lunes, junio 26, 2006

EL FIN Y LOS MEDIOS (o del conflicto ético)



Kant pretende ajustarse a unas normas que se consideran correctas independientemente de las consecuencias que se deriven de la acción. Un idílico ser que actuase siempre por el respeto al imperativo categórico constataría desde luego una voluntad santa, pero su santidad no garantizaría en absoluto una mejora del mundo en términos de menor sufrimiento o mayor justicia. Y lejos de asegurar una mejora en este sentido, a menudo, por muy contradictorio que resulte, puede significar un claro empeoramiento. Es de sobra conocida la paradoja que plantea a este respecto el rigorismo kantiano y la interesante polémica que, a propósito, mantuvieron Kant y Benjamin Constant: un hombre da cobijo en su casa a un amigo inocente e injustamente perseguido por una banda de malhechores. La banda llega a casa y le pregunta por su paradero. El hombre, obligado a no mentir por respeto a su más íntimo deber, finalmente revela el lugar donde se esconde su amigo. ¿Obró bien? Según Kant, sí. Según Constant, no. No obstante, el inocente descubierto sufrirá inmerecidamente.

Desde la ética de Kant el resultado de la acción es algo secundario y, si se sigue de algún mal en forma de dolor o injusticia, la respuesta que cabe esperar es que se trata de la responsabilidad de los otros que, por pura maldad o estupidez, no fueron capaces de respetar la ley moral a la que debían ajustarse.

La ética utilitarista viene a ser el negativo de la kantiana, pues tiene en cuenta las consecuencias probables de la acción. De modo que una acción es preferible a otra en la medida en que se pueda prever que producirá mejores consecuencias. El utilitarismo considera más conveniente aquella conducta que sea capaz de aportar más felicidad al mayor número de personas y, en cierto sentido, obvia la cuestión de los principios.

Desde la ética de Kant se busca la integridad personal, la dignidad. En tal empeño el fin nunca justifica los medios. Sin embargo, la ética utilitarista pretende la mejora del mundo y, a menudo, los medios son justificados por el fin. Un kantiano radical optaría por salvar a un inocente, aunque la consecuencia fuese la destrucción del mundo, y un utilitarista radical optaría por salvar al mundo, aunque para ello tuviese que perecer un inocente.

El problema que subyace en este enfrentamiento entre estos dos puntos de vista éticos antagónicos fue tratado muy inteligentemente por el filósofo alemán Max Weber. En su obra El político y el científico habla de la ética de la convicción, cuyo mejor representante es la ética kantiana, y de la ética de la responsabilidad, que es en líneas generales lo que entendemos por utilitarismo. Weber insiste en que son dos tipos ideales que muy raramente se dan en la práctica, pues toda ética asume ciertas convicciones irrenunciables y tiene en cuenta las consecuencias de la acción hasta cierto punto. Según Weber, se trata de un problema de máximos y mínimos, no de blanco o negro. ¿Es preferible una ética de la convicción (con un mínimo de responsabilidad) o una ética de la responsabilidad (con un mínimo de convicciones irrenunciables)? Para Weber ambas éticas tienen su valor, y si en ciertas circunstancias es admirable una ética de la convicción, quizá en otras es preferible asumir una ética de la responsabilidad. Gandhi renuncia a la violencia por principio, sean cuales fueren sus consecuencias. Su postura nos suele parecer admirable. Pero un gobernante pacifista que renunciase unilateralmente a su ejército aun sabiendo que la nación vecina espera el momento oportuno para atacar, nos resulta más bien un insensato. Quizá la virtud fundamental vuelve a ser, como señalaban tantas escuelas éticas de la Antigüedad, la prudencia. Pensar. No actuar como un autómata, sino reflexionar previamente. No obstante, el problema no está ni mucho menos resuelto.

