HERÁCLITO DE ÉFESO (544 -484 a. de C.)
Heráclito
de Efeso quiere tomar partido por la afirmación del movimiento y el cambio, y en
este sentido renuncia al camino de la razón lógica.
Los
sentidos me muestran que hay movimiento y cambio. “El movimiento existe”, esta
será la primera gran afirmación de Heráclito. Ahora bien, ¿cuál es la verdadera
naturaleza del movimiento? Una
observación ingenua de la Naturaleza me hace pensar que existen cosas que
permanecen y cosas y cualidades de
cosas que cambian. Por ejemplo una flor cambia día a día, pero no de una forma
radical. La flor que hoy tiene cincuenta pétalos mañana tiene cuarenta y nueve
porque uno se le ha caído. Pero la flor permanece. La flor es hoy y mañana la
misma flor, aunque se le haya caído un pétalo. Juan es rubio hoy y mañana se torna canoso. No obstante, Juan permanece siendo el mismo hoy y mañana. Juan
es Juan en cada uno de los instantes de su vida. Aunque cambien algunas
cualidades de Juan, Juan mismo no parece cambiar. La observación ingenua de los
cambios naturales nos llevaría a afirmar que, aunque algo cambia, siempre hay
algo que permanece. No obstante Heráclito abandona la observación ingenua de la
Naturaleza y realiza una reflexión filosófica que la rectifica pretendiendo ser
más fiel a los sentidos que los propios sentidos. La reflexión de Heráclito
podría ser de este talante: ocurre a veces que las cosas cambian tan lentamente
que tenemos la ilusión perceptiva de que en el fondo no cambian, que algo fundamental
en ellas siempre permanece. Así pues, la flor y Juan, decimos, son siempre ellos
mismos. Si una película rodara toda la vida de la flor y de Juan desde sus
nacimientos a sus muertes y luego la pasáramos a cámara rápida, esta ilusión se desvanecería. Nos
percataríamos entonces de que la flor y Juan son un puro proceso y no hay nada
que estuviese en el primer día de la flor o de Juan que continuase estando en
el último. Efectivamente el Juan de 10 años es de aspecto rubio, menudo y de
carácter alegre y el Juan de 50 es taciturno y algo más grueso. ¿Será la pura
materialidad que constituye a Juan lo que permanece? Craso error, hoy sabemos
que al cabo de 8 años ninguna célula de nuestro cuerpo se conserva ya. Las células
se renuevan (quizá algunas neuronas permanecen, pero dado que son cuerpos vivos
también padecen cambios, y lo mismo que decimos de Juan podríamos decir de cada
una de las neuronas de nuestro cerebro) ¿Serán los recuerdos de Juan lo que define
su identidad? Juan a los 30 años tuvo un accidente y perdió la memoria (en
cualquier caso, todos sabemos lo poco fiables que son nuestros recuerdos. Inventamos
escenas y olvidamos otras muchas). No decimos por ello que Juan ya no es Juan,
sino que Juan perdió desgraciadamente la memoria. Pero si no permanece en Juan
su carácter, su aspecto físico, su materia ni sus recuerdos, ¿qué permanece
entonces? Heráclito lanza pues su segunda gran reflexión: todo cambia y nada permanece. Para explicar este concepto Heráclito
recurre a una metáfora y dice que el arche es el fuego. Con ello no
quería Heráclito competir con los filósofos jónicos. No quería decir realmente
que la realidad fuese fuego, sino que la realidad es tan inestable, tan dinámica
como el fuego. Aunque, ¿quién sabe? Quizá quería decir también que la
realidad es fuego. En Heráclito, como veremos, no es incompatible este planteamiento dual de
la cuestión.
¿Cómo
expresamos ahora el fluir de la naturaleza admitiendo la no permanencia de algo
en ese fluir? Volvamos a Juan. Si Juan a los 20 años es Juan y a los 50 es
Juan, pero nada permanece en el Juan de los 50 de el de los 20, también podemos
decir en cada momento que Juan no es Juan. Así pues Juan es Juan y no es Juan.
La realidad es y no es. En cada momento podemos decir que existe eso que
existe; pero como todo es fugaz, en el momento deja de existir y existe
entonces lo que no existe. Heráclito expresa esta idea de continuo devenir y
fluir de la realidad afirmando que nunca
nos bañamos dos veces en el mismo río porque las aguas son siempre diferentes.
Si el río son las aguas y las aguas son en todo momento distintas, el río nunca
es el mismo. En este punto muchos de los presentes empezareis a entender porqué
a Heráclito le llamaban el oscuro. La postura epistemológica de Heráclito le ha
llevado a un lenguaje explicativo que en cierto sentido nos confunde. El
discurso de Heráclito no es lógico, y si no hay razón lógica la comunicación de
nuestro pensamiento se oscurece.
Que Heráclito no sea lógico no quiere
decir que no sea racional. Heráclito considera no obstante que la naturaleza,
el cambio, se puede comprender en algún sentido. Es cierto que no hay una
sustancia que permanezca en los cambios, pero los cambios no están regidos por
el azar. Existe una ley necesaria que
rige todos los cambios. Heráclito la llama Logos y este logos nos da una cierta garantía de inteligibilidad del
propio fluir.
Heráclito acaba de inaugurar una nueva forma de razón que se
expresa por oposiciones y contrarios y que nada tiene que ver con la razón
lógica de lo permanente: la razón dialéctica. Hará falta llegar a Hegel, filósofo
alemán del siglo XIX, para entender esta razón en un sentido más amplio.
El problema continúa con Parménides.
El problema continúa con Parménides.
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