LA ÉTICA DE ARISTÓTELES
¿Cómo se proponía Aristóteles alcanzar la felicidad? Según Aristóteles existen cosas que nos pasan y cosas que hacemos. Las cosas que nos pasan son, literalmente, pasiones. Generalmente las pasiones no las podemos controlar. Si hay una tormenta un día en el que voy al campo o si me enamoro de alguien no lo puedo evitar. Mojarse en el campo y enamorarse son pasiones. Frente a las pasiones están las acciones. Todo aquello que efectivamente hago. La tormenta me pasa, pero decidir ir a la excursión es una acción. He elegido ir. Enamorarme me pasa, pero si me declaro a mi amada es una acción que he elegido y podría no hacer.
Según Aristóteles la felicidad no se logra a través de las pasiones, sino a través de las acciones. La felicidad no depende de las cosas que nos pasan sino de las cosas que hacemos. Y muy concretamente de las cosas que hacemos en relación con las cosas que nos pasan. Lo importante es cómo nos comportamos en relación con las pasiones. Lo que quiere decir Aristóteles es que es fundamental para nuestra felicidad nuestro modo de ser, nuestra personalidad.
En Psicología se suele diferenciar entre temperamento, carácter y personalidad. Todos al nacer tenemos una forma de ser que es la que hemos heredado. Nos parecemos de niños a nuestros padres o a nuestros abuelos: somos nerviosos o tranquilos, tímidos o extrovertidos, alegres o tristes. Pero según vamos siendo mayores vamos modificando esta forma de ser. Nos enseñan, o aprendemos sin que nadie se esfuerce en enseñarnos, una nueva forma de comportarnos. A veces esta nueva forma consiste en acentuar nuestros rasgos temperamentales. Puede que sea nervioso y mis experiencias y lo que he aprendido de mi alrededor me haya hecho más nervioso. Evidentemente en este caso habría tenido un mal aprendizaje. Pero puede ocurrir lo contrario, que haya aprendido a ser más tranquilo. Quizá porque alguien me lo ha enseñado. Esta nueva forma de ser es lo que los psicólogos llaman carácter. La personalidad es la resultante de ambos tipos de rasgos.
La cuestión fundamental para Aristóteles es que podamos adquirir una buena personalidad. Es decir, que podamos crearnos un buen carácter gracias al cual el modo de reaccionar ante las cosas que me pasen en la vida sea el más adecuado, el que más felicidad me proporcione o el que más infelicidad me evite.
Para Aristóteles el carácter adecuado es el que se basa en las virtudes morales. La virtud moral es una acción correcta. Si queremos ser más explícitos diremos que las virtudes morales son acciones correctas (una conducta correcta.) Generosidad, sinceridad, amabilidad, valentía, modestia, justicia, etc., son virtudes morales, acciones correctas que además producen felicidad.
No obstante, para alcanzar cualquier virtud moral es necesario que nos preguntemos en cada caso: ¿qué debo hacer? Antes de actuar con corrección debemos pensar y contestar a esta pregunta en nuestra cabeza. En esta medida para alcanzar cualquier virtud moral es necesario poseer previamente la virtud intelectual que llamamos prudencia.
¿Cómo elegir correctamente? Siguiendo una regla elemental, la regla del término medio. La virtud moral se encuentra en el justo medio de todas las acciones posibles. Todas las acciones que conforman los extremos son vicios o bien por defecto o bien por exceso. El término medio no es, sin embargo, absoluto y para todos igual, como ocurre por ejemplo con el término medio aritmético. Todos coincidimos en situar en el cinco el término medio entre cero y diez. El término medio que es virtud moral es relativo a la persona y a las circunstancias y por tanto no igual para todos ni en todo momento. Por ejemplo, yo quiero alcanzar la virtud moral que llamamos generosidad. La generosidad debe ser un término medio entre dos extremos viciosos que son la tacañería (extremo por defecto) y el derroche (extremo por exceso.) Si estoy en el paro y me encuentro con un amigo de la infancia es posible que mi situación económica me permita invitarle a un refresco mientras charlamos amistosamente. Si así lo hago posiblemente alcance la virtud de la generosidad. Si no lo hiciese, aun pudiendo, me muevo seguramente en un extremo, en el vicio de la tacañería, y si no solo le invito a un refresco sino que le pago una gran cena que provoca que mi familia y yo pasemos hambre ese mes, me muevo, probablemente, en el extremo por exceso del despilfarro. Evidentemente si yo soy millonario el término medio de la acción se situaría en otro lugar de la gama de acciones libres posibles. Lo mismo podríamos decir en relación con la comida, por ejemplo. Lo que es comer mucho para uno es poco para otros. Comer lo idóneo en cada caso depende de las personas (no es lo mismo un deportista, un joven, un viejo, un enfermo, etc.) y de las circunstancias (no es lo mismo tras una larga huelga de hambre, tras un empacho, etc.).
La virtud moral además es un hábito, una costumbre. No es suficiente que yo elija en un momento dado el término medio en mis acciones. Si no tengo esta costumbre, si no lo hago así de forma recurrente y es pura anécdota o casualidad en mi comportamiento, no alcanzo la virtud. Evidentemente, dice Aristóteles al respecto: Una golondrina no hace primavera.
Mi conducta es correcta y alcanzo virtud moral si acostumbro a actuar siempre según la regla del término medio.
Si quieres complementar esta entrada con otro video pincha en el enlace para ver la explicación de Fernando Savater.
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