Solemos ser comprensivos con las mentiras piadosas, o con aquel que engaña a un hombre cruel o injusto si hay un beneficio evidente para un número indeterminado de personas (su familia, si es un padre psicópata que tortura a su mujer y a sus hijos; o sus súbditos, si es un tirano, por ejemplo). También nos suele ser simpático Robin Hood, el que roba a los ricos para instaurar una situación más justa después; pero quien actúa así, mintiendo, engañando o robando para conseguir un fin bueno, está manifestando que el fin justifica los medios. Y en esencia actúa de la misma forma que quien admite la guerra si el fin es una mejora del mundo; pero, claro, con los que mantienen esta segunda opinión no solemos ser tan espontáneamente comprensivos. Sin embargo, quien no miente nunca y es sincero por principio, que suele ser reconocido como una persona íntegra y valerosa, no nos suele parecer tan simpático cuando delata a un amigo inocente que se esconde en su casa cuando una banda de mafiosos le pregunta sobre su paradero. No obstante, el principio que le rige es el mismo: el fin no justifica los medios, y mentir está siempre mal. Pero entonces, ¿debemos ser kantianos o utilitaristas?

Una persona sin principios que solo se fije en las consecuencias de su acción, o una persona con muchos principios que nunca tenga en cuenta las consecuencias de su acción, puede desarrollar en algún caso conductas extremas que nos hagan dudar del acierto de su postura ética. Pero esto solo nos puede llevar a seguir pensando en el problema con más ahínco y dedicación para intentar solucionarlo. Y sólo constata que el mundo es complejo y no hay soluciones simples para grandes cuestiones. Si reconocemos el problema ya hemos avanzado algo en la cuestión. Sigamos pensando pues.


Jesús Palomar Vozmediano.

jueves, junio 22, 2006

PARANOIA VASCA (o de ETA)


