada vez con mayor número de ilustraciones y menos letras. Y cada vez un poco más alienados. Los bomberos de la novela queman libros y persiguen a los lectores. La misma puñetera manía que tenía Hitler y Stalin. En un mundo así, lectores y profesores son los primeros sospechosos. Y aunque solo sea por egoísmo, pues de momento no tengo la intención de dejar de ser lector (aunque sean libros electrónicos) ni profesor (aunque trato de incorporar de un modo complementario y prudente las nuevas tecnologías a mi tarea pedagógica), no quemen los libros, por favor. Porque después de eso viene lo demás. No me apetece ser un hombre-libro marginado y escondido en las afueras de la ciudad. Pero estoy dispuesto a ser un hombre-libro si es el precio que tengo que pagar para ser un hombre-libre. La actitud crítica surge en la Grecia clásica, siglo Vl y V antes de Cristo, justo cuando la escritura alfabética se generalizó en la población y eran muchos los capaces de leer papiros de La Ilíada y La Odisea. No se conoce actitud crítica en una cultura ágrafa.

Para quien haya leído hasta aquí con cierto interés, y quiera profundizar en los temas tratados les recomiendo algunas imprescindibles lecturas:

De Ellis Havelock “Prefacio a Platón” y “La musa aprende a escribir”

De Walter Ong “Oralidad y escritura”

De Emilio Lledó “El surco del tiempo”

De Marshall McLuhan “El medio es el mensaje” y “La Galaxia Gutenberg”

De Giovanni Sartori “Homo videns”

Con esta séptima entrega acabo por el momento la reflexión sobre las nuevas tecnologías y la educación.
Un saludo a todos mis lectores.

1 comentario:

El Filósofo Impaciente dijo...

Todos sabemos que en la escuela es mejor que los alumnos lean y escriban a que vean películas. Desgraciadamente, la esperpéntica enseñanza que nos ofrece la LOGSE hace que muchas veces los profesores hagamos no lo que queremos sino lo que nos dejan hacer y tiremos de películas para amansar a treinta criaturas ávidas de ligoteo, botellón e internet para quienes hablarles de Grecia o Roma es como hablarles de la Pirámide de Infinitos Lados. En este "Sálvese Quien Pueda" perdemos todos: profesores, alumnos, padres... Bueno, todos menos los politiquillos de tres al cuarto que parieron el mostrenco educativo.
Saludetes.