Para el abate Sieyès, figura destacada de la Revolución
Francesa, la nación es una realidad prejurídica soberana. Es decir, con el
poder inalienable de dar a luz un estado constitucional. No obstante, esta
realidad prejurídica es el conjunto de personas que trabaja y vive dentro del
Estado monárquico previo. La naciones, el pueblo francés o el pueblo español,
por ejemplo, estaban claramente definidas en los territorios de los respectivos
reinos. Y tales territorios no fueron elegidos ni constituidos por la nación o
por el pueblo.
Después de Sieyès vinieron los
románticos: se empezó a hablar de la nación a modo de espíritu con voluntad
propia. Tal voluntad solo era descifrable para expertos exegetas de lo
misterioso: meros espiritistas no muy diferentes de alucinados jugadores de
güija. Siendo así, la nación se convirtió en un oráculo; y una casta entre
política y sacerdotal, en sus privilegiados intérpretes. Raza, religión o lengua
se trocaron en pruebas de su incuestionable existencia. Allí donde aparecía
este omnímodo y difuso espíritu debía encarnarse en un Estado. El último
capítulo de tan extravagante aventura fue el Tercer Reich alemán.
¿Tenemos
los habitantes de un territorio derecho a destruir un estado para construir
otro? La democracia tiene que ver con decidir, pero no es
solo derecho a decidir. No tenemos derecho a decidir si Napoleón fue emperador
de China o si apedreamos al vecino del quinto tan solo porque lo deseamos y lo
sentimos así, sin más. Aunque sea mediante un inmaculado referéndum. Salvo por
colonialismo o por opresión explícita de una minoría la soberanía y los estados
tampoco se deciden legalmente por sufragio. Nos vienen dadas por la Historia o se cambian
tras un hecho revolucionario. Todos y cada uno de los actuales españoles tenemos
derecho a mejorar nuestro estado (en el peor de los casos, a empeorarlo), pero
una parte no tiene derecho a romper el todo. En democracia se deciden muchas
cosas, pero quiénes son los que deciden es un punto de partida que ninguna
democracia puede decidir.
Quien
tiene derecho a decidir sobre su destino es ya soberano. Si Cataluña decide en
un referéndum legal si es o no un estado independiente, inmediatamente
se convierte en un estado soberano sea cual fuere el resultado. Y España, de facto,
en una confederación donde el sujeto soberano y constituyente español se destruye
en el mismo momento en el que se legaliza la consulta. El pensamiento débil de
gran parte de la ciudadanía pasa por el aro del llamado derecho a decidir,
pues se ha habituado a pensar que meter un papel dentro de una urna es sinónimo
de democracia. Y la palabra “democracia” es el mantra moderno que sacraliza
toda acción: “Total, si quieren irse que se vayan. Si lo deciden ellos, pues
bien está, ¿no?”, escucho por doquier. Ignoran la Historia, el pensamiento
político y las inevitables consecuencias de los hechos a los que nos abocan el buen
rollito y el buenismo imperante. Pero los voceros del disparate, que
pasan por elite ilustrada, no se quedan ahí. Pablo Iglesias y los suyos defienden
un inexistente derecho a la secesión y acto seguido declaran que no son
partidarios de la secesión.¿Ignorancia satisfecha o perverso cinismo?, me
pregunto yo. La cuestión no es que Cataluña se separe o no del resto de España
(la Historia tienen siempre la última palabra en estas lides). Lo verdaderamente
crucial es que los habitantes actuales del territorio de Cataluña decidan o no
unilateralmente tal cosa. Si así lo hicieran, la catástrofe sería inevitable.
Como si de un montón de naranjas tomamos una de ellas que está en la base
provocando, sin querer, que todas rueden por el suelo. ¡Caramba, yo no sabía
que iba a montar este lío!, decimos entonces avergonzados mientras miramos al
dueño de la frutería.
Hobbes,
Locke, Sieyès, Rousseau y la Revolución Francesa al completo deberían ser de
lectura obligatoria un día sí y otro también en todas las escuelas. “Total, si
quieren irse que se vayan. Si lo deciden ellos, pues bien está, ¿no?”. En fin,
a veces pienso que la civilización occidental, o lo que de esta queda, se irá
al garete por pura bisoñez y ñoñería. La vieja Europa parece repoblada por
nuevos adanes que se empeñan con entusiasmo en que la bobería sea considerada
virtud.
Publicado en el diario INFORMACION de Alicante el día 19 de enero de 2016
Publicado en el diario INFORMACION de Alicante el día 19 de enero de 2016
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