Él se llamaba Joseba, ella Anne, y el niño, de unos ocho años, Aitor. Eran de Guipúzcoa y pasaban las vacaciones de verano en la costa alicantina. Conversaban con otra pareja. Yo estaba en una mesa contigua y no pude evitar escucharles. Joseba insistía en que el pueblo vasco estaba oprimido por el Estado español y que ETA luchaba por la liberación. Intenté averiguar en qué consistía tan brutal opresión. No lo conseguí. En su caso no parecía ser económica, tomaban unos refrescos apaciblemente mientras disfrutaban del sol y de la playa (en cualquier caso, el País Vasco tiene la mayor renta per capita de España); ni social, no había ningún tipo de marginación por su identidad nacional aquí ni allá (más bien eran los que se declaraban no nacionalistas los que tenían terribles consecuencias sociales allá); ni cultural, pues Aitor iba a una ikastola, los documentos oficiales se publicaban en euskera, veían siempre euskaltelebista en casa… En fin, Joseba se sentía oprimido en su tierra por la E de España en las matrículas de los coches, por la visión de un policía nacional de uniforme o porque algún cándido comerciante tuviese la poca delicadeza de saludarle en español cuando iba a hacer la compra. Entonces comprendí. El asunto no era político, sino psiquiátrico.
La psicosis paranoica es un trastorno mental grave cuyo síntoma fundamental es el delirio, que se constituye siempre a partir de una idea obsesiva. La obsesión se asume como un axioma infalible, y todo hecho o proposición que pretenda cuestionarla se engarza en el delirio reforzándola aún más. El delirio es sistemático e irrefutable desde la argumentación lógica. Para un hombre que padece una paranoia de celos, ningún hecho podrá hacer que desista de la idea obsesiva de que su mujer le engaña. Si la mujer mira a otros hombres, la obsesión se refuerza; si no lo hace, igualmente se refuerza, pues en la mente del paranoico tanto recato en su pareja sólo se puede explicar por el disimulo de sus deseos de infidelidad y por el afán de ocultar su consumado adulterio. El paranoico se siente víctima y a menudo perseguido, y se convierte, no pocas veces, en verdugo y perseguidor.
El pueblo vasco, el espíritu colectivo que le dota de identidad, está oprimido por una nación tiránica y cruel, he ahí la obsesión. Veamos parte del delirio. Decía Hegel que el Espíritu Absoluto, Dios mismo, se encarnó en César o en Napoleón realizando hazañas asombrosas que comprometieron a toda la Humanidad. Del mismo modo, el espíritu del pueblo vasco, quizá piensen Joseba y Anne, se encarna en algunos miembros de la nación en virtud de una especie de gracia inexplicable, exigiéndoles gestas o sacrificios de acuerdo con el recóndito destino colectivo por cumplir. Surge así el héroe o caudillo que, en nombre del pueblo (de su espíritu), se propone entonces liberar a sus compatriotas. El libertador, héroe o caudillo es sordo a la voluntad expresada de su pueblo, y sólo atiende a la demanda enigmática del Espíritu del Pueblo, con el cual está unido, in mysterio, como lo está el Papa con el Espíritu Santo. Si la mayoría del pueblo consiente en su hazaña liberadora, refuerza su misión. Pero si la mayoría no consiente y explícitamente dice no querer ser liberado, igualmente la refuerza. ¿Cómo? Por medio del mecanismo racionalizador que se despliega en dos formas distintas: a) si el ciudadano vasco en cuestión no es eukaldún, o no es nacido en Euskadi, o no tiene ancestros vascos, entonces no hay duda. Es un extranjero que dice, mentirosamente, ser vasco. Lo que procede es la limpieza étnica, es decir, muerte o expulsión. b)si reúne todas y cada una de las características anteriores es vasco, pero está en contra de su propio pueblo (del Espíritu del Pueblo). Se trata entonces de un malvado traidor o de un ignorante manipulado maquiavélicamente por la nación opresora. En el primer caso deberá ser ejecutado, ejemplarmente, sin considerar la gracia del exilio. En el segundo caso deberá ser reeducado y redimido de sus pecaminosos actos. Ahora bien, ¿qué ocurre si, por ejemplo, el guerrillero liberador, experto en el coche bomba y el tiro en la nuca, se apellida Pérez o López, o sus padres son de fuera? Es vasco, sin duda. En virtud de la sincera vocación o por la gracia del Espíritu del Pueblo que milagrosamente ha procurado la conversión. Conclusión: es vasco, es decir; un buen vasco, todo aquel que se declara nacionalista vasco. Más allá de esto sólo hay maketos, traidores o ignorantes. Tertium non datur.
Delirio o ideología, idea obsesiva o axioma, tanto monta. Para Hannah Arendt, que la ideología se constituya a partir de una idea indemostrada tenida por infalible que acaba por invadir todos los estratos de la realidad es algo propio de los regímenes totalitarios: «La presunción de una conspiración mundial judía fue trasformada por la propaganda totalitaria, pasando de ser una cuestión objetiva y discutible a elemento principal de la realidad nazi; lo cierto es que los nazis actuaban como si el mundo estuviera dominado por los judíos y precisara de una contraconspiración para defenderse a sí mismo. Para ellos el racismo ya no era una discutible teoría de dudoso valor científico, sino que estaba siendo realizado cada día en el funcionamiento jerárquico de una organización política en cuyo marco hubiera resultado muy "irrealista" ponerlo en duda (…) En la Alemania nazi poner en tela de juicio la validez del racismo y el antisemitismo (…), era como poner en tela de juicio la existencia del mundo»
Héroes libertadores, caudillos, eusko gudariak… Nada nuevo, pues. Verdugos que se sienten víctimas. Perseguidores que se creen perseguidos. Psicosis paranoica y delirio irrefutable por la argumentación lógica.

Nota: la cita de Hannah Arendt es de su obra "Los orígenes del totalitarismos". Obra del todo imprescincible para entender el horror político en (a partir de) el siglo XX.

