sábado, septiembre 05, 2009

HANNAH ARENDT Y LA BANALIDAD DEL MAL 2/5





Hannah Arendt y el caso Eichmann.
En 1932 cuado contaba 26 años Adolf Eichmann ingresó en el partido nacionalsocialista y en las SS. Según su propio testimonio la afiliación al partido no fue una meditada decisión sino algo casi natural, ni siquiera se tomó interés en informarse sobre el programa del partido. Eichmann no era un fanático
Con el tiempo Eichmann hizo carrera en el Servicio de Seguridad de las SS. Su principal fun-ción consistía en tareas de planificación y organización en las deportaciones masivas de judíos a los campos de concentración.
Tras la segunda guerra mundial Eichmann se refugió en Argentina. Finalmente fue arrestado. En 1961 fue juzgado en Jerusalén. El tribunal consideró probada su participación en la muerte de mi-llones de seres humanos. Fue condenado a la pena de muerte por la comisión de quince delitos, varios de ellos contra la humanidad y contra el pueblo judío.
Tras los informes periciales de seis psiquiatras, el tribunal consideró que Eichmann no consti-tuía un caso de enajenación mental o de trastorno grave de la personalidad. No se trataba de un loco o un psicópata. ¿Cómo explicar, entonces, que Eichmann rechazara haber tenido pleno conocimiento de la naturaleza criminal de sus actos?
Por aquel entonces la politóloga Hannah Arendt fue comisionada por el New Yorker para infor-mar a sus lectores del curso del juicio a celebrar en Jerusalén. Arendt diría a propósito de Eichmann:
“Me impresionó la manifiesta superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la in-cuestionable maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de enraizamiento o motivación. Los actos fueron monstruosos, pero el responsable –al menos el responsable efectivo que estaba siendo juzgado– era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso”.
En una obra posterior, Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt analiza la personalidad de Eichmann. Arendt se sorprende de que el oficial que participó activamente en el Holocausto no se sin-tiese culpable por sus crímenes y, no obstante, no hubiese ningún rasgo de anormalidad en su perso-na. Apenas una tendencia a la irreflexión que se da también en muchas otras personas normales. In-cluso el acusado declaraba haber leído a Kant y que su acción estaba dirigida por el imperativo categó-rico, en el sentido de que era asumida por escrupuloso deber. El caso Eichmann le lleva a Arendt a proclamar la banalidad del mal.
En Eichmann descubrió Arendt un agente del mal capaz de cometer actos objetivamente mons-truosos sin motivaciones malignas específicas: los peores crímenes no requieren grandes motivos. El daño que causó, y del cual Arendt le considera responsable, fue monstruoso. Pero todavía resulta más aterrador cuando se advierte que la raíz subjetiva de sus crímenes no estaba en firmes convicciones ideológicas ni en motivaciones especialmente malvadas. La banalidad del mal apunta precisamente a esta ausencia de malignidad. Lo que tiene de banal el mal cometido por Eichmann no está en lo que hizo, sino en por qué lo hizo.

1 comentario:

El Filósofo Impaciente dijo...

Algo parecido sucede en la pélícula El lector, cuya protagonista no parece sentir ningún remordimiento por sus actos horrendos contra los judíos.