lunes, mayo 07, 2007

SOBRE MUNDOS POSIBLES



¿Un mundo perfecto es posible?Siguiendo con nuestro ejemplo, sería deseable que el panadero excepcional no fuese egoísta, que aceptase que lo que ha ganado honradamente, pero le sobra, debería cederlo a los desfavorecidos.

Y sería deseable también que Pedro y todos los pobres o desfavorecidos no sean orgullosos, que no se sientan humillados por recibir mediante la redistribución ética lo que jamás alcanzarían a través de la mera distribución económica.

Pero ojo, esa conducta deseable debería surgir de una exigencia moral, por el único mandato de nuestra conciencia, y no por una exigencia política, pues la exigencia política además de mermar nuestra libertad se ha revelado como ineficiente económicamente. Ya vimos que el experimento socialista ha fracasado. Esta exigencia moral sería más afín a la utopía anarquista que presupone en todos los hombres una objetividad moral y una fuerte y buena voluntad para cumplirla.
Pero la utopía anarquista tropieza con algunos hechos antropológicos. No siempre somos generosos ni humildes. O dicho de otra forma, a menudo somos egoístas y orgullosos. De modo que este mundo ideal no se produce per se. A los más idealistas les podríamos decir que quizá se pueda cumplir en el futuro, y que educando a la gente en valores como generosidad para dar y humildad para recibir nos vamos acercando a ella. Pero mientras tanto, y esto es una cuestión para los más pragmáticos, ¿podemos hacer algo?

¿Un mundo menos imperfecto es posible?En nuestros países occidentales quizá hemos llegado a una especie de término medio: el invento se llama Estado de Bienestar o Democracia social-liberal. Se respeta la libertad de mercado y se asume la existencia de un impuesto progresivo sobre la renta que sea la base de los ingresos del Estado y que detraiga de modo eficiente el sobrante a las personas ricas o favorecidas. La Agencia Tributaria Estatal proporciona una masa de dinero suficiente para hacer políticas que favorezcan más a los pobres que a los ricos: la enseñanza gratuita, el sistema de pensiones o la sanidad pública. Además se complementan esas medidas con subvenciones para vivienda, cargas familiares, desempleo, etc., que vayan directa y exclusivamente a paliar necesidades de las capas más desprotegidas de la sociedad. Pero, insistimos, esa corrección se hace (se debe hacer) después de haber dejado en paz a las leyes económicas y haber respetado la libertad de producir y consumir, pues ya vimos que si se hace antes, la tarta no crece y la cosa no funciona. Sin negar la ley de la gravedad, que nos dice que todo tiende a caer, el Estado de Bienestar trata, con los impuestos, que podamos hacer al cohete subir. ¿Estupendo invento entonces los impuestos?
¡Cuidado, sin embargo a los deseosos de encontrar soluciones mágicas! Los impuestos no son la piedra filosofal. No es cierto que a más impuestos todo vaya siempre a mejor. Tampoco es cierto que cuanto menos impuestos, mejor. Se trata de un prudente tanteo. La prudencia es una excelente virtud ética mil veces alabada por los antiguos griegos y romanos, pero resulta también muy apropiada para las decisiones políticas y económicas. Si pongo una panadería en mi pueblo y pago muy pocos impuestos, es decir, casi todo lo que gano me lo quedo yo, quizá haga aumentar mi negocio, el número de trabajadores contratados y la riqueza general. Desde luego también mi propio capital. Pero si en esa misma sociedad sigue habiendo pobres, y no por su voluntad, y esos pobres ni siquiera pueden comprar el pan que yo mismo pongo a la venta, no tendremos una sociedad aceptablemente justa. Por el contrario, si casi todo lo que gano es requisado por el Estado para distribuirlo de forma más igualitaria, es evidente que, quizá con la honrosa excepción de san Francisco y de algún que otro santo bondadoso, no trabajaremos con la misma motivación y eficacia. El resultado esperable será menos panaderías, menos pan y de peor calidad y menos puestos de trabajo creados. Y en un caso extremo, que deje de ser panadero e intente dedicarme a otra cosa. Aunque mis paisanos me reclamen pan.

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