Jesús Palomar Vozmediano

martes, junio 20, 2006

MOROS Y CRISTIANOS. Y GRIEGOS ( o del choque de civilizaciones)


Los antiguos griegos consideraban que las ideas estaban para ser discutidas; que la razón servía para pensar libremente; que el mundo era un hermoso enigma por resolver, una especie de reto para la inteligencia. También los griegos tenían una religión, pero sus dioses eran cercanos a los hombres, carecían de Iglesia que articulara las creencias en un dogma férreo, y los sacerdotes y las pitonisas habitaban en los oráculos y en los templos, no en los palacios de los gobernantes. Para los griegos los muertos viajaban al Hades donde, sin cuerpo y sin memoria, vagaban eternamente como sombras. De modo que nada había después de la muerte y, precisamente por ello, la vida era valiosa. Algo hermoso, alegre.Llegaron después los cristianos.
Los cristianos pensaban que las ideas verdaderas eran vertidas por Dios a los hombres, a través de la iluminación o de las Escrituras Sagradas; que las ideas estaban para ser proclamadas desde el púlpito y, finalmente, impuestas sin discusión; que el mundo era un inmenso misterio que había que respetar, pero en ningún caso un enigma por resolver. Porque la manzana del conocimiento era un ardid de la maldita serpiente, y la inevitable consecuencia de su ingestión era siempre la expulsión de algún paraíso. Para los cristianos la razón era sospechosa de connivencia con el demonio y, justo por ello, debía subordinarse siempre a la fe. De modo que el razonamiento sólo era válido si coincidía con la verdad revelada (precisamente por la coincidencia, no por ser correcta deducción). Para los cristianos sólo había un Dios, trascendente y alejado de los hombres y, en su honor, crearon una Iglesia. Articularon un dogma férreo que procuraron imponer, por su propio bien, a los otros: los paganos, los ateos; en definitiva, todos aquellos que estaban errados.

Durante mucho tiempo la Iglesia habitó en los palacios de los gobernantes, y la Iglesia y el poder fueron una misma cosa.

Volvieron los griegos.


Fue en el Renacimiento. Se volvió a ver el mundo como un hermoso enigma que había que resolver. Y el pensamiento volvió a ser libre, y las ideas se volvieron a discutir. Y la verdad dejó de ser palabra susurrada por Dios al oído de sus predilectos, para ser, de nuevo, tarea lúdica de la razón. Pero a los cristianos, que aún habitaban en los palacios de los gobernantes, nada de esto les pareció bien. Y persiguieron a Kepler, y condenaron a Galileo. Y arrojaron a las llamas purificadoras a Miguel Servet y a Giordano Bruno, y a otros muchos valientes griegos: griegos alemanes, griegos españoles, griegos italianos...
Eppure si muove. El mundo. A pesar del Papa y de la Iglesia. Y también continuó moviéndose la Historia. Nada fue ya igual después de esta batalla. Los cristianos, que se veían a sí mismos como piadosos corderos, supieron desde entonces que en el interior de cada uno de sus feligreses dormitaba un lobo, un peligroso lobo con los colmillos de la razón bien afilados, es decir, un griego. Sospecharon que había demasiados griegos vestidos de cristiano. Al fin y al cabo, lobos con piel de cordero. Y consideraron que era de vital importancia no despertar al griego que cada cual llevaba dentro. Desde entonces, fueron algo más sutiles y diplomáticos. También los griegos aprendieron la lección. Supieron del verdadero poder de los cristianos y, temerosos, continuaron ejerciendo de griegos sólo por las noches, conspirando en la oscuridad. Quizá esperando tiempos mejores.

Y, poco a poco, los griegos fueron dejándose ver, y volvió el libre pensamiento y la emocionante búsqueda de la verdad. Y el siglo en el que todo esto sucedió, se iluminó.

Y llegó al fin la gran batalla. Fue en Francia, a finales del Siglo de las Luces. Europa tembló. El Terror fue un ángel exterminador. La tierra se inundó de sangre de cristianos y de griegos. Mucha de esa sangre fue inocente. Lo sé. Siempre hay demasiada sangre inocente en las batallas (quizá siempre hay demasiadas batallas). Pero, tímidamente, fue abriéndose el día. La Iglesia dejó de habitar en los palacios de los gobernantes. Y el mundo fue de nuevo un hermoso enigma que había que resolver, y la verdad algo por descubrir. Y el libre pensamiento volvió a ser alabada virtud.

La disyuntiva fundamental no es pertenecer a la cultura occidental o a la oriental, no es ser cristiano o musulmán. Lo verdaderamente importante, viva usted en la cultura que viva, es si es griego o no lo es. Si es usted griego y vive en Occidente quizá se sienta amenazado por los musulmanes fundamentalistas de Oriente que se asoman por su televisor. Pero también se verá ocasionalmente enfrentado con los cristianos de casa, la mayoría de las veces un enfrentamiento cordial, casi amistoso, otras veces menos cordial, porque también aquí hay cristianos fundamentalistas que intentan salvar a toda la Humanidad. En cualquier caso sin graves consecuencias, porque afortunadamente ninguna Iglesia habita ya en el Poder. Pero si es usted griego y vive en un país musulmán la cuestión es otra. En demasiados países orientales la Iglesia islámica aún no ha salido de los palacios de los gobernantes, y los secretos del mundo siguen siendo manzanas prohibidas que no se deben conocer, y la razón continúa recibiendo miradas de recelo, sospechosa de ser arma sutil del demonio. Y, a menudo, desconocidos galileos siguen siendo perseguidos y condenados tan sólo por decir libremente lo que piensan.

Mi solidaridad con los griegos del mundo, pero muy especialmente con los que viven en los países musulmanes más radicales, sufriendo en silencio a sus gobernantes, ejerciendo de griegos a escondidas, de noche, sin que nadie los vea.

Jesús Palomar Vozmediano


Un saludo. Iré publicando artículos próximamente. Espero vuestros comentarios.

lunes, junio 19, 2006

TIEMPO DE ESPERANZA (o de la tregua de ETA)


Quien torna la prudencia en astucia y tiene el poder de afectar a muchos con sus amenazas y promesas, tiene el verdadero poder. Modulando adecuadamente el miedo y la esperanza podrá conseguir sus fines. Ningún poder tendría de hecho aquel gobernante que obligado a ser prudente delegara de ello, por debilidad o ignorancia. Y pudiendo contrarrestar la amenaza y el miedo con seguridad, y la promesa y la esperanza con sensatez, no lo hiciera. Los primeros juegan con emociones. El segundo debería jugar con la razón. Que es tanto como decir que, en este juego, las reglas son el Estado de Derecho.
Miedo y esperanza no son virtudes. Nada bueno evocan ni significan. Tampoco vicios. Les falta la constancia. Son pasiones, envueltas siempre en la neblina de la duda. Caras de la misma moneda, tan inseparables como el dolor de cabeza y la aspirina. Policía malo y policía bueno que se manejan bien en los suburbios del alma donde apenas llega la luz de la razón. La dosificación del doble instrumento dependerá de la astucia de quien lo utiliza. Tras la amenaza, el miedo surge ante un fantaseado mal, posible pero no real. Tras la promesa, la esperanza brota de un vislumbrado bien proyectado en el futuro. Imaginación pues. Ni razón ni entendimiento. Si la esperanza es, como quizá dijo Aristóteles, ese soñar despierto, lo mismo el miedo. Plácido el primero e insufrible pesadilla el segundo. Tanto da. Onírica ficción al fin donde debería haber vigilia. Disparatada fantasía que anula toda lucidez racional. Ensueño. Y epidemia, pues coinciden con el bostezo en su carácter contagioso al que muy pocos se resisten. Suministrada la dosis es pues sólo una cuestión de tiempo el que miedo o esperanza se propaguen. Y cuando afectan a una sociedad en mimético bostezo colectivo, es el momento de que los astutos cirujanos intervengan. Suministrada la anestesia es la hora de la operación.
El miedo es más efectivo en sociedades de esclavos. En sociedades de hombres libres suele funcionar mejor la esperanza. Eso nos dice Spinoza. Aumentar la dosis de miedo en el esclavo que perdió ya su dignidad sólo puede acentuar su obediencia. Sin embargo, en una sociedad de hombres libres el miedo requiere dosificación. Más de lo apropiado podría despertar al sonámbulo, hacerle consciente de su dignidad y tornarlo súbitamente en valiente. Llegado a cierto límite, es preferible la esperanza.
Durante muchos años la sociedad española vivió con miedo. Se rozó el límite con el asesinato del joven concejal Miguel Ángel Blanco. Los ciudadanos recuperaron su dignidad y valientemente salieron a la calle a proclamarlo. ETA temió haber rebasado la dosis y haber despertado al durmiente. Los atentados del 11 de marzo nos hicieron a todos insomnes impenitentes. Si se hubiese confirmado que era ETA, hubiese sido el final de la banda terrorista. Ellos lo saben.
Tras el comunicado etarra es el turno de la esperanza. Suministrada en adecuada dosis, los cirujanos continúan con la operación. La misma operación. Alto el fuego permanente, dicen. Los ojos anhelantes aumentan desproporcionadamente la palabra ‘permanente’. Sin querer caer en la cuenta de que, en la elemental semántica de guerra, el alto el fuego es siempre ocasional. Tiempo muerto para recuperar fuerzas o atender a los heridos. Contradicción en los términos imposible de evidenciar para quien se empeña en escuchar música donde hay significantes, palabras que denotan conceptos. Hay más. Se equipara País Vasco y Euskal Herria. Lo primero es el nombre de una comunidad autónoma, lo segundo un país míticamente reconstruido en la mente de los terroristas. Territorialmente no coinciden. Navarra e Iparralde, el llamado País Vasco francés, son también Euskal Herria. Reconocer “los derechos que como pueblo nos corresponden” no puede significar otra cosa que reconocer que el pueblo vasco es nación y, por ende, tiene derecho de autodeterminación. Reconocido este derecho, deberá ser ejercido, pues “al final de ese proceso los ciudadanos vascos deben tener la palabra y la decisión sobre su futuro”. Y si pudiese haber alguna duda, recalcan: “Los Estados español y francés deben reconocer los resultados de dicho proceso democrático, sin ningún tipo de limitaciones”. Donde proceso democrático, si ha de significar algo, ha de ser referéndum, claro. ¿Qué debe hacer el Estado de Derecho mientras? Dejar “a un lado la represión”. Es decir, dejar de ejercer justicia. ¿A qué viene tanto eufemismo? La esperanza necesita palabras espejo donde proyectar sus propios deseos. ETA lo sabe. Y entre tanto bostezo nadie está en disposición de escuchar lo obvio. Nación vasca y autodeterminación es tanto como romper la Constitución y acabar con la soberanía de la nación española. Sólo eso.
Pocos saben si ETA está agonizante o pletórica. Si tiene repóquer de ases o va de farol. Sabemos lo que dice. No sabemos aún lo que está dispuesto a conceder el gobierno de España. Lo ocurrido hasta ahora en relación con Cataluña no es tranquilizador. Y en nada ayuda la esperanza.
Jesús Palomar Vozmediano

MUERA ENTONCES LA FILOSOFÍA (o de la LOE)


