El 5 de septiembre escribí un nuevo artículo y lo envié al diario INFORMACION de Alicante. Sirva este escrito para profundizar en la primera frase del post viral. Aquí está el artículo publicado:
En puridad ser agnósico significa que la
existencia o no existencia de Dios es un tema irresoluble para la razón humana.
De modo que, como decía Tierno Galvál, el agnóstico se instala en la inmanencia
y no entra en temas teológicos. Sin embargo declararse ateo va un poco más
allá. El ateo afirma que la proposición “Dios existe” es falsa. Pero además de
ser falsa, dicha por un ser humano es una mentira interesada. Es decir, el ateo
añade una valoración moral: quien tiene interés en que creamos en Dios nos está
intentando engañar en virtud de algún plan no siempre confesado. De modo que el
ateo está convencido de que la mera creencia en Dios, y las creencias y
conductas que de esta creencia se derivan, son, per se, nocivas para el
individuo y/o para la sociedad. Marx considera la religión como opio del
pueblo: placebo antirrevolucionario, Nietzsche como un elemento que debilita la
voluntad de vivir y atrofia la capacidad estética de los seres humanos y para
Freud la cuestión religiosa está involucrada en casi todas las neurosis. Ergo,
un mundo sin Dios y sin religión sería mejor para todos.
Pero más allá de la
denotación objetiva de los términos, las palabras tienen también matices y
connotaciones que el habla, algo vivo y dinámico, no puede evitar. Mi admirado Gustavo
Bueno solía decir que cuando un no creyente se declara agnóstico viene a
significar que, más allá de su creencia o no en Dios, no se va a mostrar
combativo en el asunto. Allá cada cual con su fe. Pero cuando un no creyente se
declara ateo, la cosa cambia. Si en una conversación alguien dice soy ateo, se
dispone a entrar en guerra dialéctica con aquellos que afirmen que Dios existe.
De modo, que siguiendo a
Gustavo Bueno, agnóstico y ateo son también actitudes que un no creyente puede
poner en práctica según y cuando. Ni el “ateo” anda siempre batallando (algo
agotador) ni el “agnóstico” es siempre un indiferente y cachazudo Buda. Un
“agnóstico” es un ateo que ocasionalmente no quiere batallar y un “ateo” es un
agnóstico al que algunos creyentes ya le han irritado demasiado. Ser no
creyente y creyente a la vez es incoherente. Pero que un no creyente se muestre
tolerante o combativo con conductas o ideas que su oponente creyente desarrolla
según el caso, no lo es. A la mayoría de los no creyentes les es indiferente
que alguien crea en Dios o que se rece tres, cuatro o cien veces al día. Ya sea
a Zeus, a Jehová o a Alá. Pero a la mayoría de los no creyentes que conozco no
les es indiferente que en nombre de una religión se limiten libertades básica,
se justifiquen actitudes machistas o se den clases de religión en la escuela
pública (cualquier religión) por poner ejemplos suficientemente claros, creo
yo. En este último caso muchos no creyentes asumen una actitud atea y
combativa. Y es normal que así sea si se ama la libertad más que a cualquier
Dios.
Jesús Palomar
Artículo publicado el 5 de septiembre de 2017 en el diario INFORMACION de Alicante.
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