Hace días que escucho en casi todas las tertulias
políticas que a Podemos le interesan unas nuevas elecciones. Hoy leo una
encuesta del CIS que dice que si se repitiesen las elecciones Podemos
aumentaría el porcentaje de votos un punto y medio. ¿Qué quieren que les diga?
No puedo creerlo. Aunque si creo que en el CIS y en muchos medios de
comunicación, hay personas a las que les gustaría que lo creyésemos. En las últimas
elecciones se infló el porcentaje de Ciudadanos en las encuestas. Quizá para
frenar a Podemos. Hoy toca inflar a
Podemos. Quizá por que el peligro de que el monstruo siga creciendo
puede hacer que el PP gane votantes. No sé. Las estrategias demoscópicas son a
veces muy complicadas.
¿Por qué pienso que Podemos no
crecería si se celebrasen nuevas elecciones? La misma noche electoral Pablo
Iglesias comunica su irrenunciable defensa del derecho de autodeterminación y
advierte que ningún pacto será posible sin contar con ello. Me quedé perplejo.
Pensé que quizá era una sobreactuación provocada por la euforia postelectoral y
que iría matizándose con el tiempo. Pero, hasta hoy, no ha sido así. Durante
los días siguientes comprobé que la marca Podemos era un conglomerado de grupos
heterogéneos con reivindicaciones nacionalistas más o menos radicales y que
pretendían conseguir cuatro grupos parlamentarios en lugar de uno solo, como el
resto de los partidos. O sea, que había un Podemos catalán, otro gallego, otro
valenciano y otro del resto de España. Pasaban los días. Observé cómo Pablo
Iglesias y los suyos, enconados en sus reivindicaciones nacionalistas,
dificultaban una posible negociación con el PSOE. Sin duda una oportunidad
única para influir con determinación en el futuro gobierno con dos de las, que
yo pensaba, eran sus fundamentales señas de identidad: limpiar la corrupción,
echando de paso al PP del gobierno, y la defensa de las políticas sociales. Dos
asuntos que celebrarían, sin duda alguna, la mayoría de sus votantes.
Muchos que votaron a Podemos en
la última cita electoral fueron votantes de IU en las anteriores. Algunos,
desencantados de los dos grandes partidos tradicionales. Y muchos otros,
abstencionistas de larga duración desengañados del sistema y afectados especialmente por la crisis económica. Para todos, Podemos significaba una
última esperanza, algo nuevo. Podemos los despertó de un largo letargo con la
golosina de la justicia social, que ahora parecía ir en serio, y la lucha
contra la corrupción de la vieja casta política. Por eso pienso que si Podemos no aparca sus
reivindicaciones nacionalistas y pone en su lugar sus políticas sociales habrá
un sector de votantes de Podemos que estará muy, pero que muy cabreado. ¿Cree
Pablo Iglesias que su votante medio en Extremadura, Andalucía, Madrid o
Zaragoza está pensando en la autodeterminación de los pueblos? ¿Cree que le
perdonarán su renuncia a intentar formar un gobierno con el PSOE anteponiendo
el referéndum en Cataluña a los desahucios, los recortes y el paro? ¿Tiene
sentido acaso que el partido de los pobres condicione su ayuda a los
pobres a que Cataluña o el País Vasco, que son Comunidades obviamente
ricas, tengan el privilegio de autodeterminarse? ¿Un parado de larga duración
de Murcia que apenas puede pagar el agua y la luz entenderá la exigencia
podemita de un ministerio de plurinacionalidad? Muchos de los que despertaron
del letargo volverán a él desengañados, defraudados y asqueados. Se abstendrán.
Otro factor que no puede evadir
ningún análisis es que es más que probable que Podemos no se presente
conjuntamente con algunas de sus marcas nacionalistas. Ada Colau en Cataluña ha
anunciado la creación de un partido propio, Compromis de Valencia se ha
separado del grupo parlamentario e incluso Podemos de Andalucía reivindica su
peculiaridad. También es muy poco probable que IU vaya con Podemos a las
elecciones. Si han soportado la tormenta, sería inverosímil que se abrazaran a
Podemos cuando viene la calma. IU a partir de ahora solo puede crecer.
En las últimas elecciones pensé
que el nivel de abstención iba a ser muy bajo. Todos sospechábamos que eran
unas elecciones muy diferentes a las otras. Daba la sensación de que en ellas
nos jugábamos mucho. Y sin embargo la abstención fue solo un poco menor que en
las anteriores. En 2011 el 28,31% y en 2015 el 26,8%. Increíble. La consiguiente
conclusión fue que muchos de los tradicionales votantes de los viejos partidos
ya no votan ni en situaciones excepcionales. Creo que estos votantes son ya
irrecuperables para el sistema de partidos actual. En unas segundas elecciones
cabe pensar que la abstención aumentará por este flanco. Sobre todo si Rajoy y
Sánchez siguen siendo líderes. Dado que cabe esperar que aumente más
todavía por el flanco de Podemos, como ya he explicado, posiblemente
alcanzaremos record histórico.
La campaña electoral pasada fue
una ilusión televisiva. Cuatro líderes nos hablaban, y hablaban entre ellos,
con aparente sinceridad y sosiego. Se esforzaban en parecer simpáticos y decir
en cada caso lo que queríamos oír. La partidocracia parecía estar en vías de
renovación. Pero acabada la campaña, empieza la despiadada lucha por el poder
que nos hace conocer desde la primera línea televisiva las tripas del sistema y las tripas de
los partidos. Y las tripas nunca son agradables de ver. Cierto que ya las
conocíamos, pero durante cuatro años a muchos les da tiempo a olvidarlas. En
unas inminentes elecciones tales imágenes están aun muy recientes. ¿Qué vemos? Que nadie está dispuesto a hacer sacrificios personales por el bien
común y los partidos son jaulas de grillos en las que cada uno de sus miembros
activos teme perder su pequeña cuota de poder y el suculento salario del
Estado. En las últimas elecciones ganó la abstención con más de nueve millones.
Si se repiten, probablemente ganará de nuevo; pero con mayoría absoluta. Y yo me
congratularé por ello. Hoy por hoy la mayoría de los abstencionistas son, a mi
juicio, verdaderos demócratas que se niegan a participar en un juego con las cartas
marcadas. No sé como puede mejorar la situación. Pero cada vez estoy más
convencido de que no mejorará votando. O España despierta con una ruptura
pacífica y un periodo de libertad constituyente, o seguirá ad infinito
amodorrada. O quizá algo más rotundo, no habrá más España.
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