El Gobierno planea la supresión de la Ética y la reducción de clases de Filosofía en la Enseñanza Secundaria. Soy profesor de Filosofía y hace algunos días que compruebo que muchos de mis colegas no paran de lamentarse. Pero no se preocupe, señora ministra. No, no le voy a dar más el tostón. Todo lo contrario. Es que no llego a entender a qué viene tanto pesimismo. He pensado un poco. Y he llegado a reveladoras conclusiones que demuestran lo injustificado de estos llantos.
Prescindir de la Filosofía en Secundaria es cosa buena. Al fin y al cabo todos sabemos que la Filosofía no sirve para nada. Lo había escuchado muchas veces sin querer admitirlo, pero estaba equivocado. Esta misma mañana lo he constatado empíricamente. Se me averió el coche. Puse la Crítica de la Razón Pura con sobrada fe racional encima del capó, y nada. Seguía averiado, o peor. Al contacto del libro con la chapa, se cayó el retrovisor. No es útil la Filosofía, muera entonces.
Pero como soy un impenitente pecador he seguido pensando, a mi pesar. Y he llegado a la conclusión de que Arte, Literatura, Lengua y otras disciplinas de la misma calaña tampoco sirven. El coche no arrancaba con El Quijote ni con una reproducción muy presentable de Las Meninas. La Lengua es la peor. Esta manía de multiplicar significantes y crear significados utilizando el lacaniano procedimiento de la metáfora y la metonimia es un intolerable derroche. Con onomatopeyas nos iría de maravilla. ¿Y los conceptos abstractos?, un horror. Inútiles, desde luego. Y además nocivos. ¡Cuánto sufrimiento aportan al alma! El lenguaje es la semilla de nuestros dolores más profundos. Recuperemos la salud del perro, mejorando a Diógenes. Si un perro no puede estar loco es porque sabiamente decide no utilizar palabras. Le basta con mover la cola para decir que está contento o enseñar los dientes para decirnos que si te acercas te muerdo. Quedémonos ahí. Ese lenguaje sí es útil. Y sirve, ya lo creo. Mamá agua, mamá frío, papá quiero un móvil. Y pare usted de contar. ¿Y la ortografía? Pos eso. Ke +dá, = mese hentiende. No hablaré mucho del griego y el latín. Demostrar su inutilidad, huelga. ¿A qué retorcido espíritu se le puede ocurrir estudiar y pretender enseñar una lengua muerta? Por Dios, si ya es mala la viva, la muerta ni le cuento. Pero en el pecado llevan la penitencia, señora ministra. Estos expertos de la muerte que maliciaban los espíritus de nuestros chicos con enrevesadas declinaciones y extraños vocablos hace tiempo que pululan macilentos por los institutos como sombras por el Hades. Usted tranquila. Ya casi ningún alumno estudia griego ni latín.
Tras estas revelaciones creí que todo estaba claro. Pero no. Mi pensamiento se embaló. Sin mi permiso, claro. Y seguí pensando. Pasmao quedé. Pues descubrí que las otras, esas otras asignaturas que todos creíamos útiles, tampoco sirven para nada. Si se trata de formar buenos y felices ciudadanos, entonces, a ver, ¿para qué le sirve a un buen ciudadano saber integrales? Con las cuatro reglas bien aprendidas para sumar lo que hay que pagar a Hacienda, le sobra. ¿Y la Química? ¿Para qué puñetas sirve saber que el agua es H2O? En un desierto querría verle con este imprescindible conocimiento. Lo que se necesita saber es que el agua calma la sed. Hasta ahí debería llegar la clase de Química. Lo demás es ganas de enredar.
Por mor de una educación de verdadera calidad lo más apropiado sería que la Enseñanza Secundaria fuese una reiteración incesante de los conocimientos impartidos en Primaria. Aunque no sé, no sé. Quizá tendríamos que simplificarlos un poco. Me temo que allí hay también alguna excrecencia. Más allá de cortar y pegar, y la tabla de multiplicar cantada (si no, no vale), resulta todo demasiado sospechoso. Repitiendo esas dos o tres cosillas útiles machaconamente desde los cinco años hasta los dieciocho nos aseguraríamos de que han aprendido lo esencial y tendríamos perfectos y felices ciudadanos. Pero... ¿no podríamos traumatizarlos con tanto esfuerzo?
