sábado, noviembre 21, 2015

ISLAMISMO, DESIGUALDAD E IDENTIDAD


No soy optimista en relación con el futuro del mundo. Tanto para los pobres sin esperanza como para los enfermos de identidad, Occidente es el enemigo a batir. Pero, ¿dónde ponemos la lupa del pesismismo y dónde colocamos la siempre perversa semilla de la esperanza? En fin, el riesgo de la desigualdad económica no es desprecieble, pero se paliaría con algo de justicia. Aquí nos movemos en parámetros racionales. Lo que se puede entender a veces se puede modificar. Sin pobreza y miseria el riego señalado desaparecería. Es improbable, pero posible. Ahí sitúo yo la esperanza. Me agarro a los datos sobre la pobreza del mundo. Hoy hay menos pobres en términos absolutos y relativos que hace 30 años. Pero asumiendo las contradicciones y los riesgos del liberalismo y la necesidad de afrontarlos, mis temores no son estos sino los que se oponen a él: fundamentalismos religiosos, nacionalismos, neomarxistas, neoecologistas, etc. Creo que en el fondo de todo ello está el sentido de pertenencia: la tribu, la necesidad de identidad. En definitiva, el complicado mundo emocional del homo sapiens.

De modo que el gran mal no es la diferencia, sino el puñetero sistema límbico y las emociones que suele generar: envidia, resentimiento, delirio persecutorio. Todo ello aderezado con astutos mecanismos de racionalización. Es decir, el hombre y su imperfecto mundo emocional. Para generar todas esas emociones basta una mínima diferencia. Lo que provoca la cascada de emociones negativas no es la gran diferencia, ni mucho menos la desigualdad económica, sino la diferencia sin más. El hombre es un ser deseante. Y el deseo es estructuralmente cosa de tres: dos sujetos y un objeto. Como decía Lacan, mi deseo es siempre el deseo del otro. Es decir, deseamos algo no porque haya objetos en sí mismo deseables. Sino porque hay objetos deseados real o imaginadamente por otros. Actos seguido la óptica emocional agranda la diferencia del objeto, o incluso la inventa. Así, copiando deseos e imitando, admirando y odiando a los que lo desean (de la admiración al odio hay tan solo un paso), fraguamos nuestra identidad. Si queremos contemplar la tragedia del mundo emocional del ser humano solo tenemos que contemplar la riña fraterna de dos gemelos por los juguetes regalados por papá. Papá tuvo especial cuidado en que los juguetes fuesen idénticos. Pero Pepito prefiere el de Juanito porque el de su hermano tiene una manchita que le hace diferente, es decir, mejor. A partir de aquí, la tormenta está servida. En un mundo próspero donde hubiésemos acabado con la miseria seguiría habiendo pepitos agraviados que odiarían a los juanitos.

No subestimemos el sistema límbico. Quienes se rebelarán contra Occidente no serán los pobres de la tierra, sino los que se sienten menospreciados y humillados paranoicamente en su sobrevalorada identidad.

La amenaza islamista, la nacionalista y otras similares no se producen por un déficit de justicia (problema difícil, pero atajable) sino por una herida narcisista en lo más oscuro y hondo del ser humano. El asunto es psicológico y no económico. Mi desesperanza deriva de que la psique humana es más compleja que la economía, y los psicólogos y psiquiatras me parecen unos pobres fracasados (apenas pseudocuras y enfermeros del alma), si los comparo con los gurús de la economía: ciencia difusa, pero ciencia al fin ¿Qué mueve el mundo, la economía o el espíritu? ¿Quién interpreta más correctamente la historia Marx, o quizá Hegel o Weber? Creo que Marx está considerado en exceso. No menospreciemos a los otros dos hermeneutas.

Finalizo esta reflexión con una cita de “El perdedor radical”, librito de Hans Magnus Eszensberger, autor preocupado por las injusticias sociales en muchos de sus escritos. Y sin embargo profundamente preocupado por otras cuestiones:


“Todas las explicaciones que incidan primeramente en la situación social de los actores criminales se quedan cortas. No sólo los jefes e ideólogos del terror provienen en su mayoría de familias influyentes y acomodadas, sino que incluso entre los ejecutores de los atentados los pobres están infrarepresentados. El Foreigh Policy Research Institute norteamericano ha publicado uno de los escasos análisis de clase sobre la cuestión... de los cuatrocientos militantes de Al Qaeda un 63% ha cursado el bachillerato y el 75% proviene del entorno de las clases media o alta; asimismo, hay entre ellos numerosas personas con estudios universitarios, como profesores, ingenieros, arquitectos y otros especialistas. De ningún modo se trata de los desheredados de la tierra”

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