Nada, nada. Definitivamente propongo que la Enseñanza Secundaria sea explícitamente lo que ya casi es de hecho: una especie de casino de pueblo para jóvenes, a modo de jardín de infancia o centro social de la tercera edad. La LOE casi es sincera, pero aún le sobra un poco de moralina rancia. Propongo que elaboremos una nueva ley que se exprese sin tapujos. Por ejemplo, en lugar de hablar de institutos de secundaria, hablemos de aparcaniños o centros de ocio obligatorio. Con estas dos ligeras modificaciones, en la Enseñanza y en la Ley, habremos matado dos pájaros de un tiro. Además de mejorar la hedukazion nos habremos mejorado todos moralmente suprimiendo ese horrible vicio de la hipocresía.
Antes de concluir he de confesarle otro pecadillo, señora ministra. Sí, yo era de esos que consideraban que toda educación debía conllevar esfuerzo, que repetir curso era conveniente para el alumno si había suspendido algunas asignaturas, que un estudiante que escupe a un profesor o muerde el tobillo de un compañero debería recibir una pequeña sanción que le hiciese comprender que eso no se hace. Incluso llegué a considerar, pervertido por un tal Freud, que sin un mínimo de autoridad y disciplina no había educación ni socialización posible. Ese loco vienés me lió con uno de sus libros: El malestar en la cultura. Venía a decir que sin la represión de ciertos deseos no surge la conciencia moral. Total, que me puso en un dilema pedagógico: la incomodidad de ser hombre o una ufana animalidad. Quizá por veleidad romántica opté por lo primero. Yo quería ayudar a que se formasen como personas. Ahora sé que estaba equivocado. Qué disparate. Sin duda es mejor educar en la animalidad satisfecha. Todos sabemos ya que Freud era un reprimido sexual y un resentido. Y por eso decía esas cosas. Además era un facha. Con tanta represión y eso.
Por último, me referiré a las quejas gremiales de mis colegas. Sinceramente, no las entiendo. Es cierto que si se cumple la LOE sobramos más de la mitad de los profesores de Filosofía. Pero la hedukazion, así planteada: sin Filosofía, sin esfuerzo, y sin muchas otras cosas que han caído y que irán cayendo, es una tarea titánica para selectos espíritus y robustos cuerpos. Yo sólo soy un humilde profesor de espíritu normalito y más bien enclenque. Y no nos engañemos, la mayoría de los colegas que conozco, también. La excelencia nunca es abundante. Tampoco en nuestro gremio. De modo que agradezco que me releguen de esta ardua y heroica tarea. Pues sólo un héroe puede soportar la sistemática falta de respeto de criaturas de doce, trece o quince años, cuando no el insulto o la agresión. Sólo verdaderos héroes altruistas y geniales están preparados para ello. Hace diez u once años había muchos héroes de esos. Imbuidos de fuerza e ilusión por la LOGSE. Perfectos pedagogos llenos de vocación. Pero se marcharon todos, con el mayor de los pesares (bien lo sabe Dios), a realizar tareas más ingratas. Así están las cosas. Nosotros nos quedamos huérfanos y ellos, nuestros añorados héroes; o están recluidos en departamentos de orientación desde donde apenas pueden dar clases, los pobres (con orientar tienen bastante); o están ocupados en defender nuestros derechos en sufridos sindicatos; o bien trabajan intensivamente desde fríos despachos dependientes del Ministerio de Educación o consejerías autonómicas. Lástima, siempre se van los mejores. Así que espero con ilusión una nueva tarea en el Instituto. Igual de digna, desde luego, pero menos heroica, más acorde con mi sencilla naturaleza. Quizá jardinero. Quizá conserje. Quizá bibliotecario. Será un placer.

(Publicado en el diario ABC del sábado 28 de Mayo de 2005)

Jesús Palomar Vozmediano

Filosofía desde el Palomar


Un saludo. Iré publicando más artículos próximamente. Espero vuestros